Texto por Alberto Piernas

Fotos por Adobe Stock

La conocida como Ciudad Rosa de Francia supone un collage único de experiencias para cualquier visitante. Enclaves culturales, callejuelas románticas y una gastronomía única se funden a orillas de un río Garona que define el encanto de uno de los nuevos destinos Binter.

Cuando pensamos en Francia, se nos vienen a la cabeza muchos de sus encantos típicos: el sabor de una mesa con fondue y buen vino, ese hombre que toca una canción de Édith Piaf con el acordeón, o el encanto de su acento flotando en el aire. Podríamos pensar en ciudades como París a la hora de encontrarnos con estos tópicos irresistibles, pero, por suerte, siempre hay vida más allá.

De hecho, te encuentras en la rue Gambetta, una de las calles más bonitas que habrás visto nunca. Especialmente, por la presencia de sus adoquines, sus balcones floridos o ese color rosa que tiñe cada una de sus fachadas. La seña de identidad de una «ciudad rosa» famosa por la tonalidad del ladrillo caravista con el que fueron construidos gran parte de sus antiguos edificios.

Conquistada por los romanos en el siglo I antes de Cristo bajo el nombre de Tolosa, Toulouse fue durante años sede de los cátaros, seguidores religiosos que defendían un cristianismo diferente al de Roma. El resultado de esta disyuntiva supone hoy un conjunto de patrimonios históricos que revelan el fuerte carácter de la cuarta ciudad más grande de Francia.

El mejor ejemplo es el convento de los Jacobinos. Construido en el siglo XIII, este paraíso sacro contiene uno de los claustros más bonitos de Europa, con visitas gratuitas cada primer domingo del mes.

Un espectáculo que podemos enlazar con la majestuosa plaza del Capitolio, el ayuntamiento de la ciudad, donde las terrazas invitan a tomar una copa del mejor chardonnay con una tabla de quesos, o continuar la ruta hasta la basílica románica de Saint-Sernin, la más grande de su género en la región de Occitania. Al salir, en un pequeño parque un grupo de sexagenarios juega a la petanca, y, más hacia el norte, la rue Gramat descubre el arte urbano que representa esa seña de un Toulouse rebelde en cada una de sus épocas.

Sin embargo, gran parte de los encantos de Toulouse siempre girarán en torno al río Garona. Ciudad predilecta de estudiantes universitarios, junto a este río centenario se concentran a todas horas amigos y familiares disfrutando de la charla con unas cervezas. También aquellas parejas que desenroscan una botella de vino y saborean un sándwich poulet a modo de pícnic espontáneo. Un plan inesperado antes de inspirar la escena urbana del matadero de la ribera, tomar una copa entre los farolillos de Le Bar Barque o surcar el puente Nuevo, el cual conecta con el barrio de Saint- Cyprien.

Aquí, la algarabía de la ciudad se relaja y da lugar a una nueva Toulouse de peluquerías africanas y cooperativas de productos ecológicos envolviendo su gran icono: la cúpula del Hospital de Toulouse, ubicado a escasos metros del Museo de Medicina. Un barrio donde el bullicio semanal contrasta con el silencio de unos domingos tan solo interrumpido por los fieles que acuden a sus iglesias.

Para cuando vuelves a cruzar el puente, el atardecer ya se apoya en el horizonte y «la vie en rose» eclosiona con todos sus matices. Una panorámica que regala diferentes imágenes para el recuerdo, entre ellas, la de esos dos amantes abrazados junto al río frente al último destello.

Solo entonces comprendes que Toulouse evoca un romanticismo inesperado.

Quizás, incluso aquel que nunca encontraste en París.