Por Elena Horrillo

Fotografías por Daniel Martorell

La romántica silueta de los faros lleva siglos confeccionando los horizontes de las costas. Desde el mar ofrecen una invitación a la tregua mientras que contemplados desde tierra se intuye su vasta historia e incitan a mirar más allá. En Mallorca existen 14 faros que aún funcionan de vigía en las noches más oscuras y que ofrecen una excusa inmejorable para perderse recorriendo la costa de la isla.

Dice Manuel Rivas que “los faros son seres vivos. Más que formar parte del paisaje lo crean”. Y es que existen pocos elementos arquitectónicos que ofrezcan más misticismo que esas figuras aupadas en escarpados lugares, casi inaccesibles, ofreciendo la promesa de un hogar próximo mientras sufren las más duras inclemencias del mar. Precisamente por esto, se convierten en bellísimo lugar de peregrinaje, especialmente en aquellos territorios en los que el mar se inmiscuye como protagonista en la historia de los paisajes que rodea.

Mallorca es sin duda uno de esos lugares, no solo por su condición de isla. Su conexión con el Mediterráneo puede palparse en cada rincón y sus faros contribuyen a moldear un horizonte al que han servido desde su creación. Fue en el siglo XIV cuando empezó a funcionar el que es conocido como el segundo faro más antiguo de España y el tercero más longevo del mundo: el de Portopí. Situado en el barrio homónimo de la capital mallorquina, este no fue su primer emplazamiento. El original se encontraba donde hoy se levanta el castillo de San Carlos pero el retumbar de los disparos de los cañones rompía los cristales de la linterna del faro. Ante este problema, se decidió su traslado a su ubicación actual, dominando el perfil del puerto natural de Palma de Mallorca con sus casi 40 metros de altura.

A menos de 40 kilómetros de este emblemático faro y cerrando la Bahía de Palma, se encuentra otra preciosa atalaya que presume de ofrecer alguno de los más bellos atardeceres de la isla; el de Cap Blanc. Situado en el municipio de Llucmajor, originariamente a este faro solo podía accederse por vía marítima y las provisiones llegaban a través de un camino que ascendía por el acantilado, uno de los más altos de la isla. Hoy en día, alcanzar sus casi 100 metros sobre el nivel del mar es mucho más cómodo pero igual de espectacular.  

La belleza del faro de Porto Colom no solo reside en su entorno sino también en el toque característico de sus bandas negras y blancas que lo convierten en un auténtico icono del bello pueblo marinero del mismo nombre e incluso de toda la isla. Desde allí se puede llegar, por una bella ruta entre calas, al faro de Capdepera encargado de alumbrar, junto con su vecino menorquín de Artrutx,  la noche del canal que separa las dos islas. Esta emblemática atalaya -y el farero que la habitaba y que se dedicaba a componer melodías sobre el entorno- quedó inmortalizada para siempre en la canción de Joan Manuel Serrat ‘Cada loco con su tema’.

En la entrada del puerto de Sóller, en el noroeste de la isla, se encuentra, encaramado entre lo abrupto de las rocas, el antiguo faro de la Creu. Muy cerca existe un bufador, es decir, una oquedad en la roca abierta al mar y que, en este caso, con la llegada de fuertes tormentas forma una corriente capaz de elevarse más de 30 metros y expulsar importantes columnas de agua que golpeaban al propio faro. Ante el peligro, primero se construyó una nueva vivienda para el farero y, casi 80 años después, entró en servicio una nueva atalaya, algo más elevada y apartado del bufador. El nuevo faro de la Creu, desde el que puede contemplarse la estructura del anterior, presume de ser uno de los primeros en electrificarse del archipiélago y, además, de conservar gran parte del encanto original.

Aunque si hay un faro que atesora casi toda la belleza de Mallorca, ese es sin duda el de Formentor. Situado en el cabo homónimo, en un enclave natural inigualable, a más de 200 metros sobre el nivel del mar y al final de una tan serpenteante como bella carretera, su construcción llevó casi 6 años por lo complicado que resultaba trasladar los materiales hasta este lugar en el que viene a morir la Serra de Tramuntana. Aquí, en el punto más septentrional de la isla se concentra gran parte de la belleza natural de la isla. No es de extrañar que sea, como dicen los mallorquines, el “punto de encuentro de los vientos”. Cualquiera querría refugiarse bajo el abrigo de este lugar inigualable.