Por Kim-Zé Brito

En São Vicente nadie se imagina un carnaval sin los mandingas. Los mandingas son esos guerreros con faldas de sisal que abren y cierran este gran evento de cultura popular, llevando con ellos por toda la ciudad a entre 10 000 y 15 000 fiesteros en cada asalto. El más emblemático es el llamado “entierro del carnaval”, un funeral con carrozas que termina horas más tarde con el ataúd sobre las aguas tranquilas de la playa de la avenida Marginal.

Cuando se acerca el desfile oficial, que normalmente cae en febrero, la batucada frenética y los gritos típicos de los mandingas se transmiten por el aire. Ariah, gritan con la boca abierta de par en par, mientras hacen movimientos amenazadores con las lanzas. El primer domingo del mes de carnaval es uno de los momentos más esperados por los mindelenses. Es el arranque de un periodo “loco”, “endiablado”, tanto en la periferia como en el centro de la ciudad. Durante cuatro o cinco semanas seguidas, la ola humana sigue subiendo.

 

 

Por la mañana empiezan los preparativos en la sede de los mandingas de Ribeira Bote. A eso de las 14:00, el pequeño barrio empieza a estar más intensamente transitado, invadido por niños, jóvenes y adultos de todas partes, llenos de ganas de darlo todo. A esa hora, los músculos ya han calentado, la batucada y los instrumentos de aire afinados, los compases al ritmo.

Cuando se da la señal de salida, el cortejo empieza a serpentear por las callejuelas de Ribeira Bote al ritmo de la batucada. Enérgicos mandingas se contonean en elaborados y gráciles pasos de baile. Son movimientos continuos, realizados a lo largo de horas al estilo mandinga.

Cada semana, el asalto toma un rumbo diferente: una hacia el sur, otra al norte. Sin embargo, el desfile más impresionante es el que sube por las largas avenidas que unen Ribeira Bote, Cruz João Évora, Madeiralzim, Chã de Alecrim, praia da Lajinha y desemboca en la avenida Marginal, en pleno centro de Mindelo. A lo largo de ese trayecto es más fácil hacerse una idea del tamaño de esa serpiente humana.

 

 

Los desfiles de los mandingas atraen cada año a más personas. Hay incluso turistas que se suman a la fiesta. Visitan los bastidores para ver todos los preparativos, grabar vídeos o hablar con los asistentes a la fiesta. Son muchas las personas que se pintan el cuerpo y participan en esa celebración espontánea.

En São Vicente hay mandingas para todos los gustos. Están en zonas como Ilha d’Madeira (Ribeira Bote), Fonte Filipe, Espia, Fernando Pó, Fonte Francês, situadas en la cintura sur de la ciudad de Mindelo. Sin quitar importancia al resto, los de Ribeira Bote son los más populares. En este grupo destaca Djalô, mandinga de cuerpo y alma. Para él, pintarse el cuerpo, vestirse la falda deshilachada y salir por las calles de Mindelo no tiene día ni hora. Se le ve durante la Navidad, el festival de Baía das Gatas, en los eventos culturales, siempre con su atuendo tradicional, para la sorpresa y deleite de muchos admiradores.

 

 

Las personas de más edad afirman que el primer mandinga fue Capote, un exestibador de Porto Grande, que solía estar en el Cais da Alfândega y los bares de Praia de Bote. Él incorporó el espíritu de los mandingas y dio el primer grito de guerra en los años 40 del siglo pasado. Pasados 80 años, los mandingas se han convertido en una marca registrada del Carnaval d’Soncent.