Por Juan José Ramos Melo  @BirdingCanarias

Tras las lluvias invernales muchos de los barrancos de las Islas comienzan a reverdecer, tomando un aspecto mucho más frondoso del que dejó el duro y seco verano. Es en estas fechas en las que el invierno ya casi ha abandonado el calendario y los días amplían sus horas de luz. A poco de ocultarse el sol, tiene lugar un intenso concierto naturalístico, que pone una amplia nota sonora a todos y cada uno de los barrancos de Canarias.

Un ensordecedor espectáculo nocturno que enfrenta a los habitantes anfibios de los charcos por la perpetuación de la especie. Miles de ranas en busca de los mejores genes se disponen a reproducirse en medio del agua. Los machos comienzan una dura e encarnizada lucha vocal que les permitirá conquistar a las más bellas y fértiles hembras de cada charco. Sus pulmones se inflan de aire, hasta casi doblegar sus cuerpos para emitir intensos sonidos que compiten con otros pretendientes. Estos cantos de cortejo en ocasiones pueden ser escuchados claramente a varios cientos de metros, haciendo pensar a los oyentes que se puede tratar de grandes y feroces seres nocturnos. En esos momentos, el aire que llena sus pulmones les hace flotar en la superficie de los charcos, quedando expuestos ante posibles depredadores nocturnos alados, rebuscadores de los charcos, como son los martinetes y avetorillos que se reproducen en varios humedales de las islas.

Tras los cantos comenzara una larga orgia anfibia en cada una de sus orillas, el objetivo es fecundar el mayor número de hembras posible para trasmitir los caracteres de cada macho. Puestas con miles de huevos quedaran ocultas entre las plantas acuáticas. En unos pocos días verán la luz pequeños seres cabezones dotados de largas colas. Estos poco agraciados renacuajos irán sufriendo una metamorfosis que los transformará en bellas ranas anfibias.

rana

Los anfibios que habitan las Islas Canarias han sido introducidos por el hombre en los últimos 500 años. Llegados como polizones ocultos entre la carga de navíos que viajaban desde Europa, han ido colonizando buena parte de las zonas húmedas de las islas. Frecuentan charcos de barrancos, presas, charcas de riego, canales, acequias y otros ambientes acuáticos, siempre lejos de aguas salobres o saladas ya que su piel no soporta las altas concentraciones de sal.

Tres son las especies anfibias conocidas en las islas, todas ranas, aunque en los últimos años se han encontrado debido a escapes de acuarios y colecciones privadas ranas y sapos de orígenes exóticos que aparentemente no han logrado establecerse en las islas.  La ranita verde o meridional es la más abundante de las tres, con su cuerpo totalmente verde y de pequeño tamaño luce una lista dorada desde los ojos hasta las patas delanteras, es la más conocida y popular de las ranas de Canarias, pues habitan tanto en ciudades como pueblos, tierras de cultivos y espacios naturales. Pueden pasar mucho tiempo lejos de los charcos y vivir temporadas en jardines, parques o huertas con cierto grado de humedad.

La rana común es de mayor tamaño, con una coloración de piel muy variable que va desde el marrón al verde oscuro, y al contrario que su anterior congénere pasa toda su vida dentro del agua o en su entorno. Su canto recuerda a una gallineta común pero mucho más intenso y continúo.

Además, hace unos pocos años fueron localizados en el sur de Gran Canaria varios ejemplares de la rana verde del Magreb, donde al parecer habita en charcas de riego entre cultivos de tomates, hortalizas y frutales tropicales. Sus hábitos y aspecto es similar a la rana común pero con unas marcadas listas oscuras en el dorso, en ocasiones difícilmente distinguible, si no eres un herpetólogo, un estudioso de los anfibios y réptiles.

El canto de las ranas es solo uno de los sorprendentes espectáculos que encierran los charcos de nuestros barrancos, lugares en mucha ocasiones mal entendidos y despreciados por los humanos. Barrancos canalizados, sepultados, destruidos, entubados, convertidos en basureros y escombreras, o simplemente olvidados aparecen a lo largo de la geografía de nuestras islas. Acercarse a ellos a observarlos, fotografiarlos, sentirlos, disfrutarlos o simplemente conocerlos puede ser una experiencia más que gratificante, no sólo para el que los descubre, sino para los propios barrancos, pues difícilmente su puede conservar lo que no se conoce.