Por Juan José Ramos Melo

A medio camino entre las Islas Canarias y Madeira, aparecen las Salvajes, un pequeño archipiélago portugués deshabitado que alberga algunas de las principales colonias de cría de aves marinas del Atlántico, un lugar realmente desconocido para la mayoría de nosotros y una joya para los amantes de la naturaleza.

Su presencia en la documentación histórica es casi nula y se reduce a algunos textos, en la mayoría de los casos, relacionados con títulos de propiedad a partir del siglo XVI. Sin embargo, en el ámbito de la historia de la ciencia, las Islas han tenido un papel destacado en el estudio de la Macaronesia por el número de trabajos científicos publicados sobre ellas, debido a su geología, aislamiento, el alto número de especies endémicas y la importancia que tienen en la reproducción de un buen número de aves marinas, en especial la pardela cenicienta que se estima llegan a superar las 20.000 parejas en la época de reproducción, la mayor colonia a nivel mundial para esta especie.

Las Ilhas Selvagens, como se denominan en portugués, son tres pequeñas islas e islotes que aparecen en el horizonte como espejismos, torres de piedra que ya han provocado algún naufragio, el más conocido el de un gran petrolero a comienzo de los años 70 del pasado siglo XX. Salvaje Grande, Salvaje Pequeña (Pitón Grande) e Ilhéu de Fora (Pitón pequeña) y varios islotes, se encuentran situados a 280 km. de Madeira y a 165 km de las Islas Canarias. Desde 1971, este archipiélago deshabitado está declarado Reserva Natural por el gobierno portugués; el principal motivo de su conservación es la presencia de especies de plantas endémicas y grandes colonias de aves marinas.

La relación de los canarios con las Islas Salvajes fue siempre estrecha. En el pasado como beneficiarios de los recursos naturales de las Islas, hombres y mujeres viajaban hasta allí en pequeñas barcas para recolectar la preciada orchilla, pescar, marisquear y capturar pollos de pardelas. Canarias también fue destino y origen de varios de los barcos que transportaron a naturalistas y colectores de plantas, semillas, rocas y conchas que fueron nutriendo a los museos europeos y sirviendo como base a algunos de los estudios sobre el Archipiélago. Naturalistas e investigadores canarios realizaron a partir de la segunda mitad del siglo XX varias expediciones científicas a las Salvajes. La primera expedición canaria con fines de investigación fue llevada a cabo por Don Telesforo Bravo, quién tanto aportó en múltiples campos del conocimiento natural de Canarias y de la Macaronesia. Esta pequeña expedición fue promovida por la curiosidad innata de sus integrantes. La llevó a cabo D. Telesforo de forma personal junto a E. Sventenius, en 1953, con un barquito pequeño registrado en Caleta de Sebo llamado Graciosero, con el apoyo de Mariano López Socas, alcalde de Haría en ese momento y la compañía de varios pescadores de La Graciosa, suponiendo un atentico hito en el conocimiento de estas islas.

Hoy en día, la relación de Canarias con las Islas Salvajes es escasa, aunque aún existen muchos relatos y leyendas, tal vez las más conocidas las que cuentan los marinos sobre los piratas que escondían aquí los tesoros de sus asaltos a barcos con oro y joyas que venían de las prosperas colonias americanas. Lo que se sabe con certeza es que son un preciado reclamo para los amantes de la naturaleza y la vida marina en general. Un lugar único donde habitan miles de pardelas cenicientas, petreles del Bulwer, paiños pechialbos, paiños de Madeira y charranes de varias especies, junto a invertebrados y plantas exclusivas a nivel mundial. Un paraíso para la vida salvaje y refugio para algunas de las más singulares especies de fauna y flora de la Macaronesia. Un auténtico laboratorio de la evolución que hubiera fascinado al mismísimo Charles Darwin.