Por Beneharo Mesa

Ilustración por Capi Cabrera

María José Blanco lleva más de media vida en el Archipiélago vinculada al mundo de la vulcanología. Es doctora en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid e ingeniera geógrafa del Estado. Desde que el Instituto Geográfico Nacional (IGN) asumió la competencia de la vigilancia volcánica, es responsable en Canarias del Grupo de Volcanología del IGN. Asimismo, es miembro de los comités científicos tanto de la Directriz Básica ante el Riesgo Volcánico de la Administración General del Estado como del Plan Especial ante el Riesgo Volcánico del Gobierno de Canarias (PEVOLCA).

¿Cómo comenzó su conexión con el mundo de la vulcanología?

Soy doctora en Ciencias Físicas, con especialidad en geofísica y en sismología, y vine a Canarias tras aprobar unas oposiciones del Estado. Cuando llegué, hace ya muchos años, lo hice pensando en trabajar en sismología, pero me di cuenta de que en las Islas lo más llamativo es precisamente que se trata de un área volcánicamente activa. Entonces, desde ese momento empezamos en el IGN a intentar ver de qué manera se podía abordar la vigilancia volcánica. Pero el año 2004 –cuando fue la crisis sísmica en Tenerife que se asoció a una reactivación volcánica– fue el momento en que el Instituto asumió la competencia de la vigilancia volcánica y de la alerta.

¿Y cómo es para alguien que estudia la vulcanología venir a un lugar activo como Canarias?

Bueno, cuando yo llegué, en lo primero que pensé fue en entrar en contacto con la Facultad de Geología y ver qué se estaba haciendo en ese sentido. Me quedé sorprendida porque no solo no había facultad, sino que existía un único departamento de edafología, en el que había gente que trabajaba en vulcanología. Obviamente, la singularidad que tenemos en Canarias es que no está solo el Teide como estratovolcán que vigilar, con su peculiaridades por ser un volcán que tiene erupción tras erupción, sino que hay una elevada superficie en la que pueden tener lugar erupciones monogenéticas. Con lo cual, es un reto doble la vigilancia de todos aquellos edificios volcánicos que conocemos con nombre propio: el Vesubio, el Etna… –estos volcanes que tienen una erupción tras otra– y las erupciones que abarcan un área tan grande como puede ser, en este caso, Cumbre Vieja, que se pueden producir en cualquier punto del lugar. Y esto es un reto, pero no solo tecnológico, sino también científico.

Si hay erupciones monogenéticas, ¿cómo son las poligenéticas?

Las poligenéticas son aquellas que tienen muchas erupciones y que aportan material que se apila, por eso los volcanes poligenéticos son muy grandes, porque han tenido muchas erupciones y al apilar ese material alcanzan unas alturas tan grandes. Todos los demás que conocemos, como el Teneguía, San Juan, San Antonio, Duraznero, el de ahora de La Palma o el Tagoro, que fue submarino y en El Hiero, son volcanes monogenéticos. Cuando tienes un volcán poligenético las redes instrumentales se centran alrededor de dicho volcán, es decir, se cubre el área del propio volcán y con eso está garantizada la vigilancia si tienes una densidad suficiente de instrumentación. Pero el problema en Canarias es que son grandes áreas las que tienes que vigilar con una densidad suficiente como para que cualquier precursor sea detectado y que luego, si hace falta, se pueda densificar en la zona en que esa anomalía se está produciendo. Volviendo a Cumbre Vieja, la densidad de estaciones que teníamos era suficiente como para que no haya habido que densificar. Lo único que se ha añadido son cámaras térmicas y cámaras de vigilancia visual, que estas no estaban funcionado, obviamente, pero el resto de la instrumentación ya estaba operativa desde hacía varios años.

Parece que con Cumbre Vieja nos hemos vuelto más conscientes de dónde pisamos…

Creo que buena parte de la sociedad canaria ha vivido de espaldas al fenómeno volcánico. Y esto tiene un período de recurrencia, pues entre las erupciones pasan unos 25 o 30 años de media. Esto hace que la gente se olvide de que vivimos en un archipiélago volcánicamente activo. Yo creo todos los medios se están esforzando por darle mayor visibilidad a esta erupción, que tenemos la desgracia de que haya afectado a zonas urbanas. Si se hubiese producido en un territorio en el que no hubiese afectado a edificaciones ni a la vida de las personas, quizás habría tenido menor repercusión. Esta erupción es atractiva en sí misma como fenómeno de la naturaleza, pero tiene una vertiente muy negativa por ser urbana. A partir de aquí yo creo que sí puede haber un cambio desde la Administración y la Consejería de Educación para que la vulcanología tenga un espacio en los libros de los niños desde el comienzo de su formación. Tiene que haber un cambio en el conocimiento de la sociedad en Canarias y eso tiene que empezar por unos planes de educación que recojan la vulcanología como un tema singular en las Islas; y por la trascendencia que tiene también para la seguridad de las personas. Cuando se conoce un fenómeno da menos miedo, porque sabes cómo afrontarlo.

¿Qué han aprendido desde el IGN con esta erupción?

Creo que ya con la erupción del volcán Tagoro aprendimos muchas cosas. Una vez que terminó la erupción pudimos descubrir nuevas cuestiones sobre ése proceso. Cada volcán tiene un comportamiento diferente, pero existen ciertas similitudes. Esta erupción, desde luego, nos aportará mucho más conocimiento porque es la primera subaérea que estamos vigilando. Todas las situaciones, incluso las que no son eruptivas, nos aportan conocimiento.

¿Cómo se gestionan las emociones ante esta situación?

Creo que en las emergencias tienes dejar un poco las emociones a un lado, procurar mantener la entereza y la cabeza fría para que el trabajo fluya lo más adecuadamente posible. En el caso de la erupción de La Palma la dificultad mayor que hay es cómo ha afectado a las personas. Es lo peor de todo. Y nuestro trabajo se centra, mayoritariamente, en ayudar a los gestores a que las medidas que tomen minimicen el impacto negativo que obviamente esta erupción tiene sobre la sociedad palmera y, en concreto, en los habitantes del valle de Aridane. Te diría que personalmente es una situación en la que hay que tratar de mantener la tranquilidad, en la que a veces se pasan momentos complicados; pero es la mejor manera de que las decisiones se tomen, por parte de otros, porque nosotros no decidimos, pero damos la información lo más fiablemente posible y pausada para que las decisiones que puedan tomarse sean las correctas.

En el momento en el que hablamos Cumbre Vieja sigue en erupción. ¿Hay algún dato que indique hasta cuándo seguirá así?

En este momento no hay ningún parámetro que nos indique que el final de la erupción pueda estar cerca. La vulcanología es una ciencia muy multidisciplinar, que agrupa muchas ciencias para poder comprender qué es lo que está pasando a varios kilómetros de profundidad: sismología, geodesia, química, teledetección, matemáticas, ingeniería, pero ningún indicador de estas ciencias apunta a que el final pueda estar cerca. Sí es verdad que hay parámetros que se están vigilando –la deformación por la sismicidad o la tasa de emisión de dióxido de azufre– y que nos harán ver cuándo llega el momento en que podemos estar acercándonos al final.