Por Juan José Ramos Melo @JuanjoRamosEco

En aquellos lugares alejados donde el viento pega con fuerza, el sol agrieta el suelo y las lluvias no son muy abundantes, habita uno de los árboles más resistentes de Canarias. Un auténtico superviviente. La sabina es un árbol con forma de peluca agitada por el aire y ha llegado a ser denominada por algunos como la novia del viento e incluso relacionada con leyendas del más allá. Abundante en las medianías de buena parte de las Islas hasta no hace mucho, sus usos y virtudes la llevaron en muchos lugares hasta su práctica aniquilación.

La sabina, conocida por los científicos actualmente como Juniperus turbinata, es un árbol de origen mediterráneo. Se distribuye tanto en la vertiente africana como en la europea y también está presente en todas las Islas Canarias, salvo en Lanzarote y Fuerteventura. Es abundante en La Gomera y El Hierro, donde llega a formar pequeños bosques de árboles dispersos. Algo más escasa es en La Palma y Tenerife, y tiene poca presencia en Gran Canaria, donde debió de ser muy abundante en el pasado, pero en la actualidad se ve recluida a los riscos más inaccesibles del sur y el oeste de la Isla.

Las más conocidas son las sabinas que habitan en La Dehesa, en El Hierro, donde se han convertido en un auténtico símbolo vegetal de la Isla del Meridiano. En todo el Archipiélago existen sabinas de gran porte, como la de La Malecita, en Buenavista del Norte; la de El Guincho, en Garachico (ambas en Tenerife); o la de la Casa de la Marquesa, en Tirma (Gran Canaria). Los bosques de sabina más extensos de Canarias los encontramos en Vallehermoso, en La Gomera; La Dehesa, en plena Reserva de la Biosfera y Geoparque de El Hierro; y en Afur, en la Reserva de la Biosfera de Anaga (Tenerife).

Identificarla es muy fácil, pues es un árbol de mediano tamaño dotado con un grueso y recio tronco, con corteza agrietada de color marrón oscuro, con tonalidades algo grisáceas. Su forma queda determinada por la acción del viento, que la modela dándole aspecto achaparrado. Sus ramas tienen diminutas hojas de color verde oscuro, de forma triangular y solapadas unas sobre otras. Sus flores son muy pequeñas y de color azul, casi imperceptibles, y pueden aparecen tanto en el invierno como en la primavera, incluso en ocasiones hasta en otoño. Después del segundo año aparecen sus frutos, en forma de globo de color pardo-rojizo, que aprovechan como alimento muy pocos animales. Sin embrago, lagartos y cuervos parecen ver en ellos un auténtico manjar. Al comerlos, los cuervos ayudan a su dispersión: las semillas viajan en sus estómagos de un lugar a otro, y sus jugos gástricos las convierten en simientes mucho más fértiles. De este modo, cuervos y sabinas se ayudan mutuamente y garantizan la existencia de pequeños sabinares en aquellos lugares donde aún sobrevive este córvido.

La madera, por su dureza, resistencia y peculiar olor, fue muy apreciada para la construcción de muebles y utensilios de labranza y para otros fines. En algunos lugares de las Islas la corteza se usó como remedio para combatir enfermedades del riñón y regular la menstruación. Incluso se le han llegado a atribuir propiedades abortivas.

La sabina ha sido venerada desde siempre por los habitantes de las Islas, principalmente por sus usos y sus características, todo ello a pesar de la presión y aniquilación a la que ha sido sometida. En la época aborigen, fue usada en rituales relacionados con la muerte: han aparecido semillas y restos de madera junto a momias guanches. El escultor grancanario Martín Chirino le ha dedicado varias esculturas de hierro. Y en el año 2011, Brian May, el guitarrista de la legendaria formación musical Queen, usó la imagen de la sabina de La Dehesa en la portada de su disco Another World, internacionalizando este símbolo vegetal.