La capital de Navarra, Pamplona, con algo más de doscientos mil habitantes (la tercera parte de los residentes en la región), celebra cada año la fiesta más prestigiosa, internacional y taurina de los sanfermines, con estreno oficial el 6 de julio, día del chupinazo en la plaza consistorial. El día 7 comienzan los encierros y las corridas de toros, sin duda la parte más llamativa, en una jornada en la que se conmemora al copatrón navarro san Fermín. El cierre de esta intensa celebración de una semana es el día 14. Y entonces, a esperar el nuevo año, siempre después del entonado previo en toda España del «… 7 de julio, San Fermín» y tras horas con interpretación popular en el centro de la ciudad del clásico Pobre de mí, símbolo del carpetazo a la fiesta.

Pamplona bulle, hierve, con los sanfermines, cuando muestra su cara más alegre y festiva para locales y visitantes, pero la vitalidad en esa semana de julio no desmerece el escaparate que florece el resto del año. Lo consigue gracias a una interesante historia que se repasa a través de huellas patrimoniales y artísticas de primer orden, a la configuración de un espacio urbano desarrollado y moderno, limpio, verde y apetecible, y a la defensa y conservación de sus más brillantes tradiciones. Pamplona es un todo al que hay que acercarse sabiendo que su corazón vibra más en el cenit de San Fermín.

CUATRO ICONOS DE LOS SANFERMINES

Esta fiesta, de la que se hallan referencias a finales del siglo XIV, absorbe la vida de la capital navarra en la primera quincena de julio, cuando sus celebraciones se manifiestan en cuatro espacios: el ayuntamiento y su plaza consistorial, inicio y cierre de festejos; la calle Estafeta, con toros de los encierros, cuando toca, y principal expositor de bares y pintxos; la Cuesta de Santo Domingo, de donde parten las reses tras quedar los corredores al albur del santo patrón, y la plaza de toros y el monumento al Encierro, lugar de freno y de corridas con charangas.

LA CIUDAD QUE ESTÁ TODO EL AÑO

Esta Pamplona también es exquisita, algo apreciable en al menos cinco visitas. Una de ellas, la Ciudadela y Vuelta del Castillo, el pulmón verde urbano con la ciudadela pentagonal transitable más antigua del mundo. Y a ese verde, otro más, el de los Jardines de la Taconera, un espacio con incuestionable encanto, como ocurre además con el arte catedralicio de Santa María la Real, gótica de los siglos XIV y XV, y con la exuberancia del Palacio Real y el Archivo General de Navarra. Todo esto antes o después, como se quiera, de pasear por el Fortín de San Bartolomé, con centro de interpretación de las murallas y del origen y evolución de la ciudad.