Por Leo Desinquieto @leodesinquieto

Fotografías por Rocío Eslava

Gambia ofrece muchas experiencias, y una de las más intensas e inesperadas que viví ocurrió en Tanji. Esta localidad de la costa oeste, a unos 30 kilómetros de la capital, Banjul, tiene una gran vinculación con la pesca, como no podía ser menos por ubicación y por la importancia de esta actividad en la economía del país; pero nunca hubiera imaginado que una aparente situación comercial más se convirtiera en una radiografía social y cultural.

A Tanji se le conoce igualmente como Tanje o Tanjie, según el dialecto y el acento al pronunciar la palabra –me aclaran–. Antes de ir a una de sus principales bases, la playa, merece la pena dar una vuelta de reconocimiento por sus principales arterias, llenas de comercios y puestos callejeros, siempre tan coloridos y con llamativos dibujos en sus fachadas a falta de carteles. Sin embargo, no tarda en imponerse la curiosidad guiada por el olor a productos del mar y la gran presencia de gaviotas.

 

 

Un primer acercamiento a esta realidad, tan sorprendente, es contemplar cómo se ahúman miles de pequeños pescados sobre unas rejillas en recintos cubiertos con chapas. Hay que tener un poco de paciencia para que se hagan bien, por cada lado, y luego están listos para ser distribuidos y consumidos. Y la procedencia no puede estar más cerca: el océano Atlántico.

El acceso a la playa ya muestra una amplia tipología de cayucos, con variados tamaños, adornos y estados. Si algunos reposan sobre la arena, muchos más están cerca de la orilla. Es el principio de la tarde, el momento ideal para acudir a este espectáculo que es la venta de las capturas. Decenas de personas entran y salen corriendo del agua con cubos en la cabeza, repletos de pescados que recogen de las embarcaciones que han llegado de faenar; suelen ser jóvenes atléticos, para desempeñar la labor de forma eficaz en este trasiego multitudinario.

Abdulay Jallow, un experimentado guía del país, me explica que “el dueño del barco está contando los cubos que se llevan”: por cada uno, los transportadores cobran “cinco o diez dalasi (moneda de Gambia, que en este caso equivaldría a 0,087 de euros o el doble), o bien reciben cinco o seis pescados”. Por cierto, apostilla que “muchos de los pescadores son senegaleses”.

Al acecho hay niños, por si alguno de los animales capturados se cae durante la carrera, y en el entorno de esta acción, en plena arena, se monta un mercado improvisado; son centenares de personas implicadas o simplemente mirando. Amelia Alonso, una canaria que ha estado en Tanji, nos da este testimonio: “Es simplemente espectacular. Paradójicamente, aquella imagen me producía armonía, era una fusión de colores, olores y sonidos. Sin duda alguna fue un sitio que me enamoró, ya que combinaba la esencia de Gambia, un caos con muchas sonrisas, un caos que te invita a experimentar su día a día, un caos que a pesar del turismo mantiene su esencia”.

 

 

Con ella fue Jorge Hernández, que incide en que “llama la atención a simple vista por la gruesa capa de humo que cubre la playa y alrededores del pueblo. Tanji es un lugar único, que nos lleva a un estilo de pesca tradicional en el que toda la comunidad se une y ayuda para recoger el pescado, remolcar las barcas y ahumarlo”.

Desde Canarias también volaron a Gambia Irene Pastrana y Adrián Lee McLean, con parada inevitable en Tanji. Aunque les coincidió con la festividad del cordero, y había menos trabajadores de lo habitual, “poco a poco nos fuimos adentrando en un sinfín de contenedores, neveras y otros útiles que se utilizan para guardar parte del pescado”. Y, claro, de ahí al momento álgido en la playa. Pastrana y McLean lo describen como “un choque cultural, una explosión de colores, algo totalmente diferente para nuestra concepción europea y una excursión indispensable”.

Gambia es un polo de atracción para el avistamiento de aves, y esa opción también existe muy cerca del pueblo, con la Tanji Bird Reserve. Quienes desean adentrarse en un conocimiento más profundo de la cultura y tradiciones del país tienen el Tanje Village Museum. Con la peculiaridad de ser privado, se fundó en 1997 por parte de Abdoulie Bayo.

 

 

Contacto con su managing director, Lee-Ann Bayo, que sitúa la media de visitantes en 7300 anuales, y la época de mayor afluencia se localiza entre noviembre y abril. “Pueden esperar una experiencia enriquecedora” sobre Gambia, afirma, a través de las muestras de etnografía e historia natural; la artesanía con tejidos y herrería; la réplica de un complejo tradicional; y la importancia de la vegetación y el uso de las plantas (al ser un museo al aire libre, dispone de senderos). Una inmersión que puede complementarse con la participación en distintos talleres prácticos y así materializar las sensaciones de esta profunda visita a Tanji.