Por Verónica Martín

Ilustración por Ilustre Mario

Uno de cada dos niños canarios sufre sobrepeso u obesidad. Es un problema que muchas veces se pasa por alto pensando que en un futuro, con la adolescencia, recuperará su peso o que estar gordito es algo puramente estético. Pero… no es así. Un niño obeso tiene más riesgo de convertirse en un enfermo. La educación alimenticia es la única solución viable.

Hace unos años llevé a mi hija a una simple revisión pediátrica. Ella ya tenía tres años y comía casi de todo. La pediatra nos preguntó: “¿Su hija bebe agua?”. Me resultó muy extraño. ¿Qué otra cosa podía beber una niña que ya no era lactante? En ese momento, la especialista explicó que gran parte de sus pacientes como líquido solo bebían zumos o refrescos, por supuesto, azucarados. Esta anécdota ilustra muy bien algo que se refleja en datos. Según el informe ALADINO, elaborado por la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, en Canarias la prevalencia del sobrepeso entre escolares de 6 a 9 años es del 24,3 por ciento y de la obesidad es del 19,9% (siendo más en varones con un 22,2% que en niñas, con un 17,7%). Sumando ambas llegamos a ese terrible 44% de niños con obesidad o sobrepeso, casi el doble que la media europea.

Que un menor tenga sobrepeso no es nada positivo para su salud. Lejos de las normas estéticas que se imponen en redes sociales y en la publicidad, la realidad es que un peso normalizado es una garantía de salud. El sobrepeso es la antesala de muchas enfermedades como las coronarias o la diabetes. Aunque puede haber un componente genético, los estudios determinan que el 99% de los casos de obesidad infantil se debe a una mala alimentación.

La nutricionista Laura Saavedra insiste en que la “gente no es muy consciente de lo que significan esos números. Esas cifras significan enfermedad. Estamos viendo ya a niños y a adolescentes con enfermedades en el hígado, con diabetes tipo II o con problemas cardiovasculares. Es muy grave y se deriva de los malos hábitos de vida de nuestros niños”. Insiste en que el “el azúcar es como el alcohol de los niños. Provoca los mismos síntomas que un exceso de alcohol en adultos: hígado graso o resistencia a la insulina que lleva a una diabetes”.

Por ello, hay que actuar. Lo primero es crear hábitos. “Si acostumbramos al paladar de un niño a los productos azucarados es muy difícil que luego quieran comer verdura… hay que evitar añadir azúcar a todo y debemos alejarnos de los alimentos procesados”.

Muchas veces en los supermercados se anuncian alimentos para niños con etiquetas que pretenden ser saludables y llenas de vitaminas. Hay que leer la letra pequeña. La nutricionista insiste en que “en general, debemos evitar los productos que se anuncian como para el desayuno, pues suelen ser procesados con gran cantidad de azúcar y grasas nada sanas como el aceite de palma”.

El consejo principal de Laura Saavedra es que los padres sean muy conscientes de lo que comen sus hijos y que abandonen falsos mitos. “Que coman lo mismo que los padres, desde que dejen de ser lactantes. Dejar de consumir productos procesados en la medida que sea posible: un buen bocadillo con un pan de calidad y queso será mil veces mejor que las galletas empaquetadas”. Y fruta entera. “Es importante repetir que un zumo de bote no equivale a fruta porque el ingrediente principal suele ser azúcar. La fruta hay que tomarla entera porque es la que más fibra tiene; triturada no es una mala opción y en zumo es desaconsejable porque concentra muchos azúcares naturales y no tiene fibra”.