Por Elena Horrillo.

Fotografías por Daniel Martorell.

Mallorca parece no necesitar ya adjetivos que evoquen el turquesa que baña sus calas, el encanto de sus pueblos o la belleza natural que preside la omnipresente sierra de Tramontana. Sin embargo, a decenas de metros de profundidad el prodigio continúa. Bajo tierra habita una Mallorca de conmovedoras cuevas y galerías subterráneas para certificar que la isla es tan bonita por fuera como por dentro.

Decía el dominico san Vicente Ferrer que la isla de Mallorca estaba hueca por dentro, como si se tratase de una enorme olla de barro colocada boca abajo. Las más de 200 cuevas conocidas apuntalan que, si bien la versión del santo no es correcta, la isla posee un increíble patrimonio bajo tierra que llegó a impresionar al mismísimo Julio Verne. Y aunque desde estas grutas no se accede al centro de la Tierra, sí permiten, entre otras cosas, contemplar en sus fantasmagóricas salas un concierto de música clásica ante uno de los lagos subterráneos más grandes del mundo.

 

 

Unos 170 metros de longitud y aproximadamente 30 de ancho; esas son las proporciones del lago Martel –llamado así en honor del espeleólogo francés que lo descubrió–, el colofón final de la visita a las Cuevas del Drach, las más conocidas de la isla. Antes de llegar a él es sencillo maravillarse con las prodigiosas formas que envuelven estas cuatro cuevas conectadas y entrelazadas entre sí: Cova Negra, Cova Blanca, Cova de Lluis Salvador y Cueva dels Francesos. Aquí habita La Bandera, una formación rocosa que parece ondear entre luces y sombras; el Monte Nevado, donde las estalagmitas se funden hasta parecer un manto helado; o los Baños de Diana, una piscina en la que el turquesa del agua se hace digno de una diosa romana. Todo realzado con la exquisita iluminación orquestada por Carles Buïgas, diseñador también de la Fuente Mágica de Montjuic.

También en Porto Cristo, en Manacor, se encuentran las Cuevas dels Hams, las primeras abiertas al público en España y que toman el nombre de sus características formaciones arborescentes, similares a anzuelos (hams, en mallorquín). Al igual que sus vecinas del Drach, atesoran un lago subterráneo llamado Mar de Venecia, en el que también se ofrecen espectáculos musicales.

No muy lejos de ambas, en Capdepera, se camuflan las Cuevas de Artà, cuyo recorrido está salpicado de estalactitas y estalagmitas –la más grande, de 22 metros– que desbordan la roca y dan lugar a salas casi temáticas. En la conocida como El Infierno las formas parecen perversas, animadas por un espectáculo de luz y sonido que amplifica la sensación. Justo lo contrario ocurre en La Gloria, donde el entorno se vuelve casi angelical y hacia el final, tras descubrir que las distintas columnas pueden provocar dispares sonidos, la bahía de Canyamel se extiende ante los ojos, devolviendo a las retinas la luz y ese azul mediterráneo que solo estas islas acogen.

 

 

Otro de los puntos emblemáticos de Mallorca es la sierra de Tramontana, que se alza por encima de los 1400 metros y que también cobija bajo su suelo las Cuevas de Campanet, a más de 50 metros de profundidad. El Salón Rojo o la Sala del Lago están en la parte noroeste de la cueva mientras que la noreste esconde la Cascada Sonora, el Castillo Encantado y la Sala Romántica, la más amplia, con más de 12 metros de altura. Todo un entramado de más de 3200 metros que fue descubierto de manera accidental cuando se buscaba agua.

También la búsqueda de agua acabó desembocando en el hallazgo de las Cuevas de Génova, cuya peculiaridad es que se encuentran en la misma capital de la isla, bajo el barrio residencial de Génova. A más de 35 metros de profundidad se extienden piscinas, cúpulas rocosas y sinuosas estructuras impregnadas de los colores de diferentes minerales. Como si la esencia del Mediterráneo, de los atardeceres en el mar o de la misma sierra de Tramontana se hubieran filtrado hasta empapar las profundidades de Mallorca.