Por Saioa Arellano

Es una mañana de sábado soleada, algo atípico para ser octubre en A Coruña, pero que se agradece inmensamente. A pesar de ser temprano las calles están llenas de gente, de esa viveza que caracteriza las ciudades que albergan vida más allá de lo que vemos.

No es una novedad que uno de los puntos fuertes de Galicia y, en concreto, de A Coruña lo encontremos en la calidad de sus pescados y mariscos, en sus materias primas. De hecho, no podríamos entenderla sin su maravilloso puerto, que históricamente fue un fuerte punto comercial, pues en los primeros siglos sirvió para transportar vino, aceite, grano y pescado, entre otros muchos productos. Hoy en día sigue siendo de vital importancia para conservar o mantener una de las principales actividades económicas, que no solo tiene arraigo geográfico por encontrarse esta ciudad a orillas del Atlántico, sino por su grandeza histórica al ser una ciudad que ha sido conocida, entre otras muchas cosas, por ser mariñeira.

En A Coruña hay tres mercados. En la plaza de Lugo, se encuentra uno de los más bonitos y con historia de todo el país. A mediados del siglo XIX se organizaba en ese lugar un mercado al aire libre, que por entonces carecía de infraestructura. No fue hasta entrado el siglo XX, concretamente en el año 1901, cuando se empezó a construir lo que fue el primer edificio del mercado Eusebio da Guarda –o mercado de la plaza de Lugo–. Tras el fallecimiento de Eusebio da Guarda, el arquitecto del mercado, la finalización de las obras y su inauguración no tuvieron lugar hasta el año 1910. Tras el primer edificio, se acometieron dos obras más hasta que la última llegó en 2006, con el edificio que vemos hoy.

La actividad en el mercado comienza con ir a la lonja a las cinco de la mañana. Allí, los pescadores que regresan de faenar vuelcan todo lo que han pescado durante su jornada y empieza la puja por conseguir los mejores productos. De allí saldrán hacia diferentes puntos de España, pero también se quedarán en la ciudad, donde a partir de la ocho de la mañana se comenzarán a vender. Entrar en ese espacio es como volver a momentos de la infancia. Personalmente me recuerda a muchas mañanas que pasaba con mi abuela yendo a comprar el pescado que comíamos en el día, pero también me recuerda a esas tradiciones de hacer recados o comprar cada producto en su lugar. A las rutinas de antaño, a los procesos lentos, a los oficios de toda la vida y al valor añadido de consumir un producto fresco del lugar. Me recuerda la importancia de valorar, respetar y admirar la riqueza que te aportan los sitios.

El sonido ambiente al caminar por los pasillos no deja indiferente a nadie. La más pura naturalidad del día a día. El más puro estilo de aprovechamiento cuando escuchas preguntar si «quieres los desechos para facer un caldiño». El sonido del pescado posándose en la pesa; el que deja el limpiador de escamas; la tipografía de la cartelería; la compra de las personas en sus carros… Todo eso y mucho más es la esencia de estos lugares tan mágicos. Por supuesto, otro de los grandes beneficios que tienen los mercados es que son un punto de encuentro, allí ves al amigo, al vecino, al familiar, o cuidas el encanto que tiene ir al puesto de siempre.

Está claro que hay una fuerte influencia dentro del mundo de la cocina a través del pescado y el marisco; es indiscutible. Y una de las mejores cosas que tiene A Coruña, además de preservar este tipo de actividades, es que todo el producto que puedes consumir se adquiere en la ciudad. Favorecer el producto de proximidad y local hace que el valor añadido que tiene el lugar sea muchísimo mayor. Actualmente cuentan con una variedad gastronómica que nada tiene que envidiar a otros sitios históricamente asociados a lo culinario.