Por Cristina Torres Luzón
Ilustración por Ilustre Mario
La salud mental es la gran olvidada tanto para el sistema sanitario como para la población. Cada vez hay más personas que acuden al psicólogo para aprender a gestionar su vida, rompiendo tabúes y desmontando estigmas. Sin embargo, las estadísticas muestran que seguimos muy lejos de darle el cuidado que se merece. No hay que enfermar para decidir cuidarnos, ni posponer la ayuda a cuando ya no vemos la salida.
A la hora de mirar por nuestra salud nos preocupamos por el descanso, la alimentación y el ejercicio. Cuando decidimos realizarnos un chequeo médico miramos que nuestros resultados analíticos estén en rango y no exista ninguna lesión orgánica o corporal a la que haya que prestar atención. Limitamos nuestras revisiones de salud al plano físico. No nos planteamos la necesidad de valorar nuestra esfera psicológica y emocional.
Vivimos en una sociedad que cada vez es más exigente. Nuestro ritmo de vida está disparado y solemos llegar exhaustos al fin de semana. Muchas personas complementan su alimentación con vitaminas, probióticos y otros suplementos buscando encontrarse más fuertes y sanos. Sin embargo, ignoramos el impacto directo que ejerce nuestro estado de ánimo y el nivel de estrés diario al que estamos habituados en nuestro organismo.
Tras la pandemia, organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud han manifestado que es necesario priorizar en las agendas políticas la atención a la salud mental. Los datos de la Confederación Salud Mental de España informan que el 50 % de los problemas de salud mental en adultos comienzan antes de los catorce años y el 75 % antes de los dieciocho años. Además, una de cada cuatro personas tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida.
Entre el 35 % y el 50 % de las personas no reciben ningún tratamiento o este es inadecuado. El aumento de las adicciones, así como el consumo de psicofármacos para aliviar las dolencias mentales, se han disparado en los últimos años hasta tal punto que las benzodiacepinas son la sustancia con mayor consumo adictivo de España, por encima del cannabis.
No podemos olvidar que los tratamientos farmacológicos son una ayuda que debe ir acompañada inexcusablemente de un proceso terapéutico y de crecimiento personal que nos capacite para gestionar nuestro malestar emocional y nos permita asumir y superar aquellos impedimentos que tiempo atrás hemos ido arrastrando.
Al igual que prestamos atención al plano físico y vamos realizando cambios en nuestros hábitos para mejorar nuestra salud, debemos ir incorporando la misma mentalidad en el plano psicológico y emocional.
Existen diferentes acciones que ayudan a cuidar la salud mental como son la meditación, el yoga, pasear por la naturaleza, una quedada con amigos o la práctica de hobbies. A pesar de ello, tendemos a posponer estas actividades a expensas de otras obligaciones que priorizamos como más importantes. Nos olvidamos de que para poder continuar con nuestro día a día debemos estar sanos y eso implica mirar por nuestro bienestar emocional.
Tampoco podemos obviar otra circunstancia que nos acaba incapacitando en nuestra trayectoria personal. Hemos normalizado demonizar determinadas emociones como son la frustración, la rabia, el enfado o la envidia. Catalogadas erróneamente de negativas, tratamos de evadirnos olvidándonos del papel que desempeñan y la información que nos aportan. Despreocupados de aprender a gestionarlas correctamente solo conseguimos que nos pasen factura. Toda emoción indica un mensaje que ha de ser atendido.
La psiquiatra infantil María Velasco explica en su libro Criar con salud mental que las cosas de la vida duelen y es normal. Indica que el gran problema de la salud mental en el siglo XXI se basa en que «ahora, ante todo, me tengo que sentir bien».
Prestar atención solo a las emociones catalogadas como positivas (el placer, la alegría, la felicidad o el amor) impide nuestro crecimiento y aumenta nuestro bloqueo. La sociedad, sobre todo a través de las redes sociales, distorsiona la realidad diaria en forma de felicidad ficticia perenne. Esto implica que desde muy jóvenes nos veamos inmersos en la autoexigencia y la búsqueda del perfeccionismo, limitando nuestra capacidad de resiliencia y mermando nuestra autoestima.
Vender una imagen idílica de la vida solo nos vuelve más ignorantes del sentido de esta y nos hace más propensos a enfermar mentalmente y a sentir un vacío interior que no sabemos explicar ni llenar. Los fracasos bien gestionados pueden ser nuestros grandes maestros. El esfuerzo conlleva apreciar mejor lo conseguido y aprender a disfrutar el camino. Nos empeñamos en llegar a una meta y a unos objetivos impuestos o estereotipados que una vez conseguidos no nos suelen dar la satisfacción esperada.
Reconectar con nosotros, chequear nuestro interior y alimentar nuestro mundo emocional de herramientas nos va a capacitar para saber cuidar de una forma más eficiente nuestra salud mental. Por ello, no pospongas más su cuidado, busca los recursos que necesites y apuesta por vivir mejor tu camino.