Juan Manuel Pardellas
Imagen David Ferrer
Cuenta Isidro Ortiz que, de niño, quedó huérfano y como mayor de cuatro hermanos tuvo que labrar la tierra y cuidar ganado, no fue a la escuela y aprendió muy tarde a leer. Ahora, viudo, atendido por su cuidadora Mónica, en su casa de una planta con huerta, con cinco hijos y siete nietos («todos silban un poco, ¿eh?»), le queda como legado que la Unesco reconociera hace ahora quince años al silbo gomero como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un legado que Ortiz supo meter en las aulas y con el que hablan cientos y cientos de chicos y grandes. «El día que falle la tecnología, alguien se acordará del silbo gomero», dice el maestro con socarronería.
Llegar a la aldea de Chipude (La Gomera) precisa traspasar una puerta mágica tipo Stargate, que te traslada del ahora a un paraje de ciencia ficción, una nevera de 14 grados de temperatura y un tupido bosque de cuyas ramas cuelgan largas barbas de musgo y que mantiene casi en un mundo aparte a las loceras de El Cercado, que fabrican vasijas como en la época prehispánica. Al lado, en Chipude, viven el maestro silbador Isidro Ortiz y unos pocos parroquianos más. Llegó a haber más de cinco mil habitantes en la comarca. «Ahora nos contamos con los dedos de las manos», se lamenta a sus noventa y tres años, muy lúcido, a pesar del reciente ictus que lo ha dejado casi sin visión y alejado de su pasión artesana de tambores, pitos y chácaras.
¿Cómo era Chipude en 1930, cuando usted nació?
Era una parroquia superpoblada, con más de cinco mil habitantes, de los treinta mil o cuarenta mil que había en La Gomera. Y todo verde, lleno de frutales, labranza y pastos regados por el agua que corría todo el año. Vivíamos de lo que daba la tierra. Todos se fueron por la guerra, la política y la industria mundial, a trabajar en fábricas, y la tierra dejó de producir.
Da la sensación de que añora ese pasado.
Tiene razón. Lo añoro mucho. Sobre todo la comunicación entre las personas. Estamos invadidos por tecnología, pero vivimos aislados unos de los otros. Ya no hay convivencia, ni cooperación, ni nos ayudamos. No nos hacían falta sueldos, y vivíamos. Hoy creemos que lo tenemos todo, pero no es verdad, no tenemos nada.
En la época de los satélites y el WhatsApp, ¿qué sentido tiene mantener el silbo como una herramienta de comunicación?
El día que falle la tecnología y no haya cobertura, ¿qué ocurrirá? Verá cómo nos vamos a acordar de la importancia del silbo gomero. Si eso falla, tendremos al silbo. Mientras tanto, lo defendemos como un símbolo de algo que tuvimos durante cientos de años, de lo que fue esta isla y sus gentes; es algo de un enorme valor cultural. Los niños de la antigüedad aprendían a silbar y a hablar a la vez.
¿Cómo funciona?, ¿es por sílabas, por palabras o por conceptos?
Es un lenguaje fonético articulado, que diferencia entre graves y agudos. El profesor Ramón Trujillo hizo una labor extraordinaria y lo escribió de forma académica, pero desgraciadamente eso no lo entendíamos los del pueblo llano. Por eso inventé el método que ahora se imparte en todos los colegios.
¿Sabe de otros lenguajes silbados en el mundo?
Con las características del silbo gomero, tan completo, no hay ninguno. Se sabe que en Turquía, Grecia y México hay lenguajes silbados, pero no como este. Y lo que hay en el resto de nuestras de islas son simplemente adaptaciones del silbo gomero. Lo otro es el silbo de los pastores, que siempre han silbado al ganado, pero eso no es un lenguaje.
¿Al silbo también le influye el paso del tiempo? Quiero decir, ¿ahora el sonido se escucha menos?
Es que el aire ya no está tan limpio como antes. El sonido no recorre la misma distancia que antes, se apaga. Vivimos rodeados de ruidos y el aire está más contaminado. Eso influye en las campanas de la iglesia y en el silbo también, que ha menguado su potencia.
¿Cómo recuerda el día que lo reconoció la Unesco?
Estaba dando clase y me llamaron de Abu Dabi. Me quedé loco ese día, sí. Me dije. «Ahora su supervivencia está garantizada». Y hoy lo silban miles de niños y grandes.
¿Se le ocurren otros usos aparte de que sea un vestigio del pasado, algo que sirva como herramienta hoy?
Por supuesto. Por ejemplo, somos islas que vivimos del turismo. La Gomera tiene un tesoro natural que es el Parque Nacional de Garajonay, que está cruzado por varios senderos. Imagine que con cada guía va un silbador y se comunica con otro grupo que va a decenas de kilómetros más adelante o detrás. Qué bonito sería eso, y los turistas se quedarían locos. Y creamos empleos. Y como eso, muchos usos más.
«El motor de todo en la vida es el amor; sin él no hay nada. Pero el amor se ha acabado»
Con noventa y tres años, ¿cómo ve la vida que llevamos ahora?
Déjeme que le diga que de ahora no me impresiona absolutamente nada. Porque se ha demostrado que cualquier cosa es posible. Antes lo llamábamos ciencia ficción, pero ahora todo es posible. Lo único que me preocupa respecto a la vida de antes es la enorme falta de comunicación entre los humanos. Y otra cosa: estamos derrochando mucho. Tenemos más de lo que necesitamos. Unos vienen por una camisa y nosotros tiramos las nuevas para comprarnos más. No se valoran ni las herramientas ni los electrodomésticos. Si algo se estropea lo tiramos y compramos otro nuevo. No nos estamos preparando para cuando todo sea peor. Muchos no sabrán vivir.
¿Cuál es su receta para llegar a esta edad tan lúcido y sano?
Cada ser humano tiene su manual. El truco para vivir más y mejor lo debe buscar cada uno en su interior… Pero le diré una cosa: para mí es importante ser generoso, poco egoísta, ser y llevar una vida sencilla y conformarse con lo de cada día, mirar siempre hacia adelante. Todo lo demás quita vida. Aquello que no se puede alcanzar no vale la pena. El motor de todo en la vida es el amor; sin amor no hay nada. Pero el amor ya se acabó. No existe. Lo veo a diario, no lo hay de padres a hijos, ni al revés, ni entre hermanos, ni en las parejas, ni entre vecinos… El amor ya se acabó.
¿Qué lugares del mundo le han impresionado más?
He viajado mucho, y todo me gusta. Barcelona, Pamplona, por ejemplo, podría vivir ahí por el paisaje y sus gentes, y Venezuela me gustó mucho.