Por Saioa Arellano
Haría me resultó desde la carretera y desde el coche lo más parecido a un oasis que había visto en mi vida. Entre volcanes no muy altos, se encuentra este pueblo de casitas blancas –como casi todas en Lanzarote– acompañadas de un montón de palmeras que te recuerdan a un auténtico sueño del que no te quieres despertar.
Llegué con la intención de visitar un poco el pueblo y tomarme un café porque no era día de mercado. Tras callejear un rato, y a pesar de no estar en mis planes, me animé a visitar la casa de César Manrique. Por ese mismo camino de tránsito tranquilo que recuerda a los pueblos con encanto de estas islas, me fijé en el garaje de una casa donde había un señor haciendo lo que me parecía cestería.
Decidí pararme a la vuelta con la esperanza de que aún estuviera por allí, y poder observar un rato. Estaba para mí, porque, efectivamente, a la vuelta seguía ahí, en el mismo sitio, sin haberse movido un centímetro. Entré. Un almanaque por aquí, números anotados por allá, restos de palmera y un diploma de una feria de artesanía al lado de un termómetro. Todo merecía ser observado, pero el señor que estaba en el taburete, mucho más. Lo miré con muchísimo asombro, sobre todo por la destreza en el trabajo de los productos, a una edad que parecía avanzada. Me aventuré a preguntarle y me contó su historia, que bien merece ser narrada para todo aquel que no la conozca.
Don Eulogio nació en Güímar, pero se fue desde muy pequeño a Lanzarote, donde reside desde entonces. El tipo de cestería que hace proviene de la palmera que es más típica de la isla de Gran Canaria, cuya hoja, antes de empezar a trenzar, debe dejar secar para limpiarla de espinas. El trabajo es palpable también en sus manos, con rasgos del paso del tiempo, pero también con la destreza y la sabiduría que otorga la experiencia.
Prosiguió explicando cómo la corta en largas tiras –«o lascas, como decimos aquí»– y después empieza a trenzarla. Sin duda, un trabajo laborioso, largo, pero único. Hablé un rato más con él mientras me contaba las diferencias entre los materiales que se usan para cestería; también que «los muchachos jóvenes ya no quieren un trabajo así» porque hay que dedicarle mucho tiempo, y es normal; que hace todo tipo de enseres que van desde cestas a lámparas, pasando por bolsos. A su vez, me expuso las diferencias entre los materiales que se usan para cestería; que en general este tipo de trabajos ya no tiene el aprecio de antaño; que le gusta hacer todo tipo de encargos porque disfruta de su profesión. Le pregunté si está en ferias de artesanía de Canarias, porque merece toda la admiración posible.
También me contó que en Haría es muy querido, que le han hecho una estatua en el pueblo, y me preguntó si la había visto, que estaba en la plaza. Cuanto más me cuenta más quiero saber porque me parece una suerte poder hablar con parte de la historia viva de una tradición tan abocada al olvido.
Una de las muchas cosas que me contó Eulogio es que ahora preferimos otros materiales más baratos porque no estamos dispuestos a pagar lo que, en realidad, vale lo que estamos comprando. Y yo no podía sino asentir con la misma tristeza con la que él me lo contaba. La artesanía, y en especial la cestería en la isla de Lanzarote, es un oficio directamente relacionado con las actividades agrícolas y pesqueras que se practicaban, también por la falta de recursos que tenía la Isla. Para suplir esa escasez, aprovechaban fibras vegetales como la palma, la paja de centeno o el junco.
También utilizaban las hojas de palmera, como las de Eulogio, de donde elaboraban muchísimas cosas útiles sobre todo para el día a día. Se ayudaban también de cuñas, agujas, navajas de punta curva, tijeras, mazo y mesa de majar. Todo ello y el cuidado de la tradición han hecho que hoy podamos conocerla más de lo que la valoramos. En definitiva, un trabajo poco reconocido que dentro de los tiempos que estamos experimentando deberíamos entender y cuidar muchísimo más.
Actualmente don Eulogio es el único cestero que queda en la isla de Lanzarote, donde, según me contó, le han hecho muchos reconocimientos de los que se siente muy orgulloso, al igual que en el resto de Canarias, donde prácticamente no se puede desplazar dada su edad y sus circunstancias, pero por donde ha viajado mucho a través de diferentes ferias de artesanía.
Desde su taller de Haría –que no tiene desperdicio por toda la historia que alberga– sigue trabajando con el mismo cariño con el que le enseñó su padre y con la misma ilusión o, al menos, así me lo transmitió a mí.
Me costó decidirme sobre qué llevarme, pero, por supuesto, tuve que escoger una de sus cestas, uno de esos objetos que se atesoran toda la vida como una reliquia y que tienen una gran historia detrás, la de don Eulogio y tantos otros que formaron parte de una tradición que conlleva identidad, cultura de nuestras islas y nuestro patrimonio. Algo que debemos cuidar para no olvidar.