Texto Carla Rivero

Imagen Rocío Eslava

El viento de media tarde se desliza entre las copas de los pinos mediterráneos que crecen por doquier en Mallorca, consiguiendo que a través de su sombra el paseo sea más agradable y se respire con intensidad el aliento del mar. El camino que nos atañe en esta ocasión se esconde en los alrededores de la Serra de Tramuntana y, como un caleidoscopio, abre múltiples historias al caminante, al aventurero, a quien recorre con respeto estos caminos que fueron trazados hace tantos siglos.

A lo largo del camino de Sa Trapa, una ruta que se encuentra en el municipio de Andratx y es accesible desde la pedanía de Sant Elm, se imagina una trabajando codo a codo con los monjes trapenses que se asentaron en el valle huyendo de la Revolución francesa y que construyeron una comunidad que, a día de hoy, preserva el colectivo ecologista GOB a través de la organización de la sociedad civil. La finca de ochenta y una hectáreas alberga especies como la orquídea mediterránea y permite descubrir una cara de la isla que combina arquitectura popular con técnicas milenarias como la piedra en seco.

Si una se pierde, siempre puede alzar la vista y contemplar el islote de Sa Dragonera, que, junto con los islotes Pantaleu y Mitjana, forma un parque natural que alberga especies como el cormorán, el águila pescadora o el halcón común –cuyo ciclo vital se puede apreciar en directo desde las cámaras que instalan las asociaciones animalistas para promover su conservación–. Una auténtica joya natural que, a vista de pájaro, se puede tocar con solo extender la mano si nos ponemos de puntillas en este peñasco.

Un paisaje que remite a las páginas del libro Imaginar Imaginari, del artista Miquel Planas, donde se muestra a través de las tomas de satélite la transformación del terreno mallorquín, en el que conviven los cultivos de los payeses, las huertas abandonadas, los terrenos no urbanizables que se quieren explotar, las piscinas y los nuevos parques fotovoltaicos que convergen en un territorio finito. En ese pequeño ensayo se contempla una isla que a lo largo de los siglos ha estado representada en las pinturas de Sorolla o de Fuster Valiente, quienes quedaron encandilados por su luz, aunque a veces parezca que se desluce por la fuerza de los sucesos de la actualidad.

Aun así, en el camino del Archiduque volvemos a encontrar la huella de las múltiples culturas que han conformado la identidad mallorquina. Especialmente, en este sendero que se encuentra en el término municipal de Valldemossa, pero, aviso a navegantes: el mal de altura es contraproducente para transitar la zona, ¡y también la fobia a las cabras que danzan sueltas por estos lares! La ruta de ocho kilómetros tiene su origen en el siglo XIX, cuando el noble Luis Salvador de Austria ordenó la construcción de un trazador circular para invitar a sus amistades europeas y locales a contemplar la magnificencia de la orografía, gracias a la presencia de los miradores de Ses Puntes, desde el que se aprecia el Torrent de Lli y el pico de Galatzó, el de Ses Bases o el de Sa Regata de les Onze.

La lana de un rebaño de ovejas que pasta por la finca, mirando quedamente a los paseantes, se confunde con la superficie rocosa, tan desgastada y grisácea como el manto que las envuelve. El silencio inunda los barrancos, y una cierra los ojos por momentos para escuchar lo que le dice el mundo en susurros.