Por Sylvia Madero

Fotografías por Alexis W

Carismático, pasional en sus palabras y absolutamente comprometido con las causas sociales dentro y fuera de su isla: El Hierro. Es patrón mayor de la cofradía de pescadores herreña y presidente de la Federación Regional de Cofradías de Pescadores de Canarias, enarboló la bandera contra la instalación de un radar en el pico de Malpaso, fue precursor de la Reserva Marina, aboga por un modelo equilibrado de desarrollo sostenible… Fernando Gutiérrez encarna esa sensibilidad que tienen aquellos que luchan por hacer de la Tierra un lugar más habitable y con él recorremos la Isla del Meridiano.

La Restinga. Fernando elige este enclave pesquero del sur de la Isla como primera parada. Aquí vive y trabaja, y aquí se encuentra el logro del que está más orgulloso: la Reserva Marina de Punta de La Restinga-Mar de las Calmas. Fue creada en 1996, abarca 750 hectáreas de protección y es, en sus palabras, “el mayor sello de calidad turística de la Isla”. Hace 25 años, soñaba con hacer entender a los marineros que existía otra forma de relacionarse con el mar, racionalizándolo y acabando con las artes tradicionales de pesca, que consideraba esquilmadoras, para apostar por una forma de cultivar el mar de manera natural. “Esta reserva es la primera del mundo que ha sido iniciativa del propio sector y esto es fiel reflejo de la idiosincrasia de La Restinga: un pueblo de pescadores que han tomado el camino de la sostenibilidad, la racionalización y la gestión responsable de los recursos pesqueros”, afirma.

Faro de Orchilla. Como tantos otros canarios, los padres de Fernando emigraron a Venezuela buscando una vida mejor. Allí nació y, aunque permaneció solo durante siete meses, ha regresado en innumerables ocasiones (una duró dos años, y la aprovechó para recorrer el país en moto). Mientras mira al horizonte sobrecogido, nos cuenta por qué elige este lugar: “El faro de Orchilla es para mí un homenaje a todos esos canarios que tuvieron que marchar, a los que lloran por esta tierra, a todos los que no volvieron… Es abrumador pensar que no hay nada más desde aquí hasta llegar a América y saber que este era el último punto que veían los que partieron”, cuenta con voz entrecortada.

Cementerio de El Pinar. Quizá no sea el lugar más turístico ni el más emblemático, pero tiene algo especial. Humilde, modesto, silencioso…, en el cementerio de El Pinar se respira algo que no se puede explicar con palabras. Visitándolo, Fernando quiere recordar a sus antepasados y amigos que ya descansan, los que “nos legaron ese gran patrimonio que es ser piñero (como se conoce a los habitantes de El Pinar, de donde es nuestro protagonista)”. Habla de la importancia de las raíces y las particularidades de su pueblo, que define como “muy defensor de las tradiciones y la cultura, pero sobre todo unido, unido para defender su identidad”. Observa pensativo la tumba de su madre y explica que “es necesario hacer notar que no nos olvidamos de ellos, ya que uno es, en gran parte, lo que le han enseñado sus antecesores”. Y sentencia que aquí espera “descansar cuando ya no esté”.