Rayco Pulido, nacido en Telde (Gran Canaria), es un dibujante de cómics y docente. Se licenció en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. En 2004, tras participar en diversos concursos y exposiciones a nivel autonómico, comienza a publicar historietas largas, primero como dibujante, más tarde como autor completo. En 2013 publicó una adaptación al cómic de la novela Marianela (1878), de Benito Pérez Galdós, con el título de Nela. Posteriormente, en 2017, ganó el Premio Nacional del Cómic con otra obra, Lamia. Actualmente alterna la docencia con su trabajo como dibujante de cómics.

 

Por Beneharo Mesa

Ilustración por Capi Cabrera

 Siempre comenzamos nuestras entrevistas preguntando por la historia del entrevistado con su materia. En este caso es con el cómic. ¿Cómo empezó todo esto para usted?

Soy el cuarto de cinco hermanos, los tebeos llegaron antes que yo a casa. Aprendí a interpretar secuencias de imágenes antes que a leer, así que no escogí el cómic, al menos no de manera consciente, fue algo natural. Pasaba el tiempo leyendo y copiando viñetas, pero no pensaba que fuera a dedicarme a esto, simplemente no se me ocurría una manera mejor de pasar las tardes. Casi por inercia escogí la carrera de Bellas Artes, aunque en ese tiempo en la facultad no podías decir que te gustaban los cómics, considerados subcultura, entretenimiento infantojuvenil, nunca arte. Así que mi formación es autodidacta, casi todo lo aprendí viendo a mi hermano Javier, que lleva más de veinte años trabajando para el mercado de cómics norteamericano. Hoy formarse está al alcance de un clic, incluso hay estudios reglados; antes no era tan sencillo.

¿Cómo ha cambiado su dinámica de trabajo con el paso de los años?

No ha cambiado la manera de trabajar, lo que ha cambiado es el tiempo que dedico a los cómics. Yo no vivo de los tebeos; lo intenté, pero desde hace años soy docente, algo que también me apasiona. Dar clases exige mucho tiempo en casa y compaginarlo con cómic supone trabajar de noche, fines de semana y planificar las vacaciones en torno a un proyecto. Desde que soy padre, dedico ese tiempo a la familia y por eso desde 2016 apenas he publicado un par de historietas cortas y una biografía de José Viera y Clavijo. Hoy intento encontrar financiación para sacar adelante la adaptación de Verano de Juan ‘el Chino’, una novela corta de Claudio de la Torre que es una joya de la literatura canaria muy poco conocida. Estoy seguro de que será una buena herramienta para trabajar en nuestros institutos, como lo sigue siendo Nela (Astiberri ediciones, 2013), adaptación que hice de la Marianela de Galdós.

Personalmente, no tengo buen recuerdo de los años en los que mi única actividad profesional eran los cómics, el diseño gráfico y la ilustración. Pura incertidumbre, imposible hacer planes más allá de dos semanas, la obligación de aceptar todo tipo de encargos. Si la vida del autónomo es dura, intentar vivir de la creación en Canarias lo es aún más.

 

¿Cómo calificaría su estilo artístico?

Es producto de las cosas que me gustan, mezclan alta cultura y cultura popular: literatura, cine, televisión, música, etc. Soy un niño de los ochenta: los cómics, los juguetes, los cromos, el skateboard, videojuegos, lo que se cocía en torno a las boleras, todo eso es una parte importante de mi generación y, de alguna forma, también está presente en mi trabajo.

En cuanto a mi estilo de dibujo y forma de escribir guiones para cómic, no es fácil rastrear mis influencias porque he sido un consumidor omnívoro. Desde muy joven tuve acceso a todo tipo de material: superhéroes norteamericanos, manga, BD franco-belga, comix underground, cómic de vanguardia, tiras clásicas, etc. Todo a la vez. Creo que el paso de ser lector a querer hacer cómics tiene que ver con el cómic alternativo de finales de los ochenta y principios de los noventa: los hermanos Hernández, Peter Bagge, Daniel Clowes, Chester Brown, Charles Burns, Chris Ware y Joe Matt. Sopa de gran pena, de Beto Hernández, fue una obra muy importante para mí.

Desde hace algunos años, mi interés está centrado en tiras clásicas norteamericanas, manga antiguo y alternativo, autores españoles de la época de Bruguera, pero también autores nacionales de los ochenta y los noventa como Nazario, Max, Federico del Barrio o Hernández Cava. Creo que todas estas influencias están en mi trabajo.

 

¿Cómo ve la situación actual del cómic en España? ¿Se puede vivir de ello?

Cada vez hay más autores que trabajan para el mercado norteamericano y francés, pero solo unos pocos consiguen vivir de lo que producen para nuestro país. Los autores que trabajan en el mercado nacional compaginan los cómics con otras actividades: ilustración, pintura mural, diseño gráfico, talleres, charlas, conferencias, jurados, concursos, etc. Pero sucede exactamente lo mismo en la literatura, solo un porcentaje mínimo de los escritores puede vivir de la venta de sus libros.

Las matemáticas son sencillas: un libro cuesta de media entre 15 y 22 euros y los autores perciben entre el ocho y el diez por ciento del precio de venta al público de cada libro vendido. Vivir del libro es casi una quimera teniendo en cuenta que hoy 5000 ejemplares vendidos se consideran buenas ventas. Ese es el panorama real, el mercado editorial se sustenta en la ilusión de un montón de personas que están dispuestas a sacrificar su tiempo libre por seguir creando. No hay nada más valioso que el tiempo.

 

¿Cómo fue la creación de Lamia? ¿Qué puede contarnos de todo ese proceso?

Lamia empecé a escribirlo en Inglaterra, en 2014. Acababa de invertir mis ahorros en el tiempo necesario para terminar Nela. Entonces en España, y especialmente en Canarias, estábamos como estábamos y tuve que buscar trabajo fuera. Así que en el germen de Lamia hay bastante rabia y desesperanza, yo sigo notando esa pulsión cuando lo releo.

Afortunadamente, aún en fase de proyecto, Lamia obtuvo una beca-residencia en Angoulème (capital europea del cómic, Francia); allí dibujé gran parte de las páginas. Esa beca de Acción Cultural Española (A/CE) y La Maison des Auteurs salvó ese libro. Una vez publicado fue finalista del Salón del Cómic de Barcelona, finalista del Premio Mandarache, premio al mejor autor nacional de la Asociación de Críticos y Divulgadores de Comic de España y, finalmente, se alzó con el Premio Nacional de Cómic en 2017. Hoy, cinco años más tarde, está publicado en varios idiomas y promete seguir dando muchas alegrías.

En cuanto al proceso creativo, es el habitual: escojo un tema, me documento en busca de posibles vías para desarrollar la historia, pienso una sinopsis, redacto el argumento, monto la escaleta (separo las escenas y juego con el orden hasta encontrar una estructura que me convenza) y escribo el guion. Luego suelto el teclado y agarro el lápiz, diseño a los personajes, los escenarios y la ambientación. El tercer paso es mi parte favorita, previsualizar la historia: narrar con imagen algo parecido a lo que en publicidad y cine llaman storyboard, pero en cómic además jugamos con la composición de la página y la estructura de las escenas, no solo con la secuencia. Una vez que tengo el boceto del libro toca sentarse a dibujar las páginas y rotular los diálogos. La última parte es pura técnica, escanear y maquetar el libro, luego vendrá la promoción y el marketing, pero eso es otra historia.

Trabajar en un mercado minoritario y no depender del cómic para vivir tiene una ventaja, tener el control creativo sobre nuestro trabajo de principio a fin.

Usted ha sido autor y coautor, ¿qué diferencias encuentra en estos procesos creativos?

No es sencillo encontrar un buen colaborador en el ámbito artístico, hay bastante ego en la creación y es natural que sea así. Además, trabajar en equipo supone dividir beneficios y propiedad intelectual. Por otro lado, negociar y consensuar la historia puede ser un proceso muy enriquecedor. En mi caso, empecé publicando tebeos con guiones de otras personas porque no me veía preparado para escribir, para mí fue parte del aprendizaje. Trabajar solo es más complicado porque debes controlar muchas cosas; este medio toca muchos otros y hacerlo en solitario supone no tener más perspectiva que la propia, es muy difícil saber si la idea que manejas merece la pena o si la historia va por buen camino. En este sentido, adaptar material literario fue un ejercicio que me ayudó a ganar confianza. Escribir es lo más difícil para mí, ese proceso sigue siendo un misterio, frustrante y gratificante a la vez. Con el guion escrito, lo demás me resulta sencillo porque vengo de la imagen, ya es solo cuestión de organizar el tiempo y marcar objetivos. Yo invierto mucho en cada proyecto, una media de tres años, porque lo compagino con otra profesión. Es complicado mantener la voluntad necesaria para sentarte a trabajar en tu tiempo libre durante periodos tan largos, pero lo es mucho más si trabajas con la historia de otra persona