Aranzazu del Castillo Figueruelo

Roque Nublo. Día de verano. Colores vivos. El marrón de la montaña, el azul del cielo, el verde de los pinos. Un tímido Teide de fondo. Hay turistas, pero no en exceso. Cámara en mano preparada para inmortalizar el momento. Todo el mundo posicionado y… “espera, así no salimos todos, ¿Por qué no te acercas y nos hacemos un selfie?” Adiós Roque Nublo, adiós montaña, adiós cielo, adiós pinos, adiós Teide y, por supuesto, adiós turistas.

Capturar con el objetivo de una cámara los distintos escenarios por los que vamos pasando en nuestros viajes es una afición que nos viene de lejos. El ser humano tiene una interesante capacidad de memoria, pero, por más que queramos que sea diferente, sus recursos son limitados. El hombre tiene terror a olvidar y para evitarlo, necesita inmortalizar cada momento que vive. Paradójicamente, la enfermedad de Alzheimer, cuyo síntoma principal es la alteración de la memoria, se ha convertido en una de las patologías por excelencia de nuestros tiempos.

Esta inquietud ha llevado al ser humano desde sus orígenes a buscar medios a través de los cuales poder dejar constancia de sus vivencias. Le ha llevado a grabarlo todo en forma de imágenes (escrituras, dibujos, fotografías, etc.), sonidos (rezos, fábulas, canciones, etc.) y movimientos (hábitos, danzas, etc.). En la actualidad se aprovechan todos estos recursos para elaborar creativos vídeos con fotografías, música y mensajes escritos. Un álbum de fotos digital que deje huella…para después guardarlo a buen recaudo en un disco duro externo.

Y es que las tecnologías han ampliado infinitamente las posibilidades a la hora de crear recuerdos de nuestros viajes y aventuras. Cada día aparecen nuevas aplicaciones que permiten al más creativo hacer virguerías y confeccionar álbumes que incluyan mapas interactivos, información sobre el lugar visitado, canciones que acompañaron durante el viaje, etc. Son la versión moderna del billete de avión o la servilleta de la cafetería bonita enganchados junto a las fotografías. Las dos tienen encanto y logran trasladar a quien consulta la obra a un lugar y tiempo del pasado. Lo importante no es tanto los materiales que se utilizan, sino la emotividad con la que se combinan y se presentan, aunque muchos coincidirán en que un vídeo consigue transportar más fácilmente al que lo contempla (claro, no requiere de imaginación). Hay otros cambios, sin embargo, que me gustan menos y que asocio a algunos de los valores que predominan actualmente en la sociedad (p.ej., la inmediatez).

Se ha perdido el sentido y el foco a la hora de hacer fotografías durante un viaje. ¿lo importante es el resultado final o el proceso? ¿retratar el lugar, la persona o la persona en el lugar? ¿En el estado en el que se encuentra en esa situación o fingiendo una emoción diferente?

            Recuerdo las cámaras con carretes. Cada disparo valía oro y, por tanto, debía ser planificado cuidadosamente. Aun así, era inevitable que apareciera en cada revelado alguna foto borrosa con la señal de un dedo intruso tapando el objetivo. Lo importante en ellas era que salieran todos (todos menos el fotógrafo), pero más aún, que saliera el paisaje… y, sobre todo, que se supiera dónde habían estado los afortunados modelos (“¿es eso un mar de nubes? Qué bonito, deben estar en…”).

            La moda de los selfies merecería un capítulo aparte, pero baste decir que se ha convertido en el ángulo preferido para la mayoría de las personas, pese a su incomodidad. No solo uno no sale demasiado favorecido en ellos, sino que, además, da igual el lugar en el que se esté. En casa, en el Teide, en el mar… el paisaje siempre va a ser el mismo. Y para colmo, ya se han registrado algunas muertes por selfie. Claro, en un intento de abarcar algo más que la propia cara las personas arriesgan… y mucho.

            Con la última fotografía la cámara comenzaba a emitir un simpático chirrido que rebobinaba el carrete para dejarlo listo para revelar. Entonces tocaba la espera y la ilusión por ver el resultado. Ahora no hay posibilidad de error, ni esperas, ni impaciencia… aunque sigue habiendo ilusión.

Lo importante no es hacer la foto, sino compartirla. Es el efecto de las redes sociales. Se ha extendido la creencia errónea de que si no se cuelga una fotografía en Facebook, Instagram o Twitter es como si no se hubiera vivido el momento. Curioso… ¿no? Pero la gente se lo cree, igual que no se plantea que sus contactos hacen una cuidadosa selección de las fotos que suben a la red (solo se viven buenos momentos, por supuesto).

Y después de esta reflexión, en la que parecería que estuviera abogando por una vida sin tecnologías y por una necesaria vuelta a los orígenes ¿qué propongo? Que las aprendamos a utilizar. Son un excelente recurso para enriquecer nuestros recuerdos inmortalizados. Pero no olvides que lo más importante y lo más bello no es capaz de recogerlo una cámara, solo puede hacerlo tu mirada, con sus filtros de personalidad e historia de aprendizajes previos.