Por Elena Horrillo

Los gaditanos Pueblos Blancos, que se extienden entre la sierra de Guadarrama y la serranía de Ronda, muestran sus paredes encaladas casi como un desafío. La luminosidad impoluta de sus muros reverbera al sol desde los escarpados picos en los que se encaraman, vigilados casi siempre por la perseverante mirada de vetustos castillos árabes. Y a sus pies, vetas de roca, olivares o atrayentes embalses.

La historia de los Pueblos Blancos tiene poco que ver con el característico encalado de sus paredes y más con sus abruptos emplazamientos, custodiados por robustos castillos, que sirvieron para defender la plaza, ya fuera de árabes o de cristianos. Su carácter de pueblos de frontera ha dejado huella en sus peculiares ubicaciones, siempre dominando el espacio, y en la arquitectura de sus calles, estrechas, empinadas y llenas de pasadizos y arcos.

Lejana ya la época de la reconquista, casi una veintena de municipios de la zona forman la Ruta de los Pueblos Blancos, distinguidos por sus muros impolutos salpicados de geranios y buganvillas y por protagonizar estampas únicas en un entorno extraordinario. De todos ellos, estos cuatro destacan por su inconfundible atractivo.

Setenil de las Bodegas

En Setenil de las Bodegas no se sabe qué es más fotogénico, si el castillo nazarí con su imponente torreón, el blanco de las paredes que refulge a cada paso o las rocas que forman muros y tejados por doquier, tanto en casas como en calles. Porque el perfil de Setenil lo marca su fortaleza en lo alto y el pueblo adaptándose al curso del río, tanto que las casas se han construido aprovechando el tajo de la roca. Esto se ha traducido en uno los pueblos más originales y con mayor encanto de la zona. Aquí es fácil toparse con la belleza paseando por sus calles y quedarse fascinado con las vetas de roca que dan sombra a las calles más calurosas.

Arcos de la Frontera

A una altura desafiante y extendiendo sus características casas blancas por el cerro como si de un velo se tratase, se encuentra Arcos de la Frontera. En sus estrechas calles se han visto desde romanos a cristianos, pasando por bereberes que han dejado su impronta: un castillo árabe del siglo XI, bellas iglesias de pasado mudéjar como la basílica menor de Santa María de la Asunción, así como grandes exponentes de la arquitectura religiosa de finales del gótico como la iglesia de San Pedro. Aunque sin duda la mejor huella la dejó la propia naturaleza con la Peña de Arcos, un talud modelado a conciencia por el río Guadalete que presume de uno de los más bellos balcones de la sierra de Cádiz.

Grazalema

Entre las escarpadas laderas de la sierra homónima se encuentra Grazalema, que duerme a la sombra del Peñón Grande y combina sus paredes encaladas con el primer puesto en los municipios con más pluviosidad de España. Su privilegiada situación lo convierte en origen de numerosas rutas de senderismo que recorren el entorno y también la historia del pueblo gracias a la antigua calzada medieval. Otro itinerario indispensable es el que se pierde entre las callejuelas y plazas hasta alguna tienda en la que hacer acopio de dos de las estrellas gastronómicas de la zona: la miel y el queso Payoyo.

Zahara de la Sierra

Bajo la atenta mirada de la torre del homenaje del antiguo castillo nazarí y a la orilla del embalse se asientan las blancas casas de Zahara. Ambas fronteras naturales ofrecen unas vistas inigualables tanto del pueblo, si se contempla desde abajo, como de la sierra de Grazalema y el embalse, si se observa desde arriba. Pero conviene adentrarse en el paisaje y deambular por sus calles para descubrir la plaza de San Juan con la torre del reloj y la capilla de San Juan de Dios Letrán, así como la animada calle Ronda, que termina desembocando en la torre del homenaje. En esta última visita podremos grabar en la retina un horizonte inigualable debidamente enmarcado por el turquesa casi imposible del embalse.