Por Salvador Aznar

He de reconocer que nada más llegar a Praia, la populosa capital de Cabo Verde me sentí algo abrumado. La gente se amontonaba alrededor de los mercados, siempre rodeados de un ruidoso tráfico donde todo tipo de vehículos circulaban de manera caótica. Si ya conoces África, debes saber que allí todo el mundo cree que los automóviles tienen preferencia sobre los viandantes.

Una vez superado el estupor inicial, me dirigí al hotel en el que me alojaría. Desde el primer contacto con el personal que atendía en la recepción, entendí que en Cabo Verde, vaya a la isla que vayas, hay una palabra mágica que te hará olvidar las dificultades haciéndote sentir bien: morabeza. Significa hospitalidad y los caboverdianos, que son amantes de la vida, hacen de ella su bandera. Casi siempre el mejor paisaje es el de la propia gente que habita el lugar, algo que yo suelo definir como paisanaje.

Así que, animado por estos estímulos de hospitalidad, dejé mi mochila de viaje en la moderna y confortable habitación del hotel y salí dispuesto a conocer los más interesantes rincones de esta populosa ciudad.

Con una población que supera los 130.000 habitantes, Praia se convirtió en capital del Archipiélago en 1770, fecha desde la que no ha dejado de crecer. A la ciudad llegan constantemente nuevos habitantes de las otras nueve Islas así como de los vecinos países del continente. La ciudad surgida inicialmente en la zona conocida como Plateau, una elevación montañosa próxima a la playa de Gamboa, ahora se expande por los pequeños valles y mesetas de los alrededores, formando barrios o distritos conocidos como achadas.

La histórica Plateau es la zona de la ciudad más atractiva y monumental y allí se alzan los edificios más emblemáticos: el Liceo, los Palacios de Cultura y de Justicia, el Ayuntamiento, la Presidencia de la República y cómo no, la Iglesia de la Sra. de Gracia y también algunos de los Bancos más importantes de la ciudad.