Texto por Alberto Piernas Medina

El océano Atlántico exhala un suspiro mágico en las calles de A Coruña y en el cercano bosque de Fragas do Eume, ejemplos de una costa legendaria tapizada de historia, leyendas y selvas de cuento. Este año, más que nunca, todas las miradas apuntan a una ciudad tan faro como fascinante.

Durante estos últimos años hemos navegado por un mar de incertidumbre y dudas. Un océano, más bien. Por ese motivo este verano precisamos de nuevos faros para volver al mundo y descubrir toda la magia que nos fue robada. Y ahí lo ves, tantos navegantes atraídos por la Torre de Hércules, el faro en funcionamiento más antiguo del mundo. Y miras al mar desde la Rosa de los Vientos, pero todos los puntos cardinales apuntan hacia este momento. El Parque Escultórico de la Torre de Hércules invita a pasear a lo largo de catorce kilómetros de paseo marítimo sin perder de vista la silueta del faro romano dominando el Atlántico. Un Patrimonio de la Humanidad que supone la mejor excusa para adentrarse en una ciudad de A Coruña donde la brisa siempre tiene algo que contar.

Quizás te hable de la plaza de María Pita y su modernismo; de playas como Riazor, donde los cielos apoyan los codos y te recuerdan lo que es la morriña. Una redeira en una orilla, hilando las redes de la historia; el océano mirándose al espejo de las galerías de la avenida de La Marina, y alguien brindando a escasos metros junto a una tapa de pulpo y una Estrella Galicia. Los amantes de esta cerveza están de suerte, ya que la ciudad gallega acoge el MEGA, un espacio donde profundizar en la historia de esta cerveza icónica a través de varias experiencias sensoriales y maridajes.

Es curioso que el mundo vuelva a comenzar donde termina. Lo dice el mítico faro de Finisterre, antiguo final de la Tierra; o el de Cabo Vilán, emblemas de una Costa da Morte que ruge en forma de barcas de colores, antiguos rituales y bosques de una naturaleza viva. Ya lo avisó Rosalía Castro en uno de sus poemas: «Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, ni la onda con sus rumores, ni con su brillo los astros. Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, de mí murmuran y exclaman». El bosque de Fragas do Eume bien podría encajar en ese manto exuberante con vida propia.

A 45 kilómetros desde A Coruña, y tras cruzar pueblos irresistibles como Bergondo o Miño, se despliega el Parque Natural de Fragas do Eume. Para los no entendidos, fraga significa bosque con árboles de diferentes especies, en este caso robles y castaños que forman un manto caducifolio al que también se asoman avellanos y fresnos, árboles silvestres e incluso acebo. Una naturaleza orquestada por meigas invisibles florece a orillas de un río Eume cuyo rumor escuchamos en todo momento, como el mejor guía. A caballo entre un escenario digno de película de Tim Burton y un poema bucólico, Fragas do Eume se descubre mejor a pie a través de un baño de bosques y tantas rutas como opciones.

Mientras caminas entre los helechos, te invade la sensación de perderte en tiempo y espacio. Envuelto en la maleza, el monasterio de Caaveiro, construido en el siglo X, invita a disfrutar de sus muchos miradores. Y allí, más adelante, la presencia de las curripas revela estas construcciones circulares utilizadas como antiguos almacenes de castañas. A lo lejos, el sonido del río se funde con el del océano. Aquí los elementos se entremezclan y los fresnos hablan de ti. De tu destino y tu pasado, de toda la vida que falta por vivir. Porque en A Coruña termina el mundo y comienza otro nuevo, como un faro al que apuntan todas las olas del planeta.