Por Alberto Piernas
Entre Londres, París y Bruselas se despliega una ciudad única, a menudo conocida como «la gran plaza económica de Europa». Con títulos a sus espaldas como los de Capital Europea de la Cultura en 2004 y Ciudad del Diseño en 2020, Lille susurra la vanguardia y tradición entre calles que invitan a dejarse llevar por el flâneur (visitante o viajero) que llevas dentro.
Existe un lugar donde sentirte en el centro de Europa: de un lado los ecos flamencos de Bélgica, en otro la charme parisina e, incluso, una escapada a Londres. Pero no nos adelantemos, ya que el punto de partida puede ser igual o más fascinante que todas esas posibles combinaciones. Tenemos una arquitectura de tantas formas como colores; el placer de montar en bicicleta y recorrer la exquisita ribera del río Deûle, o un bocado estrella para los amantes del queso como es el welsh, un plato a base de cheddar fundido con pan, jamón york y cerveza. Ecos de acordeón, notas de una ciudad que invita a ser descubierta con calma, deleitándose con la curiosidad de un flâneur, esa figura literaria que solo buscaba perderse, descubrir y admirar los pequeños grandes detalles.
En la Grand Place comienza una ruta entre edificios de tantas tonalidades como monumentos históricos, entre ellos el Théâtre du Nord o la Colonne de la Déesse (Columna de la Diosa) exhalando chorros de agua. Un café caliente o un puesto donde comprar el mejor bouquet de flores, porque esta plaza se mueve al compás de las estaciones, desde La Braderie de Lille, un mercado que se celebra el primer fin de semana de septiembre, hasta la impresionante noria que luce en Navidad.
Descubre tu momento antes de proseguir hasta Vieux-Lille, el barrio más exquisito de la ciudad. El casco antiguo de Lille es un alarde de construcciones donde la vibra bohemia susurra en forma de exclusivas boutiques, bares acogedores y rincones con encanto. También aquí puedes sucumbir a construcciones como el Hospice Comtesse, antiguo hospital medieval fundado en 1237; o volver al presente a través de la versión más moderna de un icono francés a través de la Notre Dame de la Treille, inaugurada en 1999. Especial mención a la casa natal de Charles de Gaulle –hoy convertida en museo– y la monumental Ciudadela en forma de estrella de cinco puntas que alcanza una extensión de hasta 2200 metros.
Eres flâneur y aquí has venido a perderte: entre Renoir, Picasso, Delacroix o las más de 60 000 obras del Palacio de Bellas Artes –la mayor colección de toda Francia después del Louvre, en París– y los canales y senderos que conducen a un zoológico urbano en el parque de la Citadelle. Hasta que las fronteras se desdibujan cuando intuyes que el mundo entero estaba en el mercado de Wazemmes, uno de los más grandes de Francia. Sabores y aromas de todo el planeta –desde los kebab más jugosos hasta la pastela más crujiente– conviven entre puestecitos de tantos matices como formas de viajar. Y si te quedas con hambre, siempre puedes sumar un gofre Meert de vainilla, muy típico de Lille, o incluso un carbonade flamande, un guiso a base de ternero y cerveza riquísimo solo para valientes.
Reposa, contempla a tu alrededor y piérdete por el antiguo barrio de Les Moulins, cuna de arte urbano donde las paredes invitan a descubrir tantos colores como diseños en forma de murales únicos. En Lille, el arte y el diseño entienden de muchos atajos si sabes dejarte llevar.
De hecho, no sabes en qué lugar ni época te encuentras cuando alcanzas Euralille, la cara más moderna de la ciudad, concebida por el prestigioso Rem Koolhaas en una antigua zona industrial que hoy emulsiona en forma de geometrías y texturas que confirman por qué Lille fue una vez Capital del Diseño. Y te vuelves a perder, eres un flâneur y la historia es tuya. El río trae una canción que quizás te conduzca al viejo Flandes, a otros siglos, al 2023, a las grandes capitales que soñaste. No importa, Lille siempre es el mejor principio, la gran plaza donde susurra Europa.