Por Álvaro Morales

Fotografías por Rocío Eslava

En la serie de reportajes sobre playas, calas y charcos de Canarias publicados en esta revista desde hace años han aparecido muchas veces términos como joya, tesoro, perla… Aparte del recurso tópico y la evidente pobreza léxica reflejada, su uso queda bastante justificado porque resumen muy bien las sensaciones y conclusiones sobre numerosos rincones costeros de ensueño de estas ocho maravillosas islas. La leyenda de la playa de La Caleta, en Adeje, como referente alternativo y del hipismo desde los años 70 del siglo XX y su entorno libre en muchos metros cuadrados de cualquier construcción de cemento en la parte de la Isla que más concentró el desarrollo turístico y hotelero la han convertido en un auténtico mito para los que buscan otras formas de vida, mucho más conectadas a la naturaleza. Ha sido, sin duda, el botón de muestra de que aún era posible disfrutar de algo virgen en Adeje y Arona. Por supuesto, por estas razones son muy habituales los veleros, yates y otros barcos que se acercan y lanzan el ancla precisamente para encontrar paraíso tal en medio de apartamentos, hoteles, viviendas y puertos. Sin embargo, y siendo todo esto cierto, hace pocos días los atributos de La Caleta han aumentado por una medida del Cabildo y del Ayuntamiento adejero, que, no sin rechazo entre sus usuarios y otros partidarios, han eliminado las casetas, tinglados y otras semiconstrucciones que existían en la zona desde hace mucho y que permitían a ciertas personas y grupos pasar tiempo en este emblemático espacio.

Sin entrar en el acierto, justicia o, incluso, retraso de la iniciativa, lo innegable es que La Caleta se ha rejuvenecido ahora. Es como si hubiese vuelto a muchas décadas y casi siglos atrás, cuando mantenía su condición de perla, pero en una costa sureña mucho menos castigada visualmente por el hormigón, también sinónimo, no obstante, de desarrollo social, aunque los excesos son claramente detectables. Si antes, al acercarse por el sendero desde el núcleo de La Caleta, al pisar su dorada y limpia arena o bañarse en sus, normalmente, cristalinas aguas (hay que tener cuidado, a veces, no solo si el mar está en mal estado, sino con algunas corrientes), uno se sentía un privilegiado, ahora esa impresión crece por la sensación de que llegamos a un sitio casi por descubrir. Vale que muchos de los que hacían uso de esas casetas las compartían y había buenas relaciones con algunos usuarios, pero otros no lo sentían así y más bien creían que se habían apropiado de este tesoro. Sea como sea, La Caleta se muestra ahora en todo su esplendor, con sus característicos tonos ocres claros en la ladera que origina la gran presencia de piedra caliza, sus endemismos de flora y fauna, sus vistas al azul oceánico y a La Gomera, sus recovecos para esconderse y sus baños dignos de película.

Aunque lo parezca, llegar no es muy difícil. Al menos, al núcleo urbano de La Caleta. Basta con tomar la parte inferior de la autopista del Sur a la altura de Las Torres (aunque se puede llegar desde la rotonda de acceso al casco de Adeje por la vía de servicio). Se baja y, en muy poco, se llega al barrio, donde debemos aparcar. Luego, hay que tomar un sendero a la derecha (si no lo encuentra, simplemente pregunte a cualquier residente) que, cual vereda, nos marcará el camino hasta la cala. Pasaremos por un entrante de mar espectacular (en el que algunos prefieren quedarse y bañarse si el oleaje lo permite), pero debemos seguir, siempre con cuidado ante posibles resbalones. En unos 15, 20, 25 minutos (depende del estado de forma), doblaremos un cabo y divisaremos un sitio digno de postal que, ahora, carece encima de los tinglados vegetales y de otro tipo que daban prueba de presencia humana. Por la ladera, varios caminos nos permitirán bajar a la izquierda a la arena, pero los más seguros son los situados casi al final, donde hay alguna pequeña cueva. Bañarse en esta playa es, en definitiva, disfrutar de una verdadera joya de Canarias, cuyas dimensiones se agrandan hasta la sorpresa en bajamar; de baños generalmente inolvidables y para la que, si se conoce bien, el uso de tópicos resulta bastante indiferente.

DETALLES:

Ubicación: en el sur de Tenerife, en la zona oeste del municipio de Adeje.

Socorristas: no.

Playa surfista: no es lo habitual.

Restaurantes: no en este entorno, pero sí hay oferta, amplia, selecta y básicamente de pescado y marisco, en la cercana zona turística conocida precisamente como La Caleta, a la izquierda de la cala mirando hacia el horizonte.

Baños: no.

Duchas: no.

Sombrillas y hamacas: no.

Adaptada para discapacitados: no.

Aparcamientos: aparcamientos en el núcleo de La Caleta, el más cercano para dejar el coche.

Transporte público: taxis y guaguas hasta esa zona urbana de La Caleta.

Perros: sí.

Curiosidades: este rincón es tan especial y diferente a gran parte de la urbanizada costa de Adeje, Arona y otras partes del sur tinerfeño que es frecuentado por veleros, yates y otros pequeños barcos, conformando muchas veces, sobre todo cuando solo hay uno y con vela desplegada, una imagen digna de postal, aunque lo que verdaderamente marca son las amanecidas o atardeceres en soledad o buena compañía con el sol naciente, crepuscular y acariciado por un océano generalmente limpio y en calma.