Texto por Carla Rivero

Fotografías por Carlos Novella

Cuando una quiere escapar del tedio metálico de la ciudad, ¿a dónde va? Gran Canaria, continente en miniatura, extiende el refajo de su vestido en las costas, donde los bajos se manchan de arena, pero, al subir las faldas de las montañas, encontramos en el interior parajes inusitados, llenos de un verdor más intenso, preso del invierno y de las lluvias que caen por los barrancos. En un domingo de aire frío sobre azul cielo de sol brillante, parece que la mejor opción para disfrutarlo es la ruta de El Brezal, en el municipio de Santa María de Guía.

La carretera GC-2 del norte permite contemplar las olas rompiendo contra los cantos mientras quedan atrás los barrios de El Puertillo, Bañaderos o Quintanilla, para luego tomar la desviación de la GC-75 e ir tomando las curvas que llevan al pueblo de Moya, cuyo casco se pasará rápidamente para continuar por la GC-700 y, adelante, la GC-703. El paraje de Los Tilos sería la parada más típica, pero la carretera continúa y seguimos hacia el área recreativa Santa Cristina, ya en el municipio de Santa María de Guía, lugar en el que da comienzo la ruta.

Un merendero recibe al visitante. Está lleno de caminantes que reparten los bocadillos entre la familia y las amistades al amparo de la mirada de un Santiago de granito donado por la Casa de Galicia en el año 1975. Si nos fijamos, hay tres propuestas de rutas circulares –R1, R2 y R3– dentro de esta Reserva Natural Especial de El Brezal, una de las zonas forestales más representativas de laurisilva que hay en la ínsula. Los senderos son de dificultad baja y media, así que, a unos 640 metros de altitud, nos decidimos por la primera y partimos desde el área recreativa e iniciamos un recorrido que se extenderá a lo largo de unos tres kilómetros con un desnivel de apenas unos cuarenta y tres metros. En total, unos cuarenta minutos en los que las fayas y los brezos abrazan el camino de tierra.

Primero, se sale hacia la carretera que conecta el comedero con la pista agrícola, donde las vistas hacia el mar permiten apreciar la combinación de paisajes: al fondo, La Isleta balancea a la capital; entremedias, la iglesia de la Candelaria parece sobrevolar el risco; y a la vista, un pasaje que sigue a la izquierda, dejando atrás las casas de La Peñilla, entremezcla las especies de monteverde endémicas como el bicácaro o la esparraguera junto con otras foráneas del estilo del eucalipto o el laurel. El terreno llega a resultar resbaladizo si la jornada es muy húmeda a causa de los vientos alisios, por lo que un calzado cómodo y práctico es la solución.

Estos terrenos, protegidos hoy en día por las instituciones públicas gracias a que en su momento fueron lugares de recreo de la burguesía canaria, estuvieron amenazados por la tala de madera, que cobró importancia tras la conquista. Afortunadamente, actuaron a tiempo. Ahora solo queda internarse en la ruta señalizada para dejarse maravillar por la delicadeza y el misterio del paisaje. Unos taginastes inclinan su cuerpo al paso a la vez que la vista se posa en unas tabaibas florecientes. La señalética nos indica que debemos subir una pendiente que termina en un claro de bosque. La pinocha, mullida, está esparcida bajo los pinos y, si una busca, encuentra los sombreros grisáceos o pardos de las setas que crecen. ¡Alto! A lo lejos, los ladridos de Lisa interrumpen al silencio.

El can negro juguetea y deja a Mari Carmen Suárez y a su hija Leticia en manos de los foráneos. «Somos afortunadas», declaran, porque este rincón, apenas conocido, alberga una diversidad de especies envidiable. Ellas viven al otro lado, por Los Castillejos, y cuentan cómo en su día la casa que permanece en el centro de la reserva, dotada de un escudo en su frontis, perteneció al brigadier Ruperto Delgado González, quien originó el topónimo de Santa Cristina debido a que le puso el nombre en honor a la reina María Cristina. Una historia que concuerda con las notas del periodista guiense Pedro González-Sosa, como una suerte de tradición oral que ha pasado de las vecinas a unos caminantes que continúan hacia el final, aspirando el aire limpio de los montes que los agasajan.

Datos de la ruta:
Distancia: 3 km.
Desnivel positivo: 43 m.
Dificultad técnica: baja.
Altitud máxima: 643 m.
Altitud mínima: 603 m.

Lugares de interés cercanos: núcleo urbano de El Palmital. Además, que queda cercana la zona de Los Castillejos, junto a Hoyas Vivas, próximas a la presa del Brezal.

Observaciones: recorrido de gran facilidad, aunque es necesario llevar calzado cómodo, agua y una crema solar para protegerse de los rayos ultravioletas.

¿Sabías que… este es uno de los últimos reductos de la conocida como Selva de Doramas, una zona boscosa de laurisilva que cubría el norte de Gran Canaria antes de la época de la conquista?