Por Álvaro Morales

La excavación, hace ya décadas, de la montaña anexa propició (por erosión, viento y tiempo) una inolvidable playa de arena roja que, si el oleaje y, sobre todo, las corrientes lo permiten, desmonta de forma definitiva ese falso tópico de que en El Hierro no hay calas dignas. El Verodal, en el noroeste del municipio de La Frontera, es un lujo en la zona volcánica más espectacular de la Isla, marcado por el negro intenso de la lava, un litoral de caprichosas y puntiagudas áreas desde Arenas Blancas y un contraste inesperado con el rojo de su arena.

El viento suele marcar la pauta durante buena parte del año, pero cuando se duerme o da tregua el sitio es un lujo de soledad, tranquilidad, naturaleza cuasi virgen, puestas de sol espeluznantes, libertad (se puede practicar el nudismo) y alternativas para caminar y disfrutar de otros entrantes de mar. Llegar, aunque se hace por una corta pista de tierra con los típicos baches por el viento, no es nada complicado, dada la cercanía de la carretera que lleva a Sabinosa y a La Dehesa. La ausencia de construcciones solo se rompe con una amplia cabaña para hacer de comer y disfrutar de este paraíso con sombra, sillas y mesas. Si nunca ha ido, está tardando ya.

Son pocas en Canarias, pero qué playas. No hay muchas calas de arena roja en este archipiélago impactante, la verdad. Sin embargo, las existentes difícilmente pasan al olvido. Una de las más célebres anticipa la sorpresa por el nombre de la cima anexa a la que dignifica: Montaña Roja, en la parte final de la imponente Tejita granadillera. Pero nuestra protagonista de este mes es aún más sorprendente. Al menos, lo fue para los herreños que, hace ya décadas, fueron comprobando poco a poco o de repente que la parte volcánica más virginal y espectacular de la Isla escondía una coqueta y linda playa de fina arena con ese color tan de vida, tan ideológico, tan intenso. Se situaba en La Frontera, un poco más allá del Pozo de Sabinosa y de Arenas Blancas, ese otro encantador rincón costero tan de contraste cromático y geológico. Nuestra estrella responde al nombre de El Verodal y, si bien existe desde hace mucho tiempo, su característico rojo (que maravilla a residentes y turistas) se intensificó hace décadas con la explotación minera de la montaña anexa, actividad ya extinta. No es que toda su superficie esté colonizada por los rojizos granos, pero sí hay suficientes como para que merezca formar parte de ese selecto club en Canarias.

A El Verodal se llega relativamente fácil. Basta con coger la carretera que llega hasta el Pozo de Sabinosa desde El Golfo (La Frontera) y sigue hacia Arenas Blancas. Pasaremos entonces por un inolvidable malpaís de intrincadas formas volcánicas, con una paleta de negros, grises, rojos y ocres digna de César Manrique. Así alcanzaremos el pie de la dorsal que atraviesa la Isla rumbo hacia La Dehesa (desde donde también se puede bajar, claro), pero nuestra meta está a la derecha y lo indica un letrero que dice lo suficiente: playa de El Verodal.

Del asfalto pasaremos justo al pie de la montaña hacia una pista de tierra con las típicas y leves montañitas por efecto del viento. Un par de curvas, algunos restos de antiguas pequeñas explotaciones agrarias y, en apenas uno o dos minutos, llegaremos junto a la cima que regaló la fina arena roja. Suele haber aparcamientos y enseguida nos toparemos con un letrero que, con razón, advierte de las fuertes corrientes y de los riesgos de desprendimientos desde el acantilado. Por eso, conviene extremar la atención y el cuidado. No obstante, si el mar está bueno y el habitual viento da una tregua, el sitio es un verdadero tesoro, sin que el tópico se gaste.

No suele haber mucha gente, se puede practicar el nudismo, la zona invita a pasear y conocer nuevos entrantes y, encima, existe un área protegida con fogones y mesas por si se quiere preparar comida y disfrutar de ella a la sombra. El sol suele ser constante y, aunque en esta franja se mezcla el océano más dinámico con el delicioso y cercano mar de las Calmas, cuando el Atlántico no se mueve los baños no pueden ser más reparadores. Si, como remate, nos quedamos a las puestas de sol, en realidad solo irrumpirán las ganas de acampar y repetir al día siguiente. Sin duda.