Jorge de León, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1970, es considerado uno de los mejores tenores contemporáneos, con multitud de obras a su espalday con actuaciones en los teatros más importantes del mundo. León estudió música y canto con Isabel García Soto en el conservatorio tinerfeño y, posteriormente, ampliaría sus estudios de canto en Italia. Su voz, la que le permite dedicarse a lo que más quiere, no solo es poderosa en los teatros, sino que también irradia una gran pasión cuando se le pregunta por su oficio.

¿Cómo fue su primer contacto con la música?

Fue de manera familiar. La familia de los Corujos, los famosos folcloristas, son mi familia, como el maestro Pedro, uno de los grandes cantantes. Con su estilo y su voz creó en Lanzarote, en San Bartolomé más concretamente, un personaje en las parrandas y en la tradición y el folclore de la Isla. Y yo sentía una pasión tremenda por oírlo cantar, y a mi tía o a mi padre bailar. Mis tías, por ejemplo, fueron fundadoras de las rondallas. O sea, que imagínate la implicación cultural y folclórica que tiene mi familia allí. Ese fue mi primer contacto con la música y con el cual yo me desboco.

Hasta el punto de dejar su trabajo como policía local para centrarse plenamente en la música…

Sí, yo nunca dejé de estar con la música. Pertenecí al grupo Garoé, entré en la coral de Pilar Castro, que luego se llamó Alonso Castro Salazar, y comenzamos a ir a los encuentros corales de Tenerife, La Palma y resto de islas. Ahí es donde empieza mi incursión con la lírica. Luego ya entro en los coros de la Ópera de Tenerife y…, bueno, había que trabajar igualmente. La música no era un medio de vida para mí en ese momento. Era una afición, pero una pasional. Dentro de las profesiones elegí ser policía para poder tener tiempo cambiando turnos, con la posibilidad de pedir una excedencia y probar. De todo el funcionariado que yo quería coger, elegí la policía. Pero, como digo, nunca dejé de estar vinculado a la música. La faceta de policía es una faceta laboral, solo que la música estaba muy presente en mí, desde que era un niño. Era algo muy soñado el pensar que se podía vivir de la música, mucho más de la ópera. Entonces fui haciendo mis incursiones, pero tenía también la necesidad de trabajar. Hasta que finalmente acabo la carrera en el Conservatorio Superior de Música de Canariasy comienzo a hacer audiciones y van saliendo conciertos, también fuera de las Islas. Yllegó el punto en el que decidí dejar el trabajo de policía.

¿Cómo es vivir de lo que le gusta?

Es lo que más me importaba: estar sobre un escenario. Ni siquiera el dinero era…, a ver, es necesario para vivir, pero ganar dinero por trabajar en lo que te gusta… A mí había dos cosas que me encantaban: cantar y viajar, y por eso me pagaban. Imagínate la sensación que eso le genera a uno. Cuando al principio yo iba con los coros y demás no cobrábamos. Pero el hecho de haber estado en distintos lugares, conocerlos e ir a cantar a ellos e ir escribiendo en letra minúscula esa pequeña historia en el mundo de la música, para mí era más que un sueño.

¿Un cantante, tenor en este caso, nace o se hace?

Yo creo que es un cincuenta por ciento de cada. Porque también es una toma de decisión. Hay gente que tiene voz y no le llama nada la atención cantar y no le interesa. Y luego lo oyes y dices «qué voz tiene este chico, qué pena que no cante», porque de repente hace algún gorgorito y dices «madre mía», pero quizás no le interesa. Y también hay gente que se vuelve loca por cantar y tiene que sacrificarse e invertir mucho más tiempo y trabajo en crear al cantante. En mi caso es algo circunstancial. No creo que sea como una norma fundamental ni una regla. Yo creo que es un cincuenta por ciento de quien no estudia y tiene voz y viceversa. Todo está en la toma de decisión, en si quieres cantar o no. Y hay gente que quiere cantar y no lo logra. Creo que todo es también un equilibrio, de quien nace con voz y casualmente se interesa, trabaja y logra hacer una carrera. Pero esto no es algo fundamental que funcione con todo el mundo.

Cada caso es muy particular, imagino.

Claro. Porque yo te puedo decir a ti «tienes una voz maravillosa, ¿por qué no te dedicas a cantar?» y tú no estás interesado. De la misma manera que quienes te muestran su voz y al oírla puedes ver que quizás la pueden tener dañada por cuando eran niños y gritaban y ahora tienen problemas vocales… Es todo muy circunstancial, muy complejo.

Cuéntenos un poco cómo es su proceso de preparación para cada actuación (por ejemplo, número de ensayos, horas, entrenamiento de la voz…).

Creo que uno es cantante veinticuatro horas. No solo es el estudio que hagas, lo que leas, lo que escuches… Entras en una dinámica relacionada con la música muy grande, muy fuerte, y todo lo implicas. Ves Amanecer y dices «qué melodía más bonita». ¿Por qué? Pues porque tu visión coge un enfoque nuevo en las interpretaciones. Cuando haces una ópera que ya has hecho varias veces, el hecho de seguir cantando esa ópera y hacer varias producciones hace que afiances mucho más el personaje. Pero si debutas una obra hay primero todo un proceso. Está lo que yo llamo la mesa de relojería, porque ves la partitura y empiezas analizarla, ves si la tesitura se acomoda… Normalmente está en otro idioma que no es el tuyo, por lo que hay que destacar los fonemas, los sonidos y fonéticas de cada palabra, porque el espectador espera oír un italiano perfecto. Y esto solo es lo que sería el trabajo de mesa, que lo haces tú mismo con el teclado, viendo intervalos y trabajando la melodía. Luego se pasa a la siguiente fase, en la que estudias al autor, la obra, en qué época fue escrita, qué significa la historia, lo que quiere narrar la ópera… Es un proceso largo, pero muy interesante. Es todo un proceso de investigación. Tras esto te unes a un pianista repertorista, que es el que va a simplificar toda la orquesta al piano para darte una referencia y cantar, y aconsejarte entradas o los tiempos. Es un proceso lento, de caminar y caminar, no es llegar ahí y empezar a cantar. Lo que sucede también es que hay contratos o compromisos que son a largo plazo y tienes tiempo para preparártelos y luego hay otros que, por ejemplo, tienes que sustituir a alguien dentro de quince días con una obra que nunca has cantado. Y, por supuesto, llegas a un nivel de estrés lógico.

Me estoy estresando hasta yo solo con su explicación.

Claro, es que no todo es coser y cantar, como diríamos [risas]. Pero el proceso de preparación de una obra es maravilloso. Y estamos hablando, en el caso de la ópera, de obras que requieren un cambio de tonalidad a la de la época y obras contemporáneas; hay algunas más fáciles en cuanto a estudiar la música, pero virtuosamente tienes que tener más agilidad con la voz por los saltos que tienes que hacer con ella. Es un mundo apasionante y cada cantante elige su repertorio o lo adecúa al instrumento que le va; en mi caso, el repertorio dramático de tenores Spinto.

Desde que comenzó su trayectoria, ¿ha cambiado en algo su metodología a la hora de trabajar? ¿Considera que sigue aprendiendo?

Creo que todo se va adaptando. Claro que cuando yo empecé no estaban los medios informáticos ni la tecnología que hoy te facilita estudiar. Antes se grababa en una cinta o mirabas la obra en una cinta de vídeo. Era todo más rudimentario, imagínate los tenores anteriores. Desde que empiezas hasta la actualidad vas evolucionando. Ahora hay muchas más posibilidades para grabarte, escucharte o perfilar cosas. Incluso la ópera en sí misma hoy día se representa con una gran tecnología y tenemos la oportunidad de vivir los streamings de una ópera en directo, algo que en aquella época era imposible, cuando yo empiezo. Cierto es que a medida que uno va trabajando y subiéndose al escenario va adquiriendo una experiencia que le da garantías y hace que se afiance más a la hora de prepararse un personaje. Incluso con los diálogos con el director de escena, con la orquesta o con los compañeros. Pero por mucho que estudies una obra, la primera vez que te subes a un escenario el mundo se te viene arriba. Todo el mundo está pendiente de ti, de tu voz, pero a medida que uno va solventando todos esos primeros pasos y circunstancias va adquiriendo tranquilidad y experiencia, pero uno no deja de continuar la labor de estudio y de preparación. Tanto es así que cuando yo debuté Tosca, Aída, Carmen o Turandot, y ya llevo bastantes representaciones de cada una de esas, no tiene nada que ver la representación del personaje que yo viví en primera instancia y la actual. Porque te vas nutriendo de distintas opiniones o de directores que te plantean propuestas nuevas y tú aceptas, desechas y haces tu personaje. Esto es lo que yo llamo meterse en el ADN del personaje, incluso si es uno malvado, que te propone unos momentos actorales tremendos en los que tienes que saber transmitir todo con tu voz y tu forma de actuar. Es un proceso que está vivo y que sigue evolucionando.

Pese a que seguimos en pandemia, ¿qué próximos proyectos tiene? ¿Qué puede contarnos al respecto?

Hay una gran dificultad. En el momento en el que vivimos la cultura es una de las grandes castigadas, pero también hay que salir en favor de que es como un ave fénix. La cultura ha sobrevivido, es necesaria. Somos música, nuestro corazón es ritmo. Han surgido nuevos modos y formas para que la cultura continúe. Respecto a los nuevos proyectos, pues lógicamente muchos se han pospuesto y se han venido abajo otros ilusionantes. Los teatros lo siguen intentando con el apoyo de todo el equipo humano que conlleva la cultura, de los productores, agencias para seguir incluso en situaciones tan adversas como estas: hacerte pruebas cada semana, cantar con mascarilla son algunas de las situaciones que van en pro de que esto continúe. No podemos dejar que la cultura se contagie, tenemos que vacunar a la cultura con responsabilidad. España es un gran ejemplo en el ámbito mundial. El Teatro Real recibió un premio mundial a la ópera porque fue la que inició la vuelta a la ópera con público en los momentos más trágicos. Por lo cual, no ha sido fácil, pero tenemos mucha ilusión. No hay garantías, pero sí mucha ilusión. El hecho solo de verme yo ensayando de nuevo y trabajando con los compañeros ha sido un regalo para el alma, para la tranquilidad y poder despejar la cabeza.

Fueron meses muy duros para todos.

Sí, y nos reinventamos. Por ejemplo, por medio de las redes sociales. En mi caso grabé con el Liceo, con toda la orquesta y de manera telemática un vídeo que fue viral, donde se cantaba el Nessum Dorma. Fue esperanzador que la gente lo acogiese tan bien. Y hay una cosa fabulosa también, y son las ganas que teníamos de cantar y de subir al escenario, pero no menos ganas que el público de verlo y aplaudir. Yo recuerdo las primeras funciones que hice posconfinamiento, que el teatro a veces estaba al cuarenta por ciento de aforo y los aplausos se oían como si estuviera completamente lleno. La gente necesitaba oír la música en vivo. Me chocó y me sorprendió, porque la gente no se conforma con tener un disco o una grabación, querían sentir la música. Me llevé una sensación maravillosa de aquello.

¿Se siente especialmente orgulloso de alguna actuación en particular? Alguna en concreto a la que le tenga mucho cariño…

Hay muchas circunstancias y situaciones tremendas. Imagínate, porque yo tenía una ilusión terrible por cantar en La Scalade Milán y no solo he cantando una vez, sino muchísimas veces. Pero antes de la prueba real, de mi debut en ese teatro con los críticos, y todo el mundo y pasar por la entrada de artistas, fui a ver el cartel de presentación del Teatro La Scala y fue cuando vi mi nombre. Y claro, es un cartel muy llamativo, que ya había visto en películas o cuando estuve estudiando en Milán. Fue algo que me marcó, un sueño cumplido. Tras eso voy al Metropolitan de Nueva York, que también he cantado varias veces allí, y ese era un sueño inalcanzable porque jamás pensé que fuese a suceder. Y después surge una circunstancia clave en mi carrera: en el Teatro Real con la ópera Andrea Chénier, la difícil obra de Umberto Giordano. Tuve que salir a sustituir a un compañero que interpretaba a Andrea Chénier, el protagonista principal y quien le da el nombre a la ópera. Y con mi actuación la verdad es que el teatro se volvió loco…Recuerdo también los medios al día siguiente. Fue un momento clave, pero es muy complicado elegir. Sobre todo porque hay muchas circunstancias que hacen que este mundo me apasione. Cantar para mí era algo que ya hacía con ilusión, pero no esperas la repercusión que puede tener. Y eso hace que en esa ocasión ni siquiera pensase«esta es mi oportunidad», fue simplemente pensar en salvar la situación: el compañero está malo, no viene, el público está esperando, tengo que salir yo y no se va a quedar el público sin oír Andrea Chénier, yo voy a hacer lo que pueda. La reacción de todo aquello fue inesperada.

Hay que tener bastante valor para hacer eso… o estar muy seguro de sí mismo.

Bueno, realmente yo ya había ensayado, pero si te dedicas a esta profesión o cualquier otra tienes que afrontar las cosas como vienen, y poco a poco van saliendo. Para mí todo ha sido una aventura maravillosa. Yo quería cantar y verme en un escenario, era mi sueño. Y he logrado no solo hacerlo, sino también crear mi forma de vida en base a ello. Mi ilusión era y es cantar, y no lo hago para mí, sino para los demás, no lo hago para satisfacer un ego; todo lo contrario. Necesito un público, porque es un diálogo. Yo soy un emisor y necesito unos receptores. Yo lo que voy a mostrar es mi arte, lo que llevo dentro, con todo amor y pasión, y que voy a entregar. Y todo eso me parece maravilloso, porque muchos se te acercan emocionados, porque has llegado a su corazón con tu voz. ¿Qué mejor regalo te da la vida si logras hacer eso?