Texto: Raquel Álvarez

Visitar Asturias es un regalo para toda la familia. Aún recuerdo cuando fuimos hace años con mis padres, en esa época que nos llega a todos en la vida, en la que tomé el testigo de ser yo quien preparaba los viajes, después de años y años de carretera por toda la Península, escuchando boleros, soul, pop y la radio, siempre la radio, las noticias y el Carrusel deportivo. En esta ocasión estaba excitada, me tocaba organizarlo todo. Y tenía que ser una visita adaptada a personas muy mayores, a nosotros y a niños. Nada en Asturias defraudó, es más, superó las expectativas.

Dedicamos el primer día a Oviedo. El obligado callejeo por el casco antiguo medieval te transporta al pasado en cada adoquín y en cada fachada, con parada en la fuente de la Foncalada y, por supuesto, en la catedral y la Cámara Santa, del siglo IX. Hicimos un paréntesis caprichoso para acercarnos a la escultura de mi admirado Woody Allen y nos regalamos una buena fabada. Fue difícil negociar entre fabes con almejas, calamares u otras muchas opciones, pero nos fuimos a lo tradicional. Esos fabes que estallan en la boca y son pura mantequilla; el generoso y reconstituyente compango estaba tan delicioso que años después aún nos relamemos recordándolo. Para descansar de tan merecido homenaje gastronómico visitamos el monte Naranco. Ambas experiencias saciaron también el espíritu y nos reconciliaron con la naturaleza y la historia.

Como somos muy viajeros, dedicamos la segunda jornada a conocer los alrededores y nos decidimos por una ruta circular: de Oviedo a Luarca y de ahí por toda la costa hasta Luanco y de vuelta a Oviedo. Nos encanta el ambiente marinero, los pequeños puertos pesqueros, el graznido de las gaviotas insaciables y observar a algunos surferos valientes. Valió la pena. 

Vivimos momentos inolvidables, como una fiesta con banda y tambores y reparto de unas deliciosas sardinas asadas y sidra en Luarca (gracias a los y las paisanas que nos acogieron y nos informaron supimos que se celebraba la Fiesta del Rosario, 13 de agosto). Había mucha gente, pero nos hicieron sentir como uno más.

Seguimos hacia Luarca, un puerto de origen ballenero, cuya flota ahora captura bonitos, sardinas y otros manjares de la mar, por donde vale la pena pasear, tapear y hablar con las personas del lugar, que para nosotros es lo más enriquecedor de cada viaje. El paseo marítimo y la playa son más que recomendables.

Nuestra última escala antes de regresar al hotel en Oviedo fue Cudillero, el destino de instagramers de todo el mundo, una de las postales más bonitas de todo el litoral español, con esas casas de colores vivos, en anfiteatro, abrazando la ensenada y el puerto. Ojo, la llaman la villa invisible del Cantábrico, tan escondida de los navíos como de los vehículos. Solo se disfruta cuando estás en su vientre, como la gran ballena que engulló a Jonás, y caminas siguiendo los originales azulejos de pescados azules del suelo. Tomar un café o cenar en sus terrazas, sidrerías y restaurantes y disfrutar del atardecer es todo un regalo de la vida. ¡Volveremos!

MÁS INFORMACIÓN: canariasviaja.com