Texto por Fabián Sosa

Fotografías por Adriana Galdo

Si hablamos de A Coruña, lo hacemos de una ciudad inevitablemente ligada al Atlántico. Así lo atestigua la Torre de Hércules. El faro romano en funcionamiento más antiguo del mundo, que se yergue imponente sobre una colina al borde del mar desde el siglo I d. C., es un imprescindible en tu visita a la ciudad gallega. Una vez en la torre, si subes sus 234 escalones, podrás disfrutar de unas vistas magníficas de la ciudad y del golfo Ártabro. Aunque, sin duda, lo más recomendable es dejarse llevar por los alrededores del faro para descubrir algunas de las dieciocho obras –como La rosa de los vientos o Los menhires– que componen este parque escultórico y que salpican de mitos e historia esta península.

Al oeste, un gran paseo marítimo se extiende durante dos kilómetros bordeando las playas de Orzán y Riazor. La brisa marina que invade la avenida facilita el contacto con la naturaleza sin alejarse de la ciudad, lo que atrae a deportistas y personas que buscan respirar aire fresco en la comodidad de la urbe. En verano, su cercanía la convierte en una playa muy frecuentada, aunque pocos son los valientes que traspasan el paseo y pisan la arena cuando llega el invierno.

En pleno centro, los jardines de Méndez Núñez conforman el espacio verde más antiguo de la ciudad. Diseñados en 1868, albergan diversos monumentos y edificios emblemáticos, como La Terraza o el Quiosco Alfonso. Con frecuencia, estos jardines son escenario de ferias de artesanía, exposiciones de arte, actuaciones musicales y todo tipo de actividades culturales, lo que los convierte en una opción ideal para dar un paseo.

Adentrándonos en la ciudad, encontramos la plaza de Lugo, alrededor de la cual se concentra la principal zona comercial de A Coruña. Sin embargo, el principal atractivo del lugar no se encuentra tras los escaparates, sino sobre ellos. Al alzar la vista, resulta difícil no quedar impresionado por los edificios modernistas que adornan las calles del Ensanche. Estas construcciones, que a finales del siglo XIX comenzaron a revolucionar el urbanismo coruñés, bebieron de las tendencias surgidas en las principales capitales europeas. Y se levantaron para convertirse en el hogar de una nueva burguesía surgida del lucrativo comercio con las Américas. Las líneas curvas, los motivos florales o marinos y los elegantes elementos de fundición en las fachadas son un buen reflejo de la próspera situación que atravesaban aquellos nuevos ricos que comenzaron a habitar esta zona de la ciudad.

 

A unas cuantas calles de la playa de Orzán, se halla toda una joya para los amantes de la pintura. El Museo de Bell

 

as Artes de A Coruña, construido en 1995 sobre las ruinas del antiguo convento de las Capuchinas, alberga en su interior una colección de más de 5000 obras, que abarca desde el siglo XV hasta la actualidad. Cuenta con firmas de relevancia internacional como Rubens y grandes nombres de la pintura nacional como Sorolla o su discípulo local, Francisco Lloréns. El museo, cuyo edificio es ya una obra en sí mismo, también ofrece entre su colección piezas escultóricas, dibujos y grabados. Además, la entrada es gratuita, así que no hay excusa para no visitarlo.

En la otra costa de la ciudad, una mujer esculpida en bronce y de gesto desafiante yace portando una lanza frente a la casa consistorial. Con la otra mano sostiene la de su marido, recién asesinado. Se trata de la estatua en honor de María Pita, la heroína coruñesa que en 1589 lideró la expulsión de las tropas inglesas de la ciudad. La obra, realizada por Xosé Castiñeiras en 1998, se encuentra en la plaza del mismo nombre.

Con 10 000 metros cuadrados de planta, la de María Pita es una gran plaza. Diseñada a mediados del siglo XIX, se encuentra protegida por edificios porticados que la resguardan del mar. Atravesándolos, se abrirá ante nosotros el puerto de A Coruña, considerado uno de los más importantes del norte de España. También resulta un lugar idóneo para pasear tomando un helado mientras los barcos regresan al puerto y los cristales de las galerías se bañan con la luz dorada del atardecer.