Texto Beneharo Mesa

Imagen David Ferrer

Paco Nadal (1960, Murcia) es uno de los periodistas de viajes más conocidos de España y ha sabido adaptarse al cambio de paradigma que ha supuesto en el oficio informativo la llegada de internet. Pero Paco es ante todo alguien que adora viajar, que ya desde pequeño tuvo la llamada de la aventura y que pretende seguir con ello el resto de su vida.

¿Cómo comenzó este viaje para usted?

Este es un viaje que se empieza casi sin querer. No se estudia para ser periodista de viajes, o no se estudia para para vivir viajando. A mí, en realidad, me viene de muy pequeñito. Siempre he dicho que le debo mucho a toda mi infancia, pues estaba en un grupo scout de montañeros; ese asociacionismo era casi la única posibilidad de realización para un joven que quisiera hacer algo. Pasé mi adolescencia y mi infancia en campamentos en la naturaleza y de ahí viene mi afición al aire libre y a viajar. Era algo que siempre me gustó. La fotografía tuvo también mucho que ver. Con quince años compré un laboratorio de fotografía de esos de blanco y negro y aluciné con las posibilidades de contar cosas así. Lo que pasa es que luego la vida te lleva por otros derroteros. Estudié química y me dediqué a ello por cuestiones familiares. Con treinta años decidí dar un golpe de timón en mi vida y dejar todo lo que tenía hasta ese momento: empezar de nuevo a vivir, viajando, que era lo que me gustaba. Y tengo la suerte de haberlo conseguido.

¿Cómo ve la evolución que ha tenido el periodismo?

En el caso del periodismo de viajes, ha sido brutal. Ha sido un cambio para todos. Da igual que tengas una peluquería o que te dediques a hacer edificios o seas periodista. Internet lo dinamitó todo. Este mundo mío ha sido uno de los más afectados, para bien y para mal. Con las nuevas tecnologías yo me siento un privilegiado porque he podido vivir dos mundos. He visto el imperio romano en su apogeo y su caída. Si ahora piensas que lo que más triunfa para comunicar viajes son vídeos de treinta segundos y formato vertical, pues alucinas. A mí me dicen eso hace diez años y me río de lo imposible que parece. Y ahora vivo de eso. En ese cambio ha quedado mucha gente por el camino, como en todos los cambios. Jamás imaginé que iba a haber un cambio en la forma de comunicar y de adquirir información viajera.

¿Cree que hay demasiada información?

Creo que el mayor mal de nuestra sociedad es el exceso de información, no solo en viajes, sino en general, en todo. Hemos pasado de unos canales controlados por los grandes medios de comunicación, que eran los que producían y distribuían noticias, a informadores de todo tipo, que llegan en un momento en que estamos saturados de tanta información. Valorar qué sirve, qué no sirve, qué es cierto, qué no, qué es fe y qué no es el gran reto hoy en día del consumidor, y nos la meten doblada siempre. Sobre todo estamos viendo en política o en los temas más sociales; y en los viajes lo que ha ocurrido es eso, que ahora mismo hay tal cantidad de comunicadores que lo que te llega es una burrada de información difícil de digerir, y también difícil de entender si eso está patrocinado o no; si hay un interés comercial detrás. No quiero decir en absoluto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo viví el periodismo tradicional y también había cosas raras, pero es verdad que ahora para alguien que coja su móvil y tenga que decidir si lo que le están contando es real o no, si está interesado o no, es más difícil. También hay una cuestión de salto generacional, quizá la gente más joven ha nacido ya en ese mundo y está acostumbrada a que la bombardeen con mil cosas más que la capacidad de entender si eso es cierto o no. Creo que es perjudicial la incapacidad de concentrarse en nada. Hemos pasado de que un vídeo de un documental de viaje duraba una hora y te lo «tragabas» a que luego durasen ocho, diez, quince minutos en YouTube y los «aguantabas» y ahora no aguantas más de un minuto y medio. La incapacidad de concentrarnos también impide que tengamos capacidad de valorar qué estamos consumiendo. ¿De quién es la culpa? ¿El que lo produce o quien lo consume? Eso es lo que hay. Lo bueno es que hay para todos. Tú puedes buscar ese tipo de entretenimiento y puedes buscar información más veraz.

¿Y usted cómo se ve medio de todo eso?

Creo que una de mis escasas virtudes ha sido saber adaptarme a lo que viene. Mucha gente de mi generación no lo supo hacer o no quiso. Recuerdo que cuando empezó a popularizarse Facebook decían: «Bah, pero si nadie tiene cinco mil amigos en Facebook. Con mis amigos en mi cuenta corriente es que esta gente es la que me va a dar de comer». Y no es así. Yo me considero en una posición privilegiada porque he podido ver eso, dos mundos, y creo que eso da un valor a tu trabajo o una visión más global, o por lo menos trato de seguir dando unos contenidos honestos y éticos a quien me sigue. Por otro lado, obviamente es una desventaja porque hoy en día las redes sociales son cada vez más jóvenes. Los algoritmos premian. Un tipo de más de sesenta años que todavía viva y se maneje y esté en este mundo es casi una rara avis. A mí me encanta adaptarme a todas las nuevas tecnologías. Jamás he dicho que no a nada. Si hay que usar drones, usar drones, si hay que usar inteligencia artificial, la uso. No destaco en nada. No soy el líder de seguidores en ninguna de las redes, pero estoy en todas y con una situación media-alta. Y eso no es fácil de hacer. Yo creo que muchos de estos nuevos influencers a lo mejor triunfan en una red, pero cuando esa red desaparezca ellos quizá van a desaparecer también. Estoy en todas y me siento cómodo. La verdad es que siempre me ha gustado; de hecho, vengo del mundo de la imagen, porque a mí lo que me gustaba era la fotografía. Luego empecé a escribir casi por accidente. Me ha dado unas posibilidades en este mundo de ahora, que es todo visual, que no han tenido otros compañeros que escribían muy bien, que eran grandes escritores. Pero se han dado cuenta de que ahora mismo ya nadie lee. Ahora todo se basa en hacer imagen rápida y mi formación como fotógrafo creo que en eso me ha ayudado.

A veces, lo que a uno le gusta cansa. ¿Le cansa viajar?

[Ríe] Todo cansa. Hasta comer caviar a cucharadas cansa. Lo digo muchas veces: tengo el mejor trabajo del mundo. Me pagan, no por viajar, sino por hacer el turista, que es mejor todavía. Pagan por viajar a un camionero también o a un piloto de aviones o a un representante de una marca comercial. A mí es que me pagan por hacer lo que hacen los turistas e ir a los sitios de turistas. En ese sentido, tengo el mejor trabajo del mundo y todas las mañanas me pellizco para ver que es verdad, que no lo he soñado, pero también le digo a la gente: «Esto no lo aguantaría cualquiera». Yo estoy siempre de viaje, que no significa estar siempre de vacaciones. La gente vincula viaje con vacaciones; en mi caso es trabajo. Requiere también muchas renuncias: a una vida social normal, a una vida familiar normal, y mucha gente no lo supera. He tenido ayudantes que a los dos o tres años lo han dejado porque te dicen: «Mañana no, no puedo seguir este ritmo de llegar de un viaje e irme a otro, no saber en qué continente estoy». Una de las pocas cosas que he aprendido es que esta vida de viaje continuo no tiene por qué gustarle a todo el mundo y hay gente que siente zozobra, que si no duerme todos los días en su cama o no sabe dónde va a estar el mes que viene… A mí me pone, desde siempre, desde pequeñito, huir de la rutina. Mi mayor pavor es llevar una vida rutinaria. A veces creo que me he pasado de frenada, me gustaría tener una cierta previsión, pero yo nunca sé dónde voy a estar el mes que viene.

Si tuviese que recomendar tres destinos para hacer una vez en la vida, ¿cuáles serían? ¿Estaría Canarias entre ellos?

Para mí Canarias ha sido una parte muy curiosa de mi currículo porque tardé mucho en ir. La primera vez que fui a Canarias fue hace veinte años, posiblemente. Porque tenía aquella imagen de sol y playa de turismo ramplón. Una imagen que se había transmitido desde Canarias de un turismo bueno, sol y playa. Y la primera vez fue a la isla de El Hierro. Cuando yo conocí aquel paraíso, aquella isla en medio de la nada que parecía –por el bosque laurisilva y el Malpaso– que estabas en Parque Jurásico…, dije: «Esto no es las Canarias que yo imaginaba». A raíz de ahí, he ido mucho. He visitado todas las Islas y todos los rincones y me fascinan. Recomiendo Canarias, pero no para ir al sol y a la playa; para ir a caminar, por ejemplo, para disfrutar de la gastronomía, esas ciudades de las medianías. Esa palabra preciosa, la medianía. Esa ciudad que está a seiscientos o setecientos metros; esos pueblos de Canarias son fascinantes y se los recomendaría a cualquiera, en lugar de ir a estar una semana en la playa. Dicho esto, yendo a lo que me preguntabas, tengo un libro que se llama el Viaje perfecto. Y son recomendaciones como recetas médicas: el viaje en función de tus circunstancias, porque es que cada destino y cada momento es para una circunstancia de tu vida. Hay mucha gente que me dice «recomiéndame un viaje»… Es como recomendar unos pantalones, ¿qué talla tienes? ¿Qué te gusta? ¿Es para verano o invierno? Hay muchos tipos de viajes. Si eres joven y quieres hacer tu primer viaje de aventura, el sudeste asiático, sin lugar a dudas: Laos, Camboya, Tailandia; Vietnam es el paraíso de los mochileros, de la gente joven, un destino barato. Asequible, amable y muy seguro. Si me dices de viajes de aventura…, hay un montón. Pero yo elegiría Latinoamérica. Hacer países como Perú, como Ecuador, donde hay una mezcla de montaña, de aventura, de patrimonio y de cultura. Y si me preguntas por el viaje de mi vida, estoy seguro de que es la Antártida. Generalmente uno va a la Antártida una vez o ninguna en su vida. Es carísimo. Está muy lejos. Yo, si no pasa nada, voy a tener la suerte de ir tres veces, porque repetiré. La Antártida me parece el viaje de los viajes porque es diferente a todo. Es un resto de la última glaciación, catorce millones de kilómetros cuadrados. Es lo mismo que Europa, Rusia y toda la parte siberiana, sin habitantes, sin pueblos, sin nada.

¿Qué es para usted viajar?

Para mí viajar es vivir en el perpetuo estado de aprendizaje. Yo viajo para aprender, para descubrir, para conocer, no viajo para poner el sello en mi pasaporte ni para poder decir «he estado en tantos países». Jamás he contado el número de países en los que he estado, que es lo primero que mucha gente cuenta y pone en su currículum… ¿Qué has visto? ¿Te han enseñado algo? ¿Eres mejor persona? Yo viajo para aprender, para una innata necesidad de conocer el mundo en primera persona. Creo que esa es la grandeza de viajar y lo que más te aporta. Luego puedes viajar porque está de moda, porque es una parte del ocio de la clase media…, que tienes que hacer para luego hablar con tus padres y eso, pero yo viajo para conocer, para aprender y para intentar ser mejor persona.

¿Viajará hasta que el cuerpo aguante?

Sí, eso te lo puedo asegurar. No me voy a jubilar porque… ¿para qué me voy a jubilar? ¿Para hacer lo que hacen los jubilados, que es viajar? Ya lo hago [ríe]. Entonces, bueno, mientras el cuerpo aguante, seguir. Empecé muy pequeñito, con quince años, hice mi primer viaje al extranjero, estuve un mes viajando por Europa hasta Noruega, me enganchó mucho y espero morir con las botas puestas.