Por Beneharo Mesa

Ilustración por Capi Cabrera

Jesús Martín Fernández (Santa Cruz de La Palma, 1992) es un neurocirujano y científico con reconocimiento internacional por sus diversas aportaciones al estudio del cerebro humano. Su logro más reciente ha consistido en crear un test con metahumanos (avatares) para identificar qué partes del cerebro del paciente en cuestión se encargan de procesar las emociones y poder preservarlas durante la cirugía. Martín es también compositor, pues la música y la neurocirugía son dos de sus pilares fundamentales. Pero Jesús es mucho más que eso, es alguien que posee una gran pasión por lo que hace, la pasión de aquellos que quieren ir más allá.

¿Cómo comenzó su historia con el campo de la neurocirugía y del cerebro humano?

Desde pequeño siempre fui un niño bastante inquieto y estaba lleno de preguntas. Recuerdo que en aquella época, en mi casa, en Santa Cruz de La Palma, vendían enciclopedias y mis padres compraron una del cuerpo humano. Aquello me llamó bastante la atención, el cerebro, y conforme fue pasando el tiempo sabía que quería ser neurocirujano y que quería ayudar a la gente «entrando» en su cerebro y ver cómo podía ayudarlos. Después descubrí la cirugía despierta, que es como una forma de estar en contacto con la función del paciente en tiempo real y de llevar la neurocirugía un paso más allá. Paralelamente surgió también mi interés por la música. Era inquieto y con creatividad, a los cuatro años empecé a estudiar música y siempre vi la neurocirugía como un espacio para ser yo mismo y crear. Creo que es como me definiría a mí mismo, como una persona inquieta y creativa. Veo ambas cosas [la música y la neurocirugía] de forma parecida.

Curiosamente, luego acabaría combinando estas dos vertientes en su estudio sobre cómo reaccionaba el cerebro ante diversos géneros musicales.

Sí, fue una manera de cerrar el círculo. Hay dos círculos importantes que he cerrado hasta ahora y me siento afortunado: el primero sería con ese estudio publicado en la revista Neuroscience, en el que mostrábamos cómo el cerebro reaccionaba desde la música clásica hasta el reguetón. Por ejemplo, a través de la resonancia magnética funcional, vimos que el reguetón, sin letra, estimula muchísimo con su base musical todo el sistema del movimiento, de forma involuntaria, simplemente escuchándola activa todas las zonas de placer y la recompensa. Para entender el otro círculo que cerré hay que remontarse a cuando estaba en cuarto de Medicina. A mi tío le diagnosticaron un tumor cerebral en el lado derecho. Él salió perfecto del quirófano, hablando, moviéndose, pero nunca más volvió a ser la misma persona. Nunca se relacionó o emocionó igual que como antes lo hacía. Entonces he llegado a poder crear un test, que está aún en fase de validación, pero que ya está creado y probado y que funciona para identificar durante la cirugía de un tumor cerebral, estando el paciente despierto, cuáles de sus regiones cerebrales son fundamentales para percibir las emociones en las otras personas. Y por eso es por lo que ha saltado ahora la noticia. He tenido la suerte de haber podido cerrar estos dos círculos, y el haber hecho la cirugía que me habría gustado hacerle a mi tío, aunque quede mucho por investigar y por conocer. Y casualmente los dos casos se han hecho virales.

Hace poco hizo la primera cirugía despierta para las emociones a través de inteligencia artificial. ¿Cómo fue aquello? Imagino que uno tiene que tener la mente muy abierta, nunca mejor dicho…

Exactamente… [ríe tímidamente], o cerrada, no sé qué decirte. Esto es un test que estamos en proceso de validarlo, pero para ello hay que probarlo primero. Hemos visto que todos los casos han ido funcionando. El momento en el que yo coloqué el estimulador encima del cerebro y la paciente estaba viendo emociones y de repente no es capaz de reconocerlas o, en otras ocasiones, al tocar, nos comenta que se equivoca…, es una sensación indescriptible porque has conseguido crear un test a través de inteligencia artificial en el que has llegado a zonas del cerebro que se encargan de las emociones para preservarlas y no quitarlas durante la resección del tumor. Eso es algo muy loco. Sobre todo para mí por cuando viví lo de mi tío. Era como la metacirugía de mi tío. Siento que operé a Yolanda [la paciente en la que se probó] y a mi tío ese día, aunque él falleció hace siete años. Hablo con la paciente y me dice: «Muchas gracias por dejarme ser quien soy, con las emociones conservadas puedo cuidar a mi hijo bien». Es como llevar la neurocirugía un poco más allá. Pero, como te digo, esto es seguir investigando. No podemos decir: «Este test ya se puede usar para todo el mundo». Hay que seguir validándolo.

¿De qué depende que se valide?

Depende de varios factores. Uno de ellos, por ejemplo, es pasar el test a personas sanas para ver si son capaces de hacerlo en el tiempo que consideras que hay que hacerlo, o si reconocen las emociones como tú crees que es la emoción correcta. Porque el paciente tiene que elegir entre las emociones. Para tú saber que el paciente se equivoca o no, tienes que basarte en mucha gente sana que ya haya hecho ese test. Entonces lo valida gente sana y demuestras la consistencia y la validez interna, que son los parámetros estadísticos dentro del test, y luego vas a la cirugía. Y ya en la cirugía tienes que demostrar que cuando aplicas corriente en determinadas zonas, comprobándolo varias veces, en ese punto el paciente debe ser capaz de reconocer las emociones. Es decir, que el test sirve para ver qué emociones son críticas o no para el procesamiento emocional. Puedes validarlo sin publicarlo en una revista, pero normalmente la validación del test que estamos trabajando, cuando operemos diez pacientes más, por ejemplo, lo mandaremos a una revista internacional, igual que hemos hecho con otros estudios, y ahí queda como oficialmente validado.

¿Cómo ha llevado la exposición?

La exposición mediática en estos dos años ha sido demasiado en poco tiempo. Cuando tú pasas de estar en La Palma a salir en el Washington Post o en Los Angeles Times…, es algo muy extraño. Lo difícil fue despertarme todos los días con cuarenta correos electrónicos solicitando entrevistas desde Latinoamérica hasta Dubái o cualquier sitio que te puedas imaginar y ver automáticamente cuarenta, cincuenta, ochenta titulares por día que no contaban lo que realmente era. Y en eso sufrí. Ahora me ha pasado algo parecido porque en el titular no se cuenta lo que es, por ejemplo: «Primera cirugía despierta en España». Ese tipo de imprecisiones te puede llevar a problemas con tus compañeros. Compañeros de los que tú has aprendido y que han hecho antes que tú la técnica, aunque no hayan llegado hasta el punto de hacer un test para llegar a las emociones; sí que han hecho cirugía despierta. En parte te has nutrido de ellos. Yo en general la exposición pública, como es algo que me ha pasado muy de golpe, no la he llevado bien. Estoy en el proceso y cada vez lo llevo mejor. Esta vez ha sido mejor que cuando lo del reguetón. Poco a poco.

Esto que me cuenta me lleva a preguntarme por qué aceptó esta entrevista. Yo desconfiaría mucho en su lugar.

Mi objetivo principal de la exposición pública es llegar a pacientes de otras partes del mundo, como ha pasado. Hace dos semanas operamos a una persona que vino desde la otra punta del mundo a Barcelona. Esto es lo bueno de la exposición pública: que la gente sepa que se está intentando ir más allá y llegar hasta la mente humana, las emociones, y tratar que la neurocirugía dé un paso más. Siempre sabiendo que estamos en proceso de investigar y de conocer. Pero la exposición pública te sirve para llegar a gente que lo necesita.

Actualmente está bajo la tutela del neurocirujano Hugues Duffau. ¿Cómo está siendo su experiencia?

Vine a Montpellier y conocer a Duffau ha sido para mí como darle agua a alguien que estaba sediento. Yo sabía que él desde hacía años estaba intentando llegar, más allá del habla y la movilidad, a que sus pacientes tuvieran una vida completamente normal, que volvieran al trabajo. Incluso publicó un artículo sobre que retomaran la vida sexual. Es alguien que ha cambiado la neurocirugía en todos los sentidos. Siempre me ha animado a ir más allá, a no doblegarme y buscar la verdad. Lo que yo hago es nutrirme de él todos los días, del mejor del mundo. Ha sido muy criticado porque no es la figura del neurocirujano típico famoso que opera, sino un neurocientífico, como yo, que intentamos llegar al cerebro y que operamos con la intención de ir más allá. Es otra visión a la que no se está acostumbrado en España y que es muy criticada. Pero ahí están todos los datos publicados en las mejores revistas del mundo por él, que es mi mentor. Yo aprendo de él y, mientras, voy a seguir operando en los sitios en los que me llamen. En agosto nos vamos a Brasil y Argentina y estamos planificando hacer una misión por el continente y poder llegar a los pueblos más pobres y llevar esta cirugía. Es una intervención que no necesita grandes aparatejos tecnológicos. Realmente lo necesario es un ordenador, un bisturí, un coagulador, un aspirador, un anestesista y una neuropsicóloga. Estamos intentando crear una misión para ir y es mi objetivo a largo plazo, cuando acabe mi estancia con Duffau. Por lo pronto, iremos en agosto a estos dos países para intentar llevar la neurocirugía un poco más allá.

¿Qué consejos se lleva de su mentor?

Hay tantas cosas útiles que me ha dicho… Las tres frases con las que me quedo serían «no te olvides del paciente», «la verdad está en el paciente, y lo has visto en la calidad de vida que tiene [tras la operación]» y «no te doblegues ante el sistema y sigue buscando la verdad». Esas frases para mí son clave, porque me las dice alguien que ha escrito más de seiscientos artículos y que ha operado a tres mil personas despiertas. ¿Cómo no voy a hacerle caso? Quiero aprender de él lo máximo que pueda. Estoy seguro de que cuando pasen cien años estará al nivel de Einstein o de Newton. Estoy completamente seguro. Y, a pesar de ello, sigue siendo inmensamente criticado.

¿Cómo se prepara cada caso? ¿Cada cerebro es igual?

No, solo es igual como se ve por fuera. El cerebro tiene una gigante interindividualidad entre personas. Y esa es una de las razones por las que hay que operar al paciente despierto. Porque en cada sitio que tú piensas que para la persona va a ser el mismo, luego cambia. Sobre todo cuando hablamos de funciones más complejas. Es imposible predecirlo. El profesor Duffau esto lo llama cirugía despierta a la carta. Porque según cada persona (si por ejemplo es un ingeniero) tiene necesidades diferentes; también influye dónde esté localizado el tumor. Pero bueno, te tienes que centrar en lo que el paciente quiere. Para un actor, por ejemplo, imagina lo que es la cognición social, el proceso de mentalización o simplemente la creatividad. Eso es más importante probablemente que quitar el cien por ciento del tumor. A lo mejor tienes que quitar un noventa y dejar esa zona que es crítica para él. Eso es cirugía a la carta. Tiene que haber un balance en el que quitas todo el tumor posible, pero también en el que dejas al paciente ser quien él quiera que sea. Que pueda hacer sus funciones. Porque también habrá pacientes que te digan: «No quiero que me operes, solo quiero seguir haciendo hasta que pueda mi vida normal». Y eso también hay que respetarlo, que el paciente tenga la decisión de lo que se le hace. Luego podrá pasar o no, porque el cerebro siempre nos supera. Pero Duffau ha demostrado de sobra que con esta filosofía se puede hacer cirugía a la carta. Dentro de las limitaciones que el cerebro nos pone, hay que ir más allá. Y para esto creo que la filosofía tiene que cambiar. Es habitual en España y en otros lugares del mundo que el neurocirujano haga de todo: cirugía de tumores, de columna vertebral, neurisma… Duffau es el que ha empezado a decir: «Vamos a centrarnos en una sola cosa». Y ese es el caso mío, por ejemplo, yo solo hago este tipo de cirugía. Al final es la forma de llevar esto más allá. Y eso aún en España no está del todo extendido. Eso es un hecho.

¿Cuánto nos queda por saber del cerebro humano? Parece inabarcable.

Es muy difícil. Es un constante viaje a entender el cerebro. Piensa que hablamos de metarredes, es decir, en las redes que tienes en tu cerebro se crean metarredes a base de interacciones, a segundo por segundo entre ellas. Y crean una red que quizás no se aprecia ahí, pero que está pasando. Es muy loco el concepto. Parece que estuviéramos hablando de física cuántica más que de lo que podemos ver con nuestros ojos. Creo que la neurociencia computacional y la inteligencia artificial pueden ayudar a descubrirnos a nosotros mismos. Aunque no hay que subestimar la complejidad del cerebro.

¿Qué tan diferencial es hacer la cirugía con el paciente despierto o dormido?

Lo primero sería comentar que el cerebro no duele. Por lo que la gente tiene que saber que cuando te haces una cirugía despierta no sientes dolor, porque el cerebro no tiene receptores de dolor y por tanto no lo procesa. Se ha demostrado una alta variabilidad entre personas de donde están las funciones cerebrales de cada uno, sobre todo cuando hablamos de funciones cognitivas como procesamiento emocional, atención, memoria…, por lo que mediante la cirugía despierta podemos asegurar un mejor resultado tras la intervención. Con el paciente dormido lo único que puedes comprobar es la función del movimiento. Pero no puedes comprobar realmente ni el lenguaje ni ir más allá de las funciones que comentaba antes, porque el paciente no está despierto para hacer determinadas cosas que le pidas para comprobar esas funciones.

Usted es también compositor de música y ha sido director de orquesta. Cuéntenos un poco sobre eso.

La pasión por la música nace desde que tengo uso de razón. Me crie escuchando música tradicional cubana en el patio de mi casa, por un grupo de mi familia que son conocidos en Canarias y que se llaman Los viejos de La Palma. Estudié guitarra clásica y siempre tuve mucha curiosidad por la orquesta sinfónica, pero no fue hasta mucho después (y te hablo de hace unos cuatro o cinco años) cuando empecé a estudiar orquesta sinfónica, concretamente música para cine, con Tomás Barreiro, un compositor mexicano que está en la alta esfera de ese campo. Actualmente estoy haciendo música para orquesta, no solo para cine y teatro, sino que estoy adentrándome en la música contemporánea. En octubre pude dirigir a una orquesta sinfónica en Budapest y también estoy haciendo un máster en dirección de orquesta. Aunque soy más compositor que director, me apetecía conocer la orquesta para así ser mejor compositor también. Y ahí estoy, entre la composición para películas, música contemporánea y la dirección de orquesta.

¿Y si le diesen a elegir en la música y la neurocirugía?

Forman parte de lo mismo, del arte y del conocimiento humano. Sin cerebro no hay música. Piensa lo bonito que es que el cerebro hace que el simple movimiento de partículas en el aire se transforme en sonidos. Entonces, como sin cerebro no hay música y creo que sin música no hay cerebro, lo veo como parte de lo mismo. Necesito las dos para sentirme fiel a lo que soy.

Y si se tuviese que quedar con un instrumento, ¿cuál sería?

Me quedo con el más grande: la orquesta sinfónica.

El equipo del neurocirujano Jesús Martín Fernández se compone por Fran Pérez, diseñador de avatares creados a partir de IA y partiendo de actores reales; Natalia Navarro, neuropsicóloga; Gloria Villalba, neurocirujana; Juan Candil, neuroanestesista; y Alba León, neurofisióloga.