Es evidente que las formas de viajar están cambiando. En un mundo cada vez más globalizado e hiperconectado, la tendencia es volver a donde todo empezó, al origen de aquellas costumbres que tan felices nos hacía, probablemente sin saberlo. Con esto quiero decir que la dirección a la que nos lleva este nuevo paradigma viajero no es otro que el buscar un destino que nos permita aunar diferentes planes y si estos tienen que ver con la cultura y la gastronomía, mejor que mejor.

A Coruña es de esos destinos para visitar con mucha calma, pues no todo se reduce a la ciudad, pero es cierto que siempre que me preguntan digo que es el destino perfecto cuando tienes pocos días para viajar o simplemente quieres hacer una escapada de fin de semana. Ciudad de fácil acceso, que te permite ir andando a cualquier punto, es muy atractiva para todos los que somos amantes de “callejear”, en particular, algo fundamental y requisito casi indispensable a la hora de elegir destino.

Partir de la plaza de María Pita, observar el ayuntamiento y las sombras que genera esa luz tan maravillosa que tiene la ciudad son un verdadero placer visual, un regalo para los ojos de quién tiene la oportunidad de admirar. Si ya tienes la suerte de ver en directo a algún grupo folclórico tocando la gaita y la pandereta, ¡mejor que mejor!.

Como digo anteriormente, a través de sus calles que hay que caminar sin rumbo sí o sí, podrás deleitarte con numerosas expresiones de arquitectura modernista heredada del art nouveau, un rasgo muy notorio de la ciudad y que se concentran, sobre todo, entre la Plaza de Lugo y la Ciudad Vieja. Esta corriente arquitectónica llega a principios del siglo XX, concretamente en el año 1906 de la mano de Ricardo Boán y Callejas y Antonio López Hernández, propiciada por la construcción del ensanche y por la llegada a la ciudad de familias más pudientes.

Dentro de la cultura de vivir que tiene A Coruña no podemos pasar por alto sus maravillosas playas y alguna cala adornada por la maravillosa Torre de Hércules. Una de las cosas que más me gusta cuando visito la ciudad, es esta: su increíble paseo marítimo. Sin duda para los que procedemos de un lugar bañado por el mar (y para los que no, también) estarán de acuerdo conmigo que esto genera una felicidad doble. Poder pasear a través de sus doce kilómetros admirando el único faro romano y el más antiguo del mundo en funcionamiento, bordear por la costa, y llegar a playas como la de Orzán hacen de esta ciudad un auténtico privilegio para los amantes de las ciudades polivalentes.