Por Astrid da Silva Jiménez

Fotografías por Ibón Azpilicueta

En el norte de España, camuflada por sus vecinos, se encuentra Cantabria, un paraíso natural que ofrece al viajero paisajes llenos de contrastes, que pasan del azul intenso del mar al verde de las montañas. Un lugar diseñado para los amantes de la naturaleza y de la gastronomía, para aquellos que disfrutan del turismo rural, de los pueblos pequeños y de la desconexión. Visitar Cantabria es dejarse llevar, ¿se atreve?

En esta escapada teníamos poco tiempo, ya que solo íbamos de jueves a domingo, así que queríamos exprimir al máximo la visita. Para hospedarnos queríamos alejarnos de la ciudad, por lo que buscamos un hotel rural en Novales, un pueblo pequeñito, con menos de 500 habitantes, ubicado en plena naturaleza, al que acudimos nada más llegar a Cantabria.

Al día siguiente, fue el anfitrión del alojamiento quien nos diseñó el itinerario que seguiríamos a pies juntillas durante el fin de semana. “Si solo venís por tres días, tenéis que ver esto” y nos entregó una nota que ponía con letras muy claras: Santillana del Mar, San Vicente de la Barquera y los Picos de Europa. No debatimos, ya que sus canas y su acento revelaron enseguida la experiencia que tenía sobre su propia tierra.

Nos pusimos en marcha en dirección a Santillana del Mar, que “ni es santa ni es llana ni tiene mar”, como me dijeron los tres camareros de los tres bares en los que paramos a comer o a tomar café. Y es que, efectivamente, no está en la costa, sino que es un pueblo de interior, encantador, rodeado de colinas, de calles empedradas y de estilo medieval. Según varios portales de turismo, está considerado uno de los pueblos más bonitos de España, y no es de extrañar, ya que Santillana guarda una esencia especial que le invito a descubrir por sí mismo.

Ese mismo día, aprovechando lo cerca que estábamos, visitamos el Museo de las Cuevas de Altamira, donde se puede contemplar una réplica exacta de la cueva original en la que fueron halladas las muestras de arte rupestre del paleolítico más importantes del mundo, toda una joya arqueológica.

El sábado decidimos emprender el rumbo hacia San Vicente de la Barquera, pero antes de llegar hicimos parada en la cueva del Soplao, ya que nos habían hablado mucho de ella. Durante más de cien años de esta cueva se extraía zinc y plomo, pero actualmente es conocida por la majestuosidad de sus formaciones geológicas. La excursión es de lo más emocionante: 15 minutos en un tren minero, que baja hasta una profundidad de 400 metros bajo tierra, para luego hacer una ruta a pie por las antiguas galerías mineras. ¡Si no es demasiado claustrofóbico no se lo puede perder! Merece mucho la pena.

Continuamos hasta San Vicente por un paisaje precioso al borde de la costa. Aquí nos encontramos playas y calas espectaculares, como la de Oyambre y los arenales de Merón, de aguas cristalinas y rodeadas del verde de los montes y praderas colindantes. Además, vale mucho la pena visitar el casco histórico, donde puede comer con unas vistas maravillosas de las marismas y de la ría de San Vicente.

El domingo era nuestro último día, así que aprovechamos para visitar el Parque Nacional de los Picos de Europa, una cordillera imponente y espectacular que dibuja paisajes utópicos: lagos, pastos alpinos, vacas, ovejas y caballos en libertad… Un oasis de paz. Después de casi cuatro días en Cantabria solo podemos prometer una cosa: volveremos a por más.