Por M. J. Tabar

Tuvo la idea de pedir la declaración de Parque Nacional para Timanfaya después de leer un folleto sobre Nuevo Méjico. Pasó noches a la intemperie pensando cómo divulgar la naturaleza de Lanzarote sin perjudicarla. Encontró la solución para ubicar el restaurante El Diablo en un terreno donde la actividad geotérmica alcanza seiscientos grados de temperatura. Esta es la historia de un pionero y un autodidacta.

En 1963, cuando la cueva de los Verdes era todavía una gruta en bruto, un historiador y un fotógrafo quisieron adentrarse en ella para buscar vestigios aborígenes. Para que nadie se partiera la crisma pidieron a un joven electricista que iluminase el camino. Se llamaba Jesús Soto, había nacido en Fuerteventura en 1928 y emigrado a Lanzarote al poco, dedicándose a reparar las emisoras de radio de la flota pesquera. Era un lector voraz y un gran observador de la naturaleza.

De él se esperaba una sencilla ristra de bombillas que alumbrase el interior del túnel volcánico y no lo que la comitiva exploradora se encontró al entrar: unos proyectores “hábilmente ocultos” en la piedra. “La luz parecía brotar de la nada”. Antes de encender los proyectores, Soto reprodujo en una radio una de sus melodías favoritas para que la experiencia fuese todavía más impresionante. Sonó La primavera, de Vivaldi. Entonces no lo sabía nadie, pero aquel tipo alto y sereno había abierto “un nuevo camino en la forma de contemplar la Isla”. Fue “la primera persona en Lanzarote que en el volcán creó un paisaje cultural”.

Así lo cuenta el escritor Félix Hormiga en su libro Jesús Soto (1928-2003). La luz de la piedra, una biografía que por fin reconoce la obra de un pionero en la historia del arte y la obra pública de Lanzarote. Soto diseñó la iluminación de la cueva de los Verdes y los senderos de Jameos del Agua, fue clave en la transformación de una antigua batería militar en el actual mirador del Río y trazó la Ruta de los Volcanes de Timanfaya. Como maestro artístico de los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote obtuvo el reconocimiento de vulcanólogos, instituciones científicas internacionales y casas reales. Trabajó también en El Golfo, el Monumento al Campesino y el Jardín de Cactus.

“La mayoría de las intervenciones de Soto han de ser señaladas para ser reconocidas como obras en la naturaleza, porque por lo general pasan desapercibidas”, escribe Félix Hormiga. No dejar huella y proteger el paisaje; esas fueron dos de sus máximas. Su carácter era parecido: introspectivo, creativo, con más querencia por las excursiones solitarias que por los actos públicos.

“Soto se interesaba por todo cuanto veía, curioseaba como un niño”, dice Hormiga en su libro. Su creatividad estaba en constante estado de ebullición y siempre le recuerdan trabajando con un ahínco inusual. Su “criatura preferida” siempre fue la Casa de los Volcanes, que planeó para dar a conocer la Isla desde un punto de vista científico y que fue posible gracias a su amistad con vulcanólogos como Vicente Araña, Ramón Ortiz o Alicia García.

Al mismo tiempo que se desarrollaba este espacio, se instalaba una estación geodinámica en la cueva de los Verdes con instrumental para medir mareas terrestres, sismógrafos, barómetros y todo tipo de aparatos para tomar el pulso a la Tierra.

Tal y como muestra el documental Las manos, dirigido por Miguel G. Morales, los Centros de Arte, Cultura y Turismo de Lanzarote son una obra colectiva donde muchas personas dejaron su sello. El nombre de César Manrique ocupa con rigor un prioritario lugar en esta aventura, pero ha costado reconocer a coprotagonistas, muy importantes, del concepto y de la mano de obra. Gente como el capataz de obra Luis Morales, expertos de la madera como el carpintero José Caraballo, virtuosos del metal como Santiago Hernández, artistas de la jardinería como Feliciano Luzardo o maestros de la piedra como el cantero Gregorio de León.

“Soto pone en marcha un sentido estético por el que Lanzarote sería ampliamente reconocida”, dice Hormiga en su libro, que también explica que Jesús propuso a César Manrique que regresara a Lanzarote para participar en el transformador proyecto cuando disfrutaba de pleno reconocimiento internacional.

Desde enero, la Casa de los Volcanes de Jameos del Agua recuerda el fascinante espíritu de Jesús Soto con una exposición de fotografías y pinturas, un mural firmado por CNFSN+ (Felo Monzón y Tono Cruz), música de Nino Díaz y parte de la colección de minerales de Soto, que cuelga del techo como un cosmos.