Nos enfrentamos a una encrucijada de retos que ponen a prueba nuestra estabilidad y nuestra capacidad de adaptación. Algunos desafíos son persistentes, como la baja productividad, el envejecimiento poblacional y la transición digital, que llevan años marcando la agenda económica; otros, como los cambios geopolíticos, la transición climática y la resiliencia social, añaden una capa de complejidad en un entorno de creciente incertidumbre. En España, la falta de vivienda, la inmigración y el deterioro de la vida pública se suman a los desafíos. 

DESAFÍOS PERSISTENTES: ANCLAS AL CRECIMEINTO

La baja productividad es una piedra en el zapato para muchas economías europeas, especialmente en España, donde las pequeñas y medianas empresas, que representan un altísimo porcentaje del tejido productivo, están rezagadas en términos de innovación y eficiencia. Esta debilidad limita el crecimiento y frena el avance hacia un modelo más competitivo.

El envejecimiento poblacional presiona las arcas públicas y el mercado laboral. Con una población activa decreciente y un sistema de pensiones que demanda reformas estructurales, Europa se enfrenta al dilema de equilibrar sostenibilidad fiscal y cohesión social. España, con una de las tasas de natalidad más bajas del continente, es un claro ejemplo.

En paralelo, la transición digital, aunque ofrece oportunidades, evidencia desigualdades tanto entre países como dentro de ellos. La falta de competencias digitales en gran parte de la población y el acceso limitado a tecnología avanzada en sectores clave dificultan la plena incorporación a la economía digital. La inteligencia artificial posibilita aumentar esa brecha.

NUEVOS DESAFÍOS: INCERTIDUMBRE GLOBAL Y LOCAL

Los cambios geopolíticos generan tensiones en los mercados y exigen mayor autonomía estratégica. La guerra en Ucrania y el conflicto en Oriente Medio están produciendo un reordenamiento de las alianzas globales, intensificando la necesidad de una política energética y de defensa común más sólida en la Unión Europea.

Por otro lado, la transición climática plantea costos inmediatos que chocan con las capacidades financieras de algunas economías europeas. La implementación de políticas para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 exige no solo inversiones masivas, sino también un consenso social y global, que aún no está plenamente consolidado.

Finalmente, la llamada resiliencia social cobra protagonismo como factor crítico en un contexto de creciente polarización política. La capacidad de las instituciones para mantener la cohesión social frente a estos desafíos será determinante para preservar la estabilidad de la región.

En conclusión, la zona euro se encuentra en un delicado equilibrio entre superar las barreras del pasado y adaptarse a un futuro incierto. En este panorama, solo una acción coordinada y valiente podrá garantizar un camino sostenible hacia la prosperidad.