Por Pedro Orihuela

Cuando se nos habla de Marruecos, inmediatamente se nos vienen a la cabeza imágenes de dunas del desierto de arena, de interminables pistas pedregosas quemadas por el sol de la hammada, de kasares (fortalezas de barro) testigos de cientos de batallas, así como de imágenes de hombres y mujeres vestidos con chilabas, tchés-tchés, pañuelos de mil y un colores y de diferentes maneras, tan distintos de los ropajes occidentales.

Marruecos, indudablemente es un país de múltiples culturas, olores y sabores, de mil formas de sentir la luz, la sombra, el calor y el frío. En una jornada puedes pasar de cumbres nevadas que no tienen ninguna envidia a los Alpes a unas dunas ardientes y terminar por la tarde bañándote en una playa solitaria de frías aguas, degustando un maravilloso té a la menta acompañado de unos sabrosísimos pasteles de almendra y miel.

Por eso cuando decimos que Marruecos es un país de contrastes, no nos equivocamos: puedes pasar de estar en un entorno de película milenaria en la Kasbah de Ait Ben Adou a la populosa ciudad bursátil de Casablanca, con altísimos edificios y una circulación que haría palidecer al más veterano taxista de Nueva York.

De estar tomando un té en una duna a la sombra de una tienda beréber hecha con pelo de camello a comer en un modernísimo restaurante contemplando el anochecer en las alturas de una planta 27 en el centro de Casablanca. Esto es Marruecos y lo que nos engancha a él.

Todo eso se sabe, se ve en las guías de cualquier agencia turística, cualquier búsqueda por básica que sea nos ofrece todo esto, pero hoy vamos a conocer una parte de Marruecos no tan conocida: los viñedos y las modernas bodegas de Meknés, en la región Fez-Mequinez.

Sí, no es ni mucho menos conocido que Marruecos es un país en el que se cultiva la uva y se produce un vino de gran calidad, que se exporta a todo el mundo y se codea en las ferias internacionales con los mejores caldos sin rubor.

Pero no por poco conocido su historia es menos apasionante. Ya fenicios, griegos y romanos conocían la calidad de las tierras y el clima tan ideal para la viticultura, en un entorno muy próximo a la capital de la Mauritania romana, Volubilis, de donde no solo era apreciado el aceite de sus almazaras, también el vino se exportaba a la Roma imperial.

Aunque desde tiempo inmemorial se cultivaba la vid, fue en la época del protectorado francés cuando un mayor impulso se le dio, con un desarrollo nunca antes visto, lo cual se mantiene hasta nuestros días, en los que se utiliza la más moderna tecnología existente.

Son unos campos de suaves ondulaciones, próximos al Atlas, a unos 650 metros de altura media y bordeados de olivos. El entorno se vuelve bucólico y las bodegas grandes, medianas y pequeñas se suceden sin interrupción; es un entorno ideal de subsuelo rico en arcillas rojas y un subsuelo calcáreo, bien soleado y fresco cuando se necesita, caluroso en verano. Los viñedos se enraízan con fuerza al suelo, dando vida a las siguientes variedades de uva, que florecen anualmente: syrah, cabernet sauvignon, cabernet franc, cinsault, garnacha y vermentino.

La idea, concebida con unos amigos para un recorrido de fin de semana, era degustar los vinos y platos de la zona, concentrándonos en algunas de las bodegas más conocidas: imposible conocer todas, ya que muchas no están abiertas al público y además no había tiempo para todas.

Empezamos por una bodega pequeña pero con una calidad en sus vinos reconocida a nivel mundial, con una concepción natural y sin fertilizantes ni plaguicidas artificiales que, junto a bodegas Domaine de Baccari, donde además de poder degustar vinos tintos, blancos y rosados, nos ofrecieron, delante de la bodega y solo para nosotros, una degustación de platos tradicionales marroquíes y libaneses entre los que no sabíamos con cuál quedarnos. La propietaria, Nahla, anfitriona por excelencia, nos describía los vinos, el proceso de recolección, fermentación y conservación en cubas, con un grado de detalle en el que la pasión afloraba en todas y cada una de las frases.

Una vez terminado un breve paseo por la propiedad, acompañados por los empleados, que atendieron a nuestras preguntas con una amabilidad que nos dejó fascinados, nos despedimos y nos dirigimos a la siguiente bodega, la inmensa propiedad de Château Roslane, que cuenta con unas instalaciones dignas del mejor Chatêau francés o de cualquier región española, con bodegas repletas de toneles de roble llenos de vinos de diferentes añadas y zonas de oscuras habitaciones repletas de botellas esperando su descorche. Para los amantes de la tranquilidad más absoluta, cuentan con un hotel-boutique, en el que podrás degustar los vinos, no solo en las espaciosas suites disponibles, con platos al nivel del vino, sino que en las terrazas bañadas por los aromas de las viñas y con inmejorables vistas, el amabilísimo personal te cuidará como tú esperas, poniendo un magnífico spa a tu entera disposición para relajarte de una jornada entre vinos y maravillosos platos.

Como curiosidad, el actor francés Gerard Depardieu es copropietario de las bodegas Les Deux Domaines, con una selecta carta de vinos muy apreciada en los mejores establecimientos y hoteles de Marruecos.