Por Beneharo Mesa

Ilustración por Capi Cabrera

Hablar de Antonio Tejera Gaspar (El Río, Arico, 1946) es hacerlo sobre una de las mayores eminencias de la historia de Canarias, así como de alguien que, pese a estar jubilado, no sabe «estarse quieto» y sigue trabajando en la investigación. Tejera, catedrático por la Universidad de La Laguna, siempre se ha dedicado de forma prioritaria al estudio de las culturas preeuropeas de Canarias, sobre las que ha publicado varios libros y artículos, muchos de ellos sobre las manifestaciones religiosas. En definitiva, hablar con Antonio Tejera es como alongarse un poco hacía el pasado de las Islas.

¿Cómo comenzó su vínculo con la historia?

Yo siempre digo que tengo una relación viva con la historia oral, que es la única que yo en principio podía tener. En mi casa, después de cenar con mis padres, a la luz de una vela, que es lo que había, se contaba una historia todas las noches. Podían ser historias con referencias cercanas o lejanas, incluso creo que algunas de las cosas que me contaban podrían datar del siglo XIX. Entonces, esa costumbre de reiterar esa tradición oral, que no es más que otra forma de hacer historia, unida a vivir en un pueblo en el que todo el mundo sabía quién había emigrado, cómo se había hecho una cosa o la otra, porque como no había libros ni radio, no había más medio de comunicación que la oralidad… Pues uno estaba siempre escuchando historias. Siempre he tenido una vinculación histórica con hechos narrados.

¿Entonces fue esa narrativa oral e histórica la que lo encauzó a dedicarse a esta rama?

Sí, aunque hubo otros factores como mi propia curiosidad, inducida por el ambiente al que me he referido anteriormente y por mis padres.

Ha dedicado sus investigaciones y trabajos a tratar de aclarar el origen de los guanches. ¿Qué ha sacado en claro de ello? ¿Algo que podamos afirmar sin dudas?

En la investigación, dicho en tono jocoso, si no hay algo que se ponga en duda, no hay investigación [ríe]. Pero sí es cierto que tenemos muchas seguridades. Hoy sabemos su procedencia, el origen de su habla, escritura, forma de vida, creencias religiosas… Todo ello está perfectamente definido en relación con que conocemos su pertenencia norteafricana, su vinculación con las poblaciones libio-bereberes, que es de donde proceden. Respecto a eso no tenemos en este momento ninguna duda. El poblamiento, por ejemplo, no fue tan antiguo, antes de Cristo como se decía. Debió ser seguramente desde los primeros años de la era, no antes. Para mí, ¿eh?, esa seguridad es para mí, en función de los datos que tenemos. Hay cientos de fechas de carbono catorce y de otro tipo de técnicas que se han utilizado para fechar los restos arqueológicos, que confirman con absoluta precisión una fecha que comienza a fijarse a partir del siglo I de la era, es decir, a partir del emperador Augusto y del emperador Tiberio. Por suerte, las últimas investigaciones genéticas que se han hecho en la Universidad de La Laguna han confirmado por otras vías que esos orígenes –que la arqueología y otras fuentes también nos habían asegurado– son ciertos. Y luego tenemos otras seguridades, entre comillas; sabemos bastante de cada una de las formas de vida y comunidades de las Islas: sus diferencias, comportamientos, animales que poseían, cómo se alimentaban, cómo estaban organizados. Creo que hay muchísima seguridad en ese sentido. Yo creo que hoy… [se detiene en su respuesta durante unos segundos], insisto, por favor, que no se me malinterprete. ¿Queda mucho por saber? Claro está. Por supuesto, muchísimo, pero hemos tenido la suerte en los últimos años de que han confluido, además de la investigación arqueológica stricto sensu, la ayuda de la genética, de la química, de la física, de la biología, de la edafología. Todo ello nos ha ayudado mucho para, digamos, complementar el mundo que rodeaba a cada una de estas poblaciones. Ha sido una ayuda inestimable y nos ha hecho avanzar en ese sentido. Los estudios, por ejemplo, bioantropológicos –todo aquello que se desprende de los análisis de los restos óseos– han sido un salto cualitativo muy importante. Creo que sabemos más de lo que hemos sabido hasta hace cuarenta o cincuenta años. Eso sí, un aspecto importante: hemos tenido por detrás mucha gente que ha trabajado a lo largo del siglo XX y también la información que ya venía de antropólogos franceses del siglo XIX, etcétera. Quiero decir que nos hemos apoyado en hombros de gigantes, sobre la base de otros sabios que nos han precedido.

¿Qué le parece que se sopesara quitar la asignatura de Historia de Canarias en los institutos?

[Ríe] Lo primero que me sale es una carcajada, porque el hecho de que se plantee eliminar los dos mil años de una historia peculiar, distinta y original en el ámbito de lo indígena, de los mil quinientos años desde la llegada de esta gente, grosso modo, hasta 1496, que es el final de la conquista, en este caso de Tenerife, más los otros quinientos años siguientes…, es tirar por la borda dos mil años de historia e historia distinta y peculiar, como ya he dicho. Y en algún caso importantísima. ¿O es que nosotros no hemos participado en nada en el descubrimiento de América, en su poblamiento o las sociedades americanas? ¿Nosotros no hemos contribuido con nuestra cultura y nuestros saberes con la cultura europea y la española? ¿Nosotros no hemos intervenido en un hecho singular como sucedió con el intento de ocupación de Horacio Nelson? Si nosotros nos olvidamos de que hemos tenido un Benito Pérez Galdós o un Bethencourt, el famoso científico portuense, u otros escritores, políticos, pintores… Todos han contribuido a su modo, dentro de su pequeñez, en estos últimos quinientos años al desarrollo y enriquecimiento de la nación. Esto lo que significa es que quienes nos gobiernan no están muy bien informados de nuestra realidad, digo yo.

Es fundamental conocer nuestra historia, ¿no?

Sí, eso, por una parte; pero, como colofón, si uno vive en una realidad determinada y a su vez la desconoce, lo único que podemos conseguir es que la gente sea mucho más burra. Mucho más manejable y con falta de una identidad personal. Ya han corregido esa decisión, pero creo que ha sido un profundo error pues, desde mi modesto punto de vista, simplemente el estar hablando de ello me parece irrisorio.

Con el destino que tuvieron los guanches y lo sucedido tras la conquista, ¿qué porcentaje de sangre de los aborígenes corre por nuestras venas?

Según los estudios genéticos de la doctora Rosa Fregel, que ha hecho y está haciendo una labor extraordinaria, no recuerdo muy bien, pero creo que en torno a un quince o veinte por ciento de la población puede tener esos genes. Sobre todo, habría que pensar en esas áreas más «marginales» como en el sur de Tenerife, por ejemplo, La Gomera, o zonas de La Palma, entre otras. Sobre ello hay muchos trabajos, como el de Sergio Baucells Mesa, acerca de los modos de vida que siguieron tras la conquista. Hoy por hoy vamos conociendo bastante más, pero es un mundo todavía poco conocido, aunque sabemos cómo se fue integrando esa población, la convivencia y cómo se mezclaron, entre ellos mismos y otras veces con poblaciones distintas; aparte de que sabemos nombres, apellidos… Toda esa parte la conocemos y se han hecho cosas, pero queda trabajo por hacer. Muchos topónimos se han mantenido porque siguieron usándolos los descendientes de los guanches: Isora, Adeje, Abona, Chío, Chiguergue… Evidentemente, las transformaciones luego fueron muy profundas. Los indígenas adoptaron la cultura europea, en este caso de los castellanos, sin ningún inconveniente. De todas maneras, yo siempre digo que esos son recuerdos que nos quedan. Como también la ceremonia de los guanches de la Virgen de Candelaria o la tradición sobre lo que ahora se llama el santo hermano Pedro. Si uno empieza a rascar se encuentra todo un mundo.

Ahora está jubilado. ¿Sigue teniendo el gusanillo de investigar? ¿Se deja eso alguna vez?

Yo justo ahora, antes de atenderte, estaba con el ordenador trabajando. No he dejado de hacerlo ni un solo día después de que me jubilé. Con la diferencia de que no tengo que dar clase ni ningún tipo de burocracia o papeles. Solo trabajar. Mientras la cabeza y el ánimo me funcionen no pienso dejar de estar en activo, por decirlo de alguna manera. Sería aburridísimo.

Claro, uno se tiene que entretener en algo siempre.

Sí, aunque en mi caso es que tampoco tengo otra afición, es lo que me gusta.

¿En qué se encuentra trabajando actualmente?

Lo último que he publicado es un librito sobre los orígenes de La Laguna, en el que me acerco a La Laguna desde la perspectiva de un arqueólogo. Con este trabajo estaba interesado en ver cómo se pueden aplicar ámbitos de la arqueología en materia urbana, de la que hay mucha historia, porque es una ciudad de quinientos y pico años.

Eso le quería preguntar: ¿qué conclusiones sacó al respecto?

Pues es lo que yo llamo una mirada arqueológica. Por ejemplo, el convento de las Catalinas eran las casas del adelantado, de Alonso Fernández de Lugo. ¿Se pueden observar algunos restos de lo que era en su día? Claro, pero hay que tener la vista acostumbrada o conocer esa información. El ayuntamiento de La Laguna, por ejemplo: la fachada que da a la plaza del Adelantado es una fachada neoclásica de 1820 aproximadamente, pero la que da a la calle de la Carrera es del siglo XVI, 1545. Y dentro del propio ayuntamiento están los restos de la cárcel del siglo XVI, que no se ven. Hay, por así decirlo, una especie de Laguna secreta. Es ver La Laguna con otra visión.

Es casi como una radiografía histórica de la ciudad.

Exacto. Buena metáfora, porque creo que es de lo que se ha tratado: una radiografía de los elementos más y menos antiguos y los porqués de cada uno de ellos. La verdad es que me he divertido muchísimo haciéndolo. Es una ciudad que veo y paseo todo el día. Eso es lo último que he hecho, aunque, a ver…, hay otras cosas que tengo, pero de momento no lo puedo decir [ríe].