Por Elena Horrillo. Fotografías por Daniel Martorell

La tramontana no es un viento amable. Es frío y virulento y, sin embargo, limpia los cielos y los pinta de un espectacular azul intenso. En Mallorca azota el este de la isla mientras a la capital llega suavizado porque una barrera natural de 90 kilómetros se encarga de amortiguarlo y distraerlo entre los recovecos de sus cumbres. Y por eso, esa muralla de picos azulados lleva su nombre –la sierra de Tramontana– y guarda su particular carácter. Sus más de 50 cimas que sobrepasan los 1000 metros encubren calas casi impenetrables, sobrecogedores paisajes y también pueblos que han construido su historia a la par que la de su entorno, conservando intacta la esencia de la isla.

Valldemossa es sin duda uno de los pueblos más insignes de la sierra de Tramontana. Allí se encuentra la cartuja de Valldemosa, palacio y residencia de reyes, así como refugio de personajes como Jovellanos, Unamuno, Azorín, Rubén Darío o la pareja formada por el músico Frédéric Chopin y la escritora George Sand. La celda que habitaron es un pequeño museo del invierno que pasaron en Mallorca y lugar de peregrinaje habitual de visitantes. Mientras, el pueblo, a los pies de la cartuja y encajonado entre las montañas, ofrece un cautivador paseo en el que uno de los objetivos debe ser encontrar una auténtica coca de patatas.

A apenas 10 minutos de Valldemossa, Deià parece trepar por el Puig del Teix, huyendo del Mediterráneo. Sus cuidadas casas de piedra, donde no falta el colorido encanto de las buganvillas, rivalizan con la pequeña cala en la que cada recodo guarda el alma de los pueblos pescadores de antaño. Por si fuera fácil elegir entre ambas, se unen a la contienda las espectaculares vistas desde el mirador de Sa Foradada, con su peculiar agujero en la roca y uno de los mejores atardeceres de la isla.

 

Aunque si hay un pueblo protagonista en esta tierra, ese es Sóller con su peculiar talante afrancesado. Debido a la orografía, estuvo prácticamente aislado del resto de la isla durante años, así que se dedicó al comercio marítimo con Barcelona y Francia, lo que pigmentó sus calles de su singular carácter. Los edificios modernistas que se concentran en la plaza de la Constitución y su encantador tren de madera dan buena muestra de ello. Además, aquí se encuentra el que fue el primer tranvía eléctrico de la isla, que une Sóller con su puerto, un pequeño pueblo construido a lo largo de una hermosa bahía y vigilado por innumerables terrazas y campos de naranjas.

La siguiente parada en esta ruta es Fornalutx, a los pies de Puig Mayor, el pico más alto de la sierra. Fornalutx puede presumir de ser el único municipio de Baleares considerado como uno de los pueblos más bonitos de España. No hay nada como perderse entre sus empinadas calles, repletas de robustas casas señoriales e irregulares escalones, hasta dar con el ayuntamiento, con su torre defensiva del siglo XVII, su iglesia del siglo XIII o el pequeño torrente que bordea el pueblo. Imprescindible es también colgar la mirada de las tejas hasta descubrir las pintadas, predominantemente en tonos rojizos, que según la tradición evitaban las desgracias a los habitantes de la casa.

Y para concluir la ruta, nada como acudir al lugar en el que la sierra de Tramontana se rinde al Mediterráneo ofreciendo al visitante una de las más bellas atalayas de la isla. El cabo de Formentor es punto de encuentro de los vientos, donde la tramontana se hace fuerte y recuerda a quien quiera escucharla que ella es la dueña y señora de estas bellas montañas.