Por Juan José Ramos Melo @JuanjoRamosEco

El islote de Alegranza, el macizo de Teno, en Tenerife, los acantilados marinos del sur de La Gomera y las zonas más recónditas de El Hierro son el último refugio de una de las aves más amenazadas y escasas de las Islas; una rapaz de raras costumbres anfibias que encuentra su alimento en las aguas de nuestras costas. Las bellas águilas pescadoras, conocidas en Canarias como guinchos, son todo un símbolo de la biodiversidad de las Islas que a duras penas sobreviven entre nosotros.

Desde siempre los pescadores y habitantes de las costas de nuestras islas han sentido admiración por los guinchos. Son muchas las anécdotas y relatos que existen sobre encuentros con águilas que bucean en busca de peces y que aún son trasmitidas de abuelos a nietos. No en vano su extraña vida a medio camino entre el mar y la tierra ha fascinado a naturalistas y estudiosos de todas las latitudes.

Los guinchos están especializados en la captura de peces que nadan cerca de la superficie del agua del mar, como lisas, sargos o peces voladores. En ocasiones, cuando las condiciones meteorológicas no son buenas, se desplazan a zonas del interior de las islas para pescar carpas, carpines o percas americanas en presas, embalses y charcas de riego.

Los nidos, formados por grandes plataformas construidas con ramas que acarrean desde lejos, se suelen encontrar rodeados de espinas y escamas de sus presas. Estos restos son aprovechados por los lagartos que viven en su entorno y que además ayudan a eliminar incómodos insectos.

Al finalizar el invierno las parejas empiezan a visitar los diferentes nidos que tienen en cada territorio. Vuelos de cortejo cargados de amor son acompañados de sonoros silbos. Hasta que un día deciden el nido donde eclosionarán, en algo menos de dos meses, los dos o tres huevos que componen cada puesta.

Los huevos no solo deben ser protegidos e incubados para mantener el calor durante los días más fríos, sino que además han de ser puestos bajo la sombra de sus alas aquellos días en que el sol aprieta con fuerza para evitar que el embrión muera por las altas temperaturas. Durante los últimos días de la primavera los pollos comienzan a realizar los primeros vuelos, después de estar dos meses en el nido bajo los cuidados de sus progenitores. No todos los pollos superan esta dura prueba y algunos mueren en el intento de aprender a volar o antes de salir del nido.

Esta rapaz, que vive prácticamente en todos los continentes, es abundante en el norte de Europa pero muy escasa en la cuenca mediterránea, islas atlánticas y norte de África. Las poblaciones más norteñas se comportan como grandes migradoras y realizan un largo viaje cada año entre las zonas de cría y el África tropical. Así, aves nacidas en Escocia, Suecia o Finlandia y marcadas con anillas de colores han sido observadas pasando el invierno en Senegal, Gambia y Guinea Bissau. Sin embargo, las nacidas en Baleares, Cabo Verde o Canarias se comportan normalmente como residentes y permanecen en esas costas todo el año, salvo algunos ejemplares jóvenes que tras ser expulsados por sus padres de las zonas de cría realizan una especie de dispersión al cercano continente africano. Allí se quedan aparentemente hasta que tengan posibilidad de reproducirse.

La Ensenada del Guincho, en Buenavista del Norte; el barrio de El Guincho, en Garachico; o las desaparecidas salinas del Guincho, en Arona, son un indicador de lo común que pudo ser esta especie en un pasado no muy lejano. Hoy, sin embargo, sobreviven menos de una decena de parejas en las zonas menos pobladas de las Islas.