Por Daniel Martorell
dmartorell.com
En el extremo norte de la mayor de las Baleares, una estrecha franja de roca agreste con manto de pino y pradera de posidonia da forma al Finis Terrae mallorquín: el cabo de Formentor. Refugio de artistas, a principios del siglo XX este enclave también atrajo la atención de una inglesa de Devonshire obsesionada con envenenar. Se hacía llamar Agatha Christie y su visita a Pollensa sigue siendo un misterio.
Pocos escritores han sabido como ella hacer de la aparición de un cadáver la excusa perfecta para empezar a jugar. Agatha Christie (1890-1976) cambió para siempre las reglas tradicionales de la novela policiaca combinando con maestría el arte de sembrar dudas con el respeto a su receta sagrada: “El detective nunca debe saber más que el lector”. Como en muchos de sus relatos, un halo de misterio envuelve también algunos episodios de su vida personal, entre ellos la visita de la escritora y dramaturga inglesa a la isla de Mallorca. Un viaje del que no existe ninguna certeza de que ocurriera, pero tampoco ninguna duda.
El relato Problema en Pollensa, publicado en 1939, es el documento que parece dar fe de la visita de Christie a la isla. El protagonista es el detective Parker Pyne –uno de los habituales en el elenco de la escritora, además de Poirot, miss Marple y los Beresford–, a quien la autora sitúa en la localidad de Puerto de Pollensa –Eu Moll para sus habitantes–, en el norte de Mallorca. A lo largo del texto son varias las alusiones que tanto la narradora como algunos personajes hacen al pueblo y a la zona de Formentor, unos kilómetros más al norte.
Un ejemplo: Parker Pyne se hospeda en el Pin d’Or, “un pequeño hotel situado a la orilla del mar, con una vista que, en la neblina de aquella hermosa mañana, tenía la exquisita vaguedad de una lámina japonesa”. El Pin d’Or podría corresponder al Illa d’Or, un establecimiento fundado en 1929 a la orilla de la bahía de Pollensa y que hoy sigue abierto. Christie pudo haberse hospedado aquí. La descripción encaja.
Como también encaja el ambiente del pueblo, un pequeño reducto para las vanguardias en aquella década de los 30, antes del estallido de la Guerra Civil. Describe la narradora: “Se podía ir andando por la orilla del mar hasta el pueblecito de pescadores, donde había un bar en el que se reunía la gente y algunas tiendas. Todo muy tranquilo y agradable. Las chicas se paseaban en pantalones, y con el busto cubierto con pañuelos de vivos colores. En el Mac’s Bar, jóvenes con boina y de cabellos bastante largos peroraban sobre temas tales como valores plásticos o arte abstracto”. Si bien es cierto que no hay registro del paso de Agatha Christie por Puerto de Pollensa, sus descripciones no son las de alguien que habla de oído.
Se especula con que la autora de Diez negritos, El asesinato de Roger Ackroyd y Muerte en el Nilo visitara esta zona junto a su esposo en 1932 o 1933. Pollensa y la naturaleza salvaje del cabo Formentor ya hacía años que ejercían una atracción gravitatoria sobre el mundo artístico –Rusiñol, Anglada-Camarasa, Sorolla clavan aquí sus caballetes–, por lo que es probable que la pareja inglesa decidiera descansar unos días en este rincón privilegiado. Es fácil imaginar a la reina del crimen caminar por el paseo de Voramar de Eu Moll con su cuaderno de notas bajo el brazo; fijándose en los torreones y balaustradas de las villas que presiden la primera línea; contemplando la bahía bajo los pinos que se retuercen hacia el mar; remojándose los pies en la playa de Albercutx. O bebiendo té en una de las terrazas del Hotel Formentor, repitiéndose para sí la recomendación que Gertrude Stein le hizo a Robert Graves en 1929: “Mallorca está bien si puedes soportar tanto paraíso”.
El misterio seguirá rodeando la relación de Agatha Christie con Pollensa. Tal vez Parker Pyne sea el único capaz de deshacer la madeja. Por una vez, el detective quizás sepa más que el lector.