Por Aarón Rodríguez

Fotografías por  Amalia Márquez

Este mes nos trasladamos hasta el sur de la isla colombina para conocer uno de sus espacios naturales más singulares y desconocidos: el paisaje protegido de Orone. Comenzamos a caminar desde la plaza de Chipude, uno de los lugares más sorprendentes de La Gomera, punto de arranque del sendero nº 17 de la red insular. Nuestro recorrido, de 12,8 kilómetros de longitud, nos llevará a través de caminos ancestrales salvando profundos barrancos. Los escarpes del terreno gomero nos llevarán a acumular en esta ruta casi ochocientos metros de desnivel positivo y más de mil seiscientos de desnivel negativo, pero el esfuerzo merece la pena: La Gomera nos impone con su carácter accidentado, pero nos abruma con su belleza.

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A la sombra de la Fortaleza de Chipude, uno de los iconos del relieve gomero, nos dirigiremos a través de la Banda de los Alcabaranes y el pequeño núcleo de Pavón, hacia la Gollada de Almacla, desde donde se contempla el enorme tajo del Barranco de Erque: una profunda arruga en la áspera piel de la Isla, obra de la excavación efectuada por el agua durante millones de años. Deslumbrados por la vertiginosa panorámica que abarca todo nuestro itinerario, comenzaremos a descender hacia la parte alta de su cauce, el barranco del Nogal. Acompañados de vegetación xerófila, con palmeras ocupando los cauces y restos de bancales que trepan, como escalones, por las laderas más inverosímiles, remontamos barranquillos y cañadas en dirección a uno de los caseríos más bellos y singulares del sur de la Isla: Erque.

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Con sus casas de piedra en las que parece haberse detenido el tiempo, el lugar se emplaza en un escenario sobrecogedor presidido por la enorme hendidura del barranco a nuestros pies, y la Fortaleza sobre nosotros, un gigante que crece a medida que descendemos.

Iniciamos desde aquí la subida a la Vega de Taguluche y bajamos por la Lomada de Arguayoda, pequeñas porciones de tierra fértil que, en este sur tan accidentado y áspero, constituyeron un recurso fundamental para la subsistencia, ya fuera para la práctica de la agricultura como de la ganadería. Prueba de ello es la presencia de tuneras o chumberas junto a frutales propios de zonas áridas como son las higueras y los almendros, así como las siempre presentes palmeras que rodean el caserío de Arguayoda. Fue en estos lugares de topografía menos severa donde se pudo practicar una agricultura de exportación más intensiva, como el plátano o el tomate: ejemplo de ello lo tenemos, justamente, al otro lado del barranco de La Rajita, en el núcleo de La Dama. Aquí, entre cultivos de plátano y blancas casas a la orilla del mar, finaliza nuestra ruta.