Por Aarón González

Fotografías por Rocío Eslava

En el macizo de Anaga, la cadena de montañas que se levantan en el nordeste de la isla de Tenerife, confluye una miscelánea de tesoros geológicos, biológicos y culturales de colosal valor y gran singularidad, que han valido a este espacio su nombramiento como Reserva de la Biosfera. Un territorio escarpado, surcado por una infinidad de barrancos que se despliegan desde la cumbre hasta el mar, coronado por verdes bosques, confinado por afiladas crestas y bruscos farallones y ornado por bancales y blancas aldeas que se disponen aquí y allá, ya en el fértil fondo de los valles, ya sobre los ásperos riscos. Un escenario insólito, que podremos recorrer, al menos en parte, con la ruta de este mes.

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Iniciaremos el trayecto en la plaza de Afur, uno de los primeros valles que se otorgaron a los colonos tras la conquista de Tenerife. Aquí, en el seno de la cuenca más amplia y húmeda del norte del macizo, nace el sendero, perfectamente señalizado, que conecta con Taganana. El camino discurre a lo largo del cauce del barranco de Afur, uno de los escasos caudales que aún se mantienen durante todo el año en la isla de Tenerife. Fruto de ello, el agua será nuestra deliciosa acompañante, sea susurrando bajo los sauces, o resonando con vigor en los abundantes saltos que encontramos durante el recorrido. Magníficos compañeros de viaje serán, asimismo, los hermosos ejemplares de sabina que componen uno de los dos únicos bosques de esta castigada especie que perdura en la Isla: los sauces canarios. Amantes del agua, encuentran aquí uno de sus más preciados refugios, los numerosos charcos destinados por los moradores de estas tierras a la pesca de la anguila, el más sorprendente de los residentes estacionales de este lugar extraordinario, o los sobrecogedores diques, vetustos e imponentes testigos de las ardientes y tempranas etapas de la formación de Anaga.

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Tras deleitarnos con la grandiosa vista de los descomunales acantilados en la playa de Tamadiste, iniciaremos la subida hacia el lomo del mismo nombre, buscando las faldas del Roque Marrubial. Desde aquí, el espectáculo es grandioso: la panorámica abarca desde los Roques de Anaga hasta la playa de Benijo, desde el Roque de los Ánimas hasta Chinobre. Todo el arco de Taganana, desde el monte hasta la costa erizada de arrecifes, se extiende como una herradura al alcance de nuestra mirada, cercada por el intenso azul del mar. Este soberbio marco, casi un lienzo elaborado por las manos de un maestro, será el escenario del último tramo de nuestro recorrido. Entre viejos campos de cultivo, viñedos, lagares de piedra, bancales y antiguas casas rodeadas de palmeras canarias, alcanzaremos el pueblo de Taganana, uno de los más añejos asentamientos de la Isla, celoso custodio de gran parte del legado patrimonial de Anaga.

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