Texto por Elena Ortega

Fotos por Asier Calderón y Elena Ortega

Infinidad de verdes se despliegan en prados espesos, bosques de laurisilva y campos de té en la que probablemente sea la más espectacular y diversa isla del archipiélago de las Azores. Su origen volcánico ha configurado paisajes de otro mundo compuestos por ilusorias lagunas asentadas en conos volcánicos, manantiales en los que ser testigos de las propiedades de las aguas azorianas o playas donde disfrutar de todas las propuestas de esta isla esculpida en medio del océano.

Con 747 kilómetros cuadrados, 65 de largo y 16 de ancho, San Miguel es la isla más grande y poblada del archipiélago portugués. En ella viven unos 130 000 habitantes, la mitad de la población de las islas. Su frondosidad salvaje dibuja paisajes muy diferentes entre sí gobernados por una amplia gama de tonos verdes. Verdes que se convierten en azules en la Lagoa do Fogo, una gran caldera volcánica arropada por densa vegetación. Más grande aún es la laguna de Sete Cidades, situada en la parte más occidental, muy cerca de una bonita iglesia. Un puente la divide en lago Azul, al norte, y lago Verde, al sur, multiplicando sus encantos. Para admirarla será recomendable acercarse al mirador Vista do Rei, a 550 metros de altitud, pero hay otros a su alrededor que también ofrecen vistas fabulosas, como son Grota do Inferno o Cerrado das Freiras.

La actividad volcánica que dio lugar a la «Isla Verde» aún se siente en el mar o en pozas y manantiales como el de Caldeira Velha, donde es posible disfrutar de relajantes y terapéuticos baños entre abrumadora naturaleza. Pero su origen volcánico también está presente en las fumarolas sulfurosas y en las pequeñas lagunas en ebullición que crecen junto a la Lagoa das Furnas, aprovechadas por los locales para elaborar su tradicional cozido.

Las maravillas de San Miguel también se despliegan en sus numerosos miradores, acantilados, playas negras, saltos de agua o, simplemente, en cada curva de la carretera. Es el caso de la que muestra el fotogénico acueducto do Carvão vestido con musgo, en el oeste de la isla.

En el norte encontraremos dos fábricas de té, Porto Formoso y Chá Gorreana. La historia de esta última –se trata de la plantación más antigua de Europa– se remonta a 1883. Sus hojas han sido el principal recurso económico, junto con la pesca y la ganadería, desde que fueran introducidas con ayuda de los chinos.

Visitar Punta Delgada es otro imprescindible en todo viaje a la isla. De pueblo de pescadores a puerto más importante del archipiélago, en la capital de San Miguel la naturaleza también se manifiesta por medio de jardines como António Borges o José do Canto. La gran relevancia que adquirió Punta Delgada entre los siglos XVII y XVIII llenó su casco urbano de conventos, casas señoriales e iglesias. Sencillos edificios blancos ornamentados con basalto entre los que se reparten restaurantes perfectos para degustar las especialidades locales.

Pero las propuestas de San Miguel no terminan en sus pueblos y paisajes. Golf, surf, barranquismo, buceo, senderismo y avistamiento de delfines y ballenas son algunas de las actividades que se pueden practicar en este pedacito de paraíso gobernado por los caprichos del Atlántico.