Por Ángeles Jurado 

Fotografías por Patri Cámpora y Ángeles Jurado

 

El encanto de Makasutu se encuentra en los senderos perdidos entre termiteras y árboles gigantescos, en la paz de su manglar, en la cabaña del hombre sabio que lee la palma de la mano y receta plantas tradicionales para los achaques, en el vuelo de un cormorán o una garza sobre un plácido giro del Mandina Bolong –un afluente del río Gambia–, en el arroz en buena compañía en el campamento base a la orilla del río, en la arena donde varan las piraguas y agitan sus pinzas los cangrejos diminutos.

Se estira al paso del Mandina Bolong e incluye en su paisaje manglar, palmeral, algo de sabana y ecosistemas propios de la ribera del río y el bosque tropical. En una de las vueltas del Mandina Bolong se enquista un campamento base con una torre que funciona desde 2013 y desde la que se puede ver una importante extensión de la naturaleza circundante. También se sitúa en él un centro artesanal en el que admirar la talla de madera y la cerámica locales y comprar recuerdos elaborados a mano por la comunidad de la zona. Además, Makasutu ofrece la posibilidad de disfrutar de su paz en un hotel ecológico en el que el viajero puede hospedarse.

Makasutu es un nombre que proviene del mandinga. “Maka” es el lugar sagrado de La Meca en el islam y “Sutu” significa bosque. La zona fue bautizada así ya en el siglo XII, con el descenso del islam desde el Sáhara hacia Senegambia.

La historia de Makasutu se liga a la islamización de Senegambia y a la leyenda de Ninkinanka, un saurio que habita el pantano y que ejerce de guardián de los ropajes y la corona del rey soninké Mansa Jatta, de Busumbala, muerto en batalla por la mano de un rey musulmán, Kombo Sillah. Se dice que Ninkinanka también protege los bosques de Makasutu y a las comunidades que los habitan y que estas conviven con djinns, gigantes y otras criaturas fabulosas.

Makasutu se utilizó durante siglos como santuario para el rezo y la práctica de rituales, como la circuncisión. Acogía tradicionalmente el baño de los chicos recién circuncidados en las aguas del Mandina Bolong. La caza y la tala se prohibieron en su territorio mágico durante generaciones, hasta que el siglo XX lo desacralizó y lo despojó de parte de su misterio. Migrantes guineanos se establecieron en la región, con el permiso de los reyes locales, e introdujeron el cultivo del arroz en una parte del bosque. El miedo a sus senderos mágicos fue desapareciendo y pronto la caza y la tala para utilizar su preciosa madera como combustible o material de construcción se hicieron habituales.

El rescate de Makasutu se produjo en 1992, con la llegada a la región de dos aventureros británicos, James English y Lawrence Williams. Ingeniero y arquitecto, respectivamente, buscaban un emplazamiento en la naturaleza para un campamento ecológico para mochileros y lo descubrieron aquí. A pesar de la oposición inicial de la población local, lograron comprar algo de terreno y acabaron convirtiéndose en piezas claves en la conservación de un espacio que se deforestaba a toda velocidad. Makasutu se ha replantado con 15 000 árboles y en su tierra rojiza se han excavado casi cien pozos para regarlos. El bosque, tal y como hoy lo conocemos, abrió al público en 1999 e integra a la población local en su rutina diaria, empleando –de manera directa e indirecta– a unas 3500 personas de la zona.

En Makasutu podemos disfrutar de la sombra de caobas, palmeras y baobabs y dejarnos acompañar por los monos bajo los cantos de los pájaros. También se incluye en la oferta de experiencias del bosque un lento y largo deambular en piragua por sus entrañas, a remo y saludando a los pescadores locales, y la posibilidad de observar el trabajo de los recolectores de savia de palma, que después se utiliza en el vino. Incluso se ofrece la experiencia de encajarse en un rudimentario arnés de corteza para escalar un trozo de palmera y dejarse fotografiar por los amigos.

Habitan Makasutu más de un centenar de especies de ave, desde jacanas, turacos, loros y palomas hasta aves del paraíso. Además, al final del camino nos espera la cabaña del curandero, con el rostro oculto y las manos callosas y sucias sujetando nuestra propia mano, armado con un espejo y la inspiración, rodeado de remedios tradicionales.

Makasutu sigue siendo, en pleno siglo XXI, un bosque sagrado. El lugar de provisión, recogimiento y fertilidad donde Ninkinanka y los genios acompañan a los monos y las aves en un peregrinar amable que nos hace pensar, cuando lo observamos, que el tiempo se detuvo en el siglo XII y en esta orilla del río.