Texto Carla Rivero

Imagen Carlos Novella

Judith está lejos del mar. Echa de menos su arrullo y, presta, acude a su memoria para ilustrar desde el interior de la meseta peninsular las tardes de verano en las que iba a buscar los rayos de sol a La Garita, en su Telde natal. La cala, alejada del tumulto, es sinónimo de dicha al recordar los paseos con sus padres o las tardes en las que iba con sus amigas a hablar sobre qué les depararía el futuro, imaginando que se lanzaban al mar para perseguir su destino.

 

La Garita, antaño conocida como Puerto Madera, ofrece al bañista a lo largo de sus 260 metros de arena tiznada un lugar en el que reposar y descansar en el sureste de Gran Canaria. Si el visitante alza la vista, verá recortado contra el horizonte el perfil de Las nadadoras, obra del escultor José Luis Marrero, y, a lo lejos, el horizonte del Atlántico, que baña la costa de un pueblo que dio comienzo a su historia gracias al asentamiento de pescadores y agricultores en los años sesenta, tal y como relatan los libros del escritor teldense Francisco Peña. Una década que permitió a sus habitantes prosperar a partir el tejido asociativo y la llegada de familias holandesas.

El paseo marítimo conduce los pasos del caminante desde este rincón, en el que las terrazas para tomarse un refrigerio conviven con las tablas de surf, a Hoya del Pozo, para pasar seguidamente por playa del Hombre, saludar a Neptuno, que emerge de las aguas de Melenara, y concluir en Salinetas sin apenas un tropiezo. Pero, mucho antes, el foráneo observará, perplejo y aturdido, la furia del mar, que brama en El Bufadero. Este orificio submarino permite que el agua salga a presión, como si fuera un géiser que deja sobre el aire su estela de bruma y salitre, hipnotizando con su respiración al transeúnte.

El enclave es uno de los más icónicos de la zona, sin olvidar que cerca se encuentra el peñón y la laguna de la Reina Mora, cuyas aguas furiosas hacen difícil el acceso, o el yacimiento arqueológico de Lomo Los Melones y una reliquia prehispánica a tan solo unos 230 metros que reflejan el pasado aborigen de la Isla.

Remojando los pies entre las charcas que forma el litoral rocoso se encuentran los críos, siempre visibles para las familias que clavan las sombrillas y tienden las toallas. Alrededor, el paseo está lleno de homenajes a los personajes de la comunidad que han empujado con brío este lugar en el que el viento acompaña a las olas, como el escritor José Luis González Ruano, la vecina Elena Richau o el marinero que salvó más de un centenar de vidas, Sebastián Quintana Vélez, conocido por el sobrenombre de Chano el Guapo.

Antes de terminar el día, Judith quiere pasar por la casa de las piedras pintadas, un rincón en el que su dueña embellece los rincones mientras en uno de los laterales un barco de velas azules y amarillas está rodeado de azulejos y cantos. Me termina de contar en un audio que sus visitas a La Garita terminan contemplando el agua disparada de El Bufadero; entonces, la noche llega y el arrullo del ruido marino la envuelve.

  • Ubicación: municipio de Telde, en el sureste de Gran Canaria; salida sur por GC-1, salida 7B y, luego, tomar GC-116 y GC-10.

  • Socorristas: sí, en verano.
  • Playa surfista: sí.
  • Restaurantes: sí.
  • Baños: no.
  • Sombrillas y hamacas: no.
  • Adaptada para personas con discapacidad: sí.
  • Aparcamientos: sí.
  • Transporte público: la línea 75 de Global, desde la estación de San Telmo.
  • Perros: no.