Por Saioa Arellano

 Visité Lanzarote en octubre de 2022 por primera vez. Tardé en hacerlo porque nunca era el momento. Ahora, es un privilegio sentir que ya no podré dejar de ir jamás. La Isla de los Volcanes atrapa.

A través de La Geria, un paisaje que no deja indiferente a nadie y cuya uva crece de una forma muy peculiar, llegué a este volcán que nació en el año 1730 durante la erupción de Timanfaya y que duró un total de seis años. A su alrededor, inmensas coladas de lava que se quedaron petrificadas durante el proceso eruptivo y que, hoy, podemos observar como parte de un patrimonio arqueológico que nos hace eternamente privilegiados.

El volcán del Cuervo fue una recomendación para los pocos días que iba a estar. Un sitio muy visitado, sobre todo, por su fácil acceso, donde llevar calzado cómodo es un requisito imprescindible para estar en un paraje de ensueño. A través de unos veinte minutos, rodeados de coladas (o rofe, como las llaman los locales) bañadas en liquen, nos acompaña un paisaje volcánico inigualable que nos permite adentrarnos en un cráter que no te dejará indiferente porque la oportunidad de estar en el interior de uno no se tiene al alcance todos los días. Una vez dentro solamente te queda disfrutar del silencio que solo rompe el viento alisio que te acompaña en el camino.

A pesar de no ser una visita muy extensa, puedes rodear el volcán para terminar el sendero circular y observar alrededor Montaña Colorada, Montaña Negra y el Parque Nacional de Timanfaya.

Antes del viaje tuve claro que quería visitar una escena del cine que, si alguien no conoce, debería hacerlo. De nuevo, atravesé La Geria, pasando por Uga y Yaiza. A otros escasos veinte minutos, llegué a El Golfo. Este pueblo perteneciente al municipio de Yaiza cuenta con muy poquitos habitantes y se caracteriza, como casi todos los núcleos costeros de Canarias, por ser pueblo pesquero. El conjunto de casas blancas tan típicas de Lanzarote, junto con el color rojizo del paisaje, hace de él algo tan mágico como hipnótico.

Este lugar no solo es conocido por su actividad pesquera; aquí podemos encontrar uno de los grandes atractivos de la Isla: el charco de los Clicos, comúnmente conocido como charco Verde. Tras recorrer un sendero de pocos metros, llegué a una especie de mirador desde donde pude observar en vista cenital una maravilla natural que se genera gracias a las filtraciones marinas. El charco se encuentra en el cráter de un antiguo volcán, aunque a día de hoy y tras la erosión del océano Atlántico solo se puede apreciar una parte. El color verdoso se produce al mezclarse las filtraciones marinas con azufre y un alga que produce clorofila y permite que las tonalidades vayan cambiando según la época del año.

Justo en el mirador del que hablaba anteriormente se grabó una de las escenas de cine español que quedan para el recuerdo. Fue Pedro Almodóvar quien, en Los abrazos rotos, convirtió el mirador del charco de los Clicos en un escenario misterioso y reconciliador donde dos personas se abrazan con la oscuridad de la arena volcánica y el Atlántico enfurecido de fondo, pero con la luz que ese mismo paisaje oscuro nos desprende.

Paradójico cuando menos, sí. Sin embargo, es algo que no sucede solo en esa escena, sino que lo hace también cuando visitas el lugar. Un paisaje de arena volcánica, mezclada con verde y arena rojiza; una explosión emocional tan placentera y calmada como la sensación de estar en un lugar donde no es que todo vaya más despacio, es que la vida se pausa, y te espera.