Por Eduardo Cabrera

Caminar por las calles de Santa Cruz de La Palma es tropezarse, inevitablemente, con la historia. Cada uno de sus rincones guarda secretos, nombres, fechas y acontecimientos que embellecen aún más sus fachadas y balcones. Una de esas historias nos lleva desde La Palma a Irlanda para conocer un vínculo que ha pasado desapercibido inexplicablemente y que nos conduce a un hecho singular y único.

La vía principal de la capital de la Isla Bonita es una calle peatonal adoquinada, flanqueada por fachadas de aire colonial, que termina en la plaza de España y el Ayuntamiento. Allí la avenida de El Puente cruza llevando el tráfico de vehículos hacia la parte alta de la ciudad para, al otro lado, continuar la vía peatonal, esta vez con otro nombre. A esta calle de vida y comercios se la conoce como calle Real, pero su verdadero nombre es otro. En su primer tramo desde el edificio de Correos hasta la avenida de El Puente estamos en la calle O’Daly. La continuación es ya la calle Pérez de Brito. Y son estos los protagonistas de un acontecimiento histórico que tuvo lugar a finales del siglo XVIII y del que no todos han oído hablar.

Fue en el siglo XVII cuando muchos irlandeses huyeron de su tierra natal afincándose en lugares del mundo. A aquel éxodo se le conocería como “la huida de los gansos salvajes”, principalmente soldados jacobinos dirigidos por Patrick Sarsfield. Una de aquellas colonias se instaló en la isla de La Palma, donde se dedicaron fundamentalmente al comercio. De las generaciones que sucedieron a aquellos primeros irlandeses surgió la figura de Dionisio O’Daly, elegido síndico personero en 1767 y revocado por el Consejo Capitular de los regidores perpetuos por su condición de extranjero. Un año antes, el rey Carlos III había promulgado un auto por el que los ayuntamientos que superasen los dos mil habitantes podrían designar dos cargos con carácter temporal, que serían conocidos como Diputado del Común y Síndico Personero del Común. Se trataba de cargos para la defensa de los vecinos y la vigilancia de la buena administración pero sin derecho a voto. Tras la revocación de O’Daly en 1768, se acusó a los regidores de malversación de caudales públicos, entre otras malas prácticas, lo que inició un proceso que habría de pasar a la historia.

Entonces La Palma disponía de una sola institución pública que hacía las funciones de gobierno insular, lo que hoy es el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. Al frente se encontraban familias adineradas a las que se conocía como los regidores perpetuos debido a que los cargos eran hereditarios. Una situación que mantenía al pueblo sometido en condiciones difíciles.

Quien primero advirtió esta situación fue, precisamente, el comerciante irlandés Dionisio O’Daly, que puso en marcha un movimiento que buscaba la elección democrática de los gobernantes, terminando así con los regidores perpetuos. Sin embargo, su condición de extranjero no le otorgaba los poderes ni derechos necesarios para llevarlo a cabo. Se encontró entonces con Anselmo Pérez de Brito, abogado del municipio de Garafía y afincado en Santa Cruz de La Palma, que se sumó a la causa con su condición de nacional. Esto le llevó a la cárcel, donde fue torturado, falleciendo poco tiempo después. Pero en aquel momento O’Daly sí logró escapar de la persecución para llegar a tierras peninsulares, donde fue recibido por el entonces monarca Carlos III. No era la primera vez que le llegaba la petición del irlandés y, por motivos tan misteriosos como casuales, acaso por no dar excesiva relevancia al lugar de donde procedía la demanda, se concedió la oportunidad de que los regidores de Santa Cruz de La Palma fueran elegidos por el pueblo. Esto tuvo lugar en enero de 1773, convirtiéndose así el de la capital palmera en el primer Ayuntamiento democrático de España, elegido por sufragio universal. Quedaban aún 16 años para que tuviera lugar la Revolución francesa.

Hoy la calle Real de Santa Cruz de La Palma lleva el nombre de O’Daly en su primer tramo y recuerda a Pérez de Brito en su continuación hasta la plaza de la Alameda, cruzando frente a la sede del primer Ayuntamiento elegido democráticamente. Una historia, un vínculo, que la Isla quiere rescatar con la celebración, cada año, del Día de San Patricio, patrón de Irlanda. Banderas, tréboles y música irlandesa, sin renunciar al tradicional estofado irlandés y al color verde, visten las calles de Santa Cruz de La Palma cada día 17 de marzo para conmemorar una historia y unos personajes que escribieron uno de los capítulos más importantes pero también menos conocidos de su historia.