Por Ibón S. Rosales

A veces en la vida las personas desean escapar del mundo. Huir de todo lo conocido y descubrir nuevos horizontes. Parajes de los que nadie ha escrito. Lugares donde perderse, para encontrarse. Con la mente en blanco y el modo avión partimos desde Gran Canaria a Cabo Verde, concretamente hacia Praia, en la isla de Santiago.

La conexión del vuelo de Binter nos lleva primero a Sal, el único aeropuerto de la isla, construido en el año 2000 con la colaboración del Gobierno portugués. Cabo Verde es un archipiélago de diez islas constituido como país hace apenas 43 años.

Desde el avión se puede apreciar un paisaje árido y despoblado. Algunos matojos se reparten por la llanura. Las playas están desiertas. No hay olas. Hoy no hay viento. Recuerda un poco a La Graciosa, la octava isla canaria, situada al noroeste de Lanzarote. La infraestructura del aeropuerto es humilde, la zona de embarque hacia Praia solo tiene dos puertas.

La primera vez que me hablaron de las caboverdianas, contaban de ellos y ellas que eran posiblemente las personas más hermosas de toda África. No tardamos mucho en entender por qué. Rostros mestizos, jóvenes y curtidos por el deporte que aman. Ya sea fútbol, running o entrenamiento multifuncional en las zonas de aparatos habilitadas.

No he subido al segundo avión y varios pasajeros ya me recomiendan sitios y se interesan por el motivo de mi visita a la isla de Santiago. La gente es muy cercana; es lo que tiene conectar el modo avión, que te obliga a levantar la mirada del móvil, ver y escuchar el mundo.

En menos de una hora, el avión aterriza en la isla de Santiago. Nos dirigimos a Praia, capital y ciudad referente de Cabo Verde.

Del cielo al pecado con dos zancadas. Este lugar comparte unas vistas maravillosas con una exclusiva terraza tipo chill out llamada Vip Criolo, que se encuentra justo al lado y que también ofrece almuerzos y cenas. El trato a su clientela es exquisito.

La primera parada es la playa de Quebra Canela (1), una bahía encantadora y de aguas tranquilas que enciende la marcha con un chiringuito a pie de playa por las noches.

En la ladera que acaba dando sombra a la playa se encuentra un mirador. Se accede a pie a través de unas escaleras multicolor que hacen que el lugar no tenga pérdida. Subimos hasta la zona para contemplar la postal caboverdiana. El mirador es en realidad un parque, con sus bancos y zonas de sombra, cuyo protagonismo es para el papa Juan Pablo II. Una poderosa imagen del pontífice con las manos abiertas se extiende ante el mar, custodiado por una enorme cruz.

Muy cerca de esta zona de Praia se encuentra el faro de Maria Pia. Hasta él se puede llegar a pie y tiene el encanto de haber forjado el amor. Suena cursi, pero es así. Construido en 1880, el Faro de Maria Pia mide 40 metros y lo custodia Jorge el del Faro, como él se describe. Desde su altura se contempla la inmensa bahía de Santa María. Se puede ver, al fondo, el buque Infanta Elena, de la Armada española. Pero de ese barco hablaremos en otro capítulo…

Decenas de enamorados y enamoradas han subido hasta el final de la torre, ojo avizor, Maria Pia, para dar el sí quiero. Y todavía queda espacio en el faro para disfrutar de una ceremonial fiesta y así celebrar el convite del enlace en ese mágico entorno. Jorge cuenta que las bodas celebradas allí son muy prósperas e invita a quien se quiera prometer mirando al mar a que no dude en acudir al lugar y contactarle.

Del amor en esta tierra, igual que del barco Infanta Elena, nos leemos más adelante. Cabo Verde es mágica, joven y libre. Seguimos en Praia, con el modo avión activado, viviendo Cabo Verde.