Por Laura Pérez Yanes
Fotografías por Rocío Eslava
Hoy apenas se avistan en su costa, pero en las calles de Câmara de Lobos todas las miradas siguen señalando a la bahía, salpicada de embarcaciones de vistosos colores y guardiana de incontables recuerdos y anécdotas de los pescadores que se hacían a la mar en busca del famoso espada preta.
Nelson ya está retirado, pero el trabajo en el mar persiste aún en la aspereza de sus manos y en su mirada infinita. De aspecto afable y algo risueño, este vecino de Câmara de Lobos pasó 40 años de su vida faenando en la mar, no solo en Madeira, también en otros lugares del mundo, como Marruecos o Sudáfrica.
En esta pequeña localidad costera de la isla de la madera, la mayor parte de su población masculina ha vivido con los ojos puestos en las aguas del Atlántico y con sus pies sobre las embarcaciones de colores azul, blanco, verde y rojo que, antaño, desbordaban la bahía.
El sable negro o espada preta es la presa más codiciada por estos pescadores. Su captura se hace al abrigo de la noche en barcos de 14 a 15 metros de eslora; 14 o 15 eran también los días que Nelson podía pasar sin volver a tierra. La pesca se hace con anzuelo y a la vuelta pueden llevar a la playa de Câmara de Lobos hasta siete u ocho toneladas de espada preta, que se trasladan a los puestos del mercado de Funchal, la capital de la isla.
Al llegar a esta zona de Madeira, a los pies de verdes bancales, llaman la atención los grupos de hombres que, reunidos frente a la costa, parecen aguardar a que en cualquier instante sean llamados a hacerse a la mar. Algunos están ya retirados, como Nelson, pero, pese a tener los pies en tierra, no pierden de vista la playa.
Así nos lo cuenta Antonio. Con 55 años se acaba de jubilar, pero se resiste a alejarse del paisaje que ha protagonizado la mayor parte de su vida y sus historias. Junto a él, Orlando, de 84 años, viste gafas de sol y boina en el comedor del bar Filhos d’ Mar, que regenta su hijo, con el que comparte nombre. Allí, mientras Orlando hijo prepara una de las bebidas tradicionales de Madeira –la poncha–, Orlando padre recuerda anécdotas de su vida en el océano.
Comenzó pronto su idilio. Con tan solo 15 años empezó a navegar en busca del sable negro y hoy, según cuenta su hijo, es el pescador más longevo de Câmara de Lobos. Pese a haberse jubilado hace ya más de veinte años, Orlando conserva vívidas memorias de aquellos tiempos: la dureza de las largas horas que pasaba en alta mar, los compañeros con los que compartía esa breve eternidad, los sonidos, la sal.
De repente, su hijo nos interrumpe para que probemos la poncha tradicional, elaborada a base de azúcar, limón, aguardiente de caña de azúcar, miel y naranja. Explica que la primera fue la poncha de pescadores, con azúcar batida, zumo de limón y aguardiente de caña de azúcar. Los habitantes del mar la bebían para entrar en calor gracias a sus 70 grados de alcohol. Hoy la graduación no supera el 50 %, pero el sabor es igual de intenso y estuoso.
A la salida de Filhos d’ Mar, numerosos operarios se afanan en engalanar las calles con vistosas guirnaldas y banderas. Solo quedan diez días para que comiencen las fiestas de San Pedro, patrón de los pescadores, y muchos vecinos se involucran en la organización.
En la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, impregnada del olor a sal de la bahía, su responsable, Joan de Sousa, cuenta, desde las escaleras que conducen al altar de esta construcción de unos 600 años de antigüedad, que solo los pescadores pueden asumir la tarea de custodiar la capilla. Junto a él, la imagen de san Pedro aguarda sobre las andas a que comiencen las celebraciones en su honor. Unas fiestas que vestirán cada rincón de Câmara de Lobos de música y tradiciones y harán resonar en sus calles las anécdotas de sus viejos lobos de mar.