Por Francisco Belín

Ilustración David Ferrer

Germinan a diario más que simples brotes culinarios en La Palma. Hay indicios, y significativos, de que en la Isla Bonita se empieza a desperezar una cocina de ribetes óptimos, arropada por el producto de cercanía identificativo de un territorio con tanta fuerza como carácter.

El jefe de cocina Pedro Hernández se enmarca, de todas todas, en el emerger de una realidad gastronómica que pretende no solo seducir con propuestas gustosas sino, además, recurrir a materia prima y cocciones compatibles con todos los comensales.

Cuando decimos aquí “todos los comensales” mejor será citar al propio chef, verdadero guardián de géneros y cocina libre alejada de todo alérgeno potencial. La anécdota que me relató en su momento vale para entenderlo: “Serví varios platos a una familia con el pan artesano –del que es un defensor a ultranza– y embutidos (chorizo de cabra, por ejemplo) confeccionados por mí; al finalizar me lo agradecieron y me felicitaron porque hacía mucho tiempo que no disfrutaban todos juntos a la mesa de un restaurante a causa de algunas intolerancias”.

Sabores directos, equilibrados, ricos, sin estridencias ni enrevesamientos los de El Duende del Fuego (en Los Llanos); sapiencia y maestría en ese arroz de montaña del cocinero palmero del que titulé así en su momento: “Por este duende pongo la mano en el fuego”. Un título que vuelvo a ratificar nuevamente.